La inmensa mayoría del pueblo rara vez toca un balón. En el estadio se convierte en espectador pasivo que participa «por delegación» de los triunfos de su equipo predilecto, a cuyos partidos asiste a distancia, desde una tribuna, enajenandose en el jugador profesional, que adquiere de ese modo categoría de ídolo. Pero ay de su ídolo, si es vencido en la cancha…
Así es, mis valedores: el pasado viernes, tras el escándalo de los derrotados Pumas, traté el tema de la enajenación de los hinchas, esa «perra brava» atacada y atascada de rabia después de que «su» equipo perdió el encuentro, reacción frecuente en nuestro país. Ahora fui a mi archivo y para certificar que nada hay nuevo debajo del sol, rescaté esta nota que tiene, nada más, 20 años de vigencia: «Zacatepec, Mor. Riñas colectivas, con docenas de heridos contusos. Dos horas de destrucción y quema de patrullas policiacas. Una lluvia de botellas, piedras y palos, destruyó las ventanas de los vestidores donde se refugiaban los futbolistas». Lo usual.
Entonces, desde el graderío del estadio rompen a rodar las pasiones crispadas, las imaginaciones de fuerza de los insultos, los frustrados deseos semanales, y la multitud de los partidarios de un equipo determinado sugiere de pronto la imagen de un viejo decrépito que se exaspera en sus vanos esfuerzos por poseer a una adolescente…
Repito la opinión del estudioso: «Tienden los comentaristas a centuar el carácter estético del juego (…), pero no nos engañemos: se trata de crear una seudo-cultura basada en valores irrisorios para uso de las masas a las que no se les permite tener acceso a la cultura…»
Recuerdo, a propósito, las declaraciones del gritón Ángel Fernández, que así clamaba ante el micrófono: «¡Yo les he dicho a mis hijos: hagan a un lado los libros, olvídense de las ciencias y la literatura! ¡Olvídense de las ciencias y la literatura! ¡Olvídense del tal Einstein y péguenle duro y tupido a la pelotita! ¡Porque en el futbol está el verdadero porvenir de la juventud mexicana…!» (Uno de los hijos del tal, Alí de nombre Alí, heredó su histrionismo y el gritar destemplado frente al micrófono.)
Y por si algo nos faltaba: «A casi 195 años del movimiento encabezado por Miguel Hidalgo, con el estandarte de la virgen de Guadalupe por delante, los cruzazulinos siguen su ejemplo para vencer a sus rivales. La unidad, la fe y la solidaridad se debió en gran parte al catolicismo que practican y su creencia en la Virgen Morena. Como todos los mexicanos, nosotros somos guadalupanos. El gol regresó desde que la Guadalupana está formada entre ellos al entonar el Himno Nacional. ¡Cruz Azul llega a la final gracias a la virgen de Guadalupe…!» «Intercesión divina». «El niño de los Milagros de la Iglesia de San Gabriel Arcángel, en Tacuba, es el jugador número 12 de la Selección Mexicana de Futbol. Una playera verde, short blanco, calcetas rojas y tenis fueron confeccionados para vestirlo de seleccionado…» En el ESTO: «¡Esperamos que Dios sea atlantista …» Pero ganó el equipo de Santos, y clamó su director técnico : «Dios existe, y Dios está con nosotros..!»
Aspaventero, el de Ovaciones: «Los dramáticos perfiles del futbol ‘triunfo y derrota, sudor y lágrima, pletitud y sufrimiento’ se sucedieron ayer en la Copa, como el deshojar de los árboles en el pálido otoño. Crepitación de anhelos y angustias, clamores rotos por la emoción, sentimientos tan claros como el agua y profundos como el abismo; voces argentinas y cascadas en un mismo orfeón: el penaltie, verdugo implacable; el gesto del vencedor, el visaje del derrotado; la tristeza, mohín insoslayable: el gol, ese martillo que hecho grito penetra en el cielo. En los jugadores distinguí la lágrima…»
Anima y estilo del manipulador de Ovaciones: «Huyó el grito. Pasó la euforia, desapareció el aplauso y el interés se hizo anciano y falleció de tristeza … Antes todo era euforia. Saliva hecha luz. Y ambos, mil noches, terminaron ebrios bebiendo tanta confianza… El conjunto mexicano apesadumbró, y con sus tres caídas produjo muchas lágrimas. Todas de coraje, todas de rabia, todas de dolor…» (Mira, mira.)
Acuciado (cuchileado) por la retórica barata -carísima- del merolicronista, la pública protesta del aficionado «perdedor»:
«¿Por qué, pregunto, por qué? ¿Por qué? ¡Sí, por qué! Por qué dejan que las telas de nuestro corazón se desgarren de desesperación y de tristeza a la vez (sic), al permitir que un señor inepto baraje nuestros ases del balompié! ¿Por qué? Nosotros, mientras tanto, a palidecer y a esperar el milagro. Señores: si en mi mano estuviera, toda esa escoria del balompié sería desollada, arrastrada, y después … colgada! ¡colgada, sí, colgada, comenzando por el entrenador..!» Y entonces vámonos, la trifulca de la «perra brava», perra de los Pumas.
Ah, paisas. (Ah, México.)