Noche cerrada. De repente válgame, que se va la luz. Todo mi mundo en tinieblas. Lámparas, libros, computadora, todo a la oscuridad. ¿Y ahora qué hacer? Volando por instrumentos (tentaleando los muros) llegué hasta mi cama, donde chocaron uno de sus filos y una de mis espinillas. Al dolor vi estrellitas; pero estrellitas de verdad, no de esas pacotonas del Gran Canal (de TV). Logré ubicar mi sillón y aquí estoy, sobándomela, lamentándome y lamentándosela a los del servicio de luz. Yo, que me disponía a redactar una fabulilla de alta filosofía (La esencia del ser y estar del mexicano), estoy aquí, hundido en el sillón, la viva imagen del acto fallido, y esto cuando mal me reponía del sofocón que me ocurrió al mediodía. Y qué hacer…
¿Lo que al mediodía me ocurrió? A compartir garnachas y chicharrones había invitado a los vecinos de la tertulia, pero sucedió que al convivio llegué a los postres. Y qué hacer, si el volks. cremita me dejó tirado allá por la terra incógnita de Cd. Neza cuando regresaba de inspeccionar un salón para reanudar mi taller de lectura. El condenado mecánico, que habiéndome cobrado una bobina legítima, al volks. me le embombilló una de segundo cachete. Pringado de grasa llegué a Cádiz y me metí a la ducha, pero de súbito: ¡la sorpresa, el sofocón! Al mirarme, La Lichona apretó en su mano el tasajo y la tía Conchis se engarrotó con el chorizo en la boca «¡Impúdico, sucio, libidinoso de miércoles!» (Era domingo.) Y es que de repente, ante los comensales aparecí encueradito y culimpinado, buscando mis chonchines (lilas, con adornos de corazones magenta). El cortinero que divide baño y comedor, por los suelos. Yo ahí, mostrándolos a los invitados, Dios. Y a encogerme, engarruñarme, cubrir con la mano lo que a la mano tenía lo que a la mano tenemos todos. Eso, a mediodía Ahora, en tinieblas, el suspirillo: y pensar que el artesano por su madre que está en el cielo me juró que el cortinero quedaba firme en el muro, y «si le cobro caro es porque soy un profesional». Sí, de la falta de responsabilidad. Ah, paisas, cuándo se nos quitará lo paisas…
Mientras vuelve la luz pienso en los buscavidas de mi país, los del «ai se va, pa lo que pagan, total»; y luego «exigimos» en Los Pinos todo un estadista y no lo que merecemos: apenas «uno chaparrito, jetoncito, peloncito, de lentes». A la añoranza traje a aquellos esforzados artesanos de mi Jalpa Mineral cuando yo chamaco de párvulos: herreros del cuchillo cachicuerno, guaracheros, gente de jarciería y el esforzado zapatero remendón que a remiendos y medias suelas alimentó mi niñez, y entonces, la evocación del esforzado aquel…
Ah, tú, El Jiricua, espejo y flor de artesanos que aman su oficio, que lo honran hasta el sacrificio de la propia vida En la añoranza te miro, te admiro, presente con tu prieta pelleja claveteada de rosetones color de rosa Al alba carretonero de la basura, y el resto del día aguador, capa-puercos, gritón cuando requerido por los vecinos o la autoridad La bocina de victrola en los belfos:
«¡Aaa..tención! ¡Don Sidronio Tiscareno perdió una vaquilla prieta cuatezona con un lucero en la frente! ¡Se pagarán las albricias al que..»
Pues sí, pero todo su celo profesional afloraba en la actividad donde fue a dejar la vida- vaciador de fosas sépticas. ¿Que ésta llena ya hasta los bordes, amenaza con derramarse? Venga El Jiricua, y problema resuelto. Él, pala y bote alcoholero, a bordar una obra de arte de suprema exquisitez, y el servicio excusado nuevo otra vez, flamante, rechinando de limpio. Orgulloso, en la obra El Jiricua le estampara su firma de no ser analfabeto. Él, hombre digno frente a mecánicos, cortineros y autoridades de mi país, bien haya..
De esa pasta de privilegios fue forjado El Jiricua, la de los varones de pro, los de los redaños en su nidal Que muy profunda, resbaladiza y a punto de derrumbarse estaba la fosa aquella le advirtieron los precavidos, y que el riesgo era excesivo para paga tan exigua Pero él, varón de ética y moral personal, no hacía distingos entre lo dificultoso y lo fácil, y no discriminaba fuera la fosa séptica de la escuela, la de los billares o la del mesón. Él, celoso de su trabajo, no se arrugaba cuando para vaciar inmundicias era requerido. Muerto lo sacaron, ahogado en aquel hondón de inmundicias. Hasta donde él se encuentre, le envío mi reconocimiento sin límites. Aquí y ahora evoco la vera estampa del benemérito, y le expreso el presar de tenerlo tan lejos, que de otra forma la mano puesta en el corazón, habría de decirle: Mi señor El Jiricua..
No conozco el sistema de inodoros en que los Fox-Sahagún depositen El Tamarindillo y anexas, ni sé en qué sanitarios planten sus dos reales los hijos de toda su reverenda Marta, pero de algo sí estoy seguro: por su fétido olor, que contamina todo el país y trasciende fronteras, esos servicios se encuentran atascados de porquerías. Cubriéndome la nariz lo evoco e invoco, mi señor El Jiricua: ah benemérito, allá donde usted ande a estas horas, cuánto se requieren sus servicios en México.
(Mi país.)