Estado, ejército, iglesias…

Así es, mis valedores: desde todos los rumbos de la rosa las aguas bajan turbias. Anubarrado se advierte el horizonte, y en la pradera soplan vientos electrizados. Tan ominosa turbulencia tiene su gestación en etapas de conflicto que desde tiempo añejos vive el país, y que entran en crisis por el vacío de poder que se origina en Los Pinos. Hoy, por ejemplo, el ejercicio de una política corrupta contamina la religión y un ejército corrupto de la religión contamina la política a un grado tal que entre ambas nulifican el ejercicio de la justicia y desacreditan la última institución que conserva cierto margen de prestigio y respeto de las masas sociales: el ejército.

¿El nivel de eficacia que alcanza hoy el quehacer político? Fácil empresa rastrearlo: con que calibremos los beneficios que ha producido en las mayorías y el grado de paz y orden social que prevalece en el territorio. La influencia del clero político se puede captar en la moral pública de unas masas que en su aplastante mayoría se declaran católicas. Por cuanto a la justicia…

La acción de la justicia en las masas resulta mucho más difícil de rastrear. Conocemos claramente la corrupción que se genera el «Estado«, y ahí donde existe la corrupción no hay cabida para la justicia, como ahí donde existe la justicia no cabe la corrupción. Pero por contras: entre nosotros un elemento coexiste, familiar para todos y que todos conocemos: la injusticia. Todos, o casi todos, podemos hablar de la injusticia porque de ella siempre hay un testigo, que es la víctima La injusticia a que inducen los medios de condicionamiento de masas, pongamos por caso. A diario los tales se regodean en los episodios de nota roja. En todos, o casi todos, existe, muy clara de identificar, la injusticia Un ejemplo: se produce una acción de guerra, con el resultado de un atroz reguero de cadáveres. ¿Están diseminados en en tierras de Palestina e Iraq, o en terreno de España o Estados Unidos? Cuando se trata de un español o un norteamericano el cadáver es de un ser humano como nosotros mismos, y cuánto pesa y lastima la comunidad, cuánto cala en el ánimo del mundo civilizado, qué profundo es nuestro duelo…

¿Pero no, que se trata de restos humanos de iraquíes o palestinos? Ah, siendo así, esa masacre no pasa de ser una más de las tantas noticias, de las cifras estadísticas que proceden de algún mundo lejano y ajeno al de los humanos. Impávidos nos deja; indiferentes. Y si no, ¿recuerdan ustedes que en el mismo día un sicópata asesinaba a una veintena de estudiantes en un colegio norteamericano, y en Iraq eran asesinados más del triple de esa cantidad? Los muertos en Iraq nos dejaron impávidos. Ah, pero los pobres estudiantes gringos…

Bagdad, 22 de mayo. Un iraquí retira el cuerpo de un menor que perdió la vida en un ataque con bomba en el mercado de Al Amel

¿Y? Iraquí o palestino, ¿a nosotros qué nos importa? Ah, pero si se trata de la niña Madelaine, extraviada en algún poblado de Portugal. ¡Ella sí, que es inglesa! Ah, nuestra propensión a la injusticia que incuban esos «medios», que condicionan e inducen a la indiferencia frente a este despojo humano y a la compasión plañidera por esta otra víctima Todo porque se trata de una visión, de dos versiones políticas. Y es que políticas diferentes arrojan diferentes víctimas y una sola injusticia en unas masas enajenadas…

Por cuanto a la justicia esa desconocida ella es, con la vida el supremo valor del humano y de la comunidad, es ella la clave para alcanzar el máximo de felicidad en el máximo de humanos. Como virtud social busca que las libertades y la repartición de bienes sean las adecuadas. Así se alcanzarían la felicidad y una vida digna para la comunidad. Aquí y ahora, no en otros mundos, tan improbables, ya que no existe un testimonio veraz, uno solo, que, más allá de la pura fe, certifique su existencia Mis valedores…

Siendo la justicia aspiración suprema del hombre, es la injusticia su segunda naturaleza La desigualdad está presente desde el nacimiento del humano y lo acompaña hasta que deja de ser. Sin la justicia en la comunidad afloran los peores instintos y se cae en la aberración y el linchamiento, esa patología que la ignorancia nombra «justicia por propia mano». Mediocres caídos en el más bajo nivel de bestialismo, los linchadores no distinguen entre justicia y venganza Si dijeran: «Es venganza, pero con todo conocimiento vamos a perpetrar el linchamiento», no sería tan terrible esa que constituye la más baja y salvaje manifestación de animalidad. A propósito:

¿En la turba de linchadores podríamos imaginar a un catedrático? ¿�l, rociando con gasolina a un humano agónico? ¿El, encendiendo el cerillo para que la carne humana arda hasta la muerte? Esa animalidad, ¿justicia? En el México de una política religiosa, una religión política y un ejército que se desacredita, ¿justicia? (Seguiré con el tema)

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