(Cuando despertó, el perro seguía allí.)
El Perro,mis valedores. Así se nombra el relato de un L Turrent cuyo texto sinteticé para ustedes hace años y luego arrumbé en el desván de las carpetas en desuso. Pero válgame, que el tema de los perros a los que alude el autor cobra hoy día tan virulenta actualidad que justifica reiterar en el simbolismo de «El Perro». Y si no, júzguenlo en la síntesis que formulo para ustedes:
Soplaban los vientos, los ventarrones, de la Revolución. El protagonista central, militar villista, era rudo, duro, áspero, insensible Su contraparte, al contrario, un ser insignificante despreciado, infeliz. Era «El Perro», como le apodaban, mote elocuente
Y ocurrió, mis valedores que, azares de la revuelta, al despreciado aquel le achacaron un crimen que no había cometido, y muy a la usanza «revolucionaria» me lo iban a fusilar, y en un muro del camposanto le formaron el cuadro: «¡Preparen armas! ¡Apunten..!
¿Fusilar al pusilánime? ¿Cómo, si no podían mantenerlo de pie? Un desmayo de ánimo, un desmayo de piernas, y aquel terror que acalambraba y acogota al débil de espíritu y temple desfalleciente Un cobardón «El Perro». El oficio de mando:
– ¡Párese, hijo de la tiznada!
¡Muera como los hombres!
Pero nada Una vez más el terror, el desmayo, las convulsiones. Y lo que es el destino, el azar: el coronel que relata el suceso se enteró del incidente, acudió con los de turno y, sin saber ni por qué, salvó la vida al pusilánime No lo hubiera hecho: de ahí en adelante, la sumisión absoluta del recién resucitado por el militar que, entre el desprecio y la lástima, le salvara la vida. El apocado se arrimó a la casa de su salvador y se dio a servirlo en todo y con todo, hasta granjearse el apodo de «El Perro». Abyección…
«Ahí lo tenía siempre, sus ojos humildes, fieles, puesto en mí. Me daban ganas de correrlo, de echarlo, tal como se hace con un perro de verdad, para que no siguiera cuidándome el sueño, pero él me seguía como mi sombra Es repugnante que un hombre descienda a esos abismos de servilismo».
Y de pronto, a deshoras de la noche:
– ¡Que vienen los carrancistas! ¡Que no podremos resistir..!
Y a la huida. Villistas y simpatizantes, por salvar la cuera lo único con que pudieron huir), abandonaron el caserío tratando de ganar la sierra mientras los perseguían los primeros balazos. «No tuve tiempo de ensillar mi caballo. Iba a pie trotando y bordeando desfiladeros». La luz del amanecer suponía nuevos peligros. Y a correr, los plomos silbándoles por los lomos…
«De repente, el galope aquel. Nos parapetamos».
Y ahí, ante el asombro de todos, va apareciendo «El Perro», que traía el caballo del coronel. «Las balas silbaban entre los árboles, pero iba entonces sobre mi caballo. Detrás de mí, en ancas, mi sombra, aquel «perro» que había cruzado las líneas enemigas y recibido los disparos de los carrancistas. Como montaba muy mal, se sujetaba en mis hombros con manos temblorosas. Muerto de miedo, como en el cementerio, cuando lo iban a fusilar. Corría mi caballo. Huíamos del peligro. Nada atendía sino esa fuga…»
Por fin. Ya estaban en la zona dominada por los villistas. El coronel detuvo su cabalgadura. «Sólo entonces miré, con asombro, aquellas manos lívidas, crispadas sobre mis hombros. Horriblemente crispadas».
Y que al intentar volverse hacia el servicial, éste resbaló y dio contra el suelo. Una bala destinada al coronel había sido absorbida por los lomos de «El Perro». El militar lo llevó a sepultar al camposanto. «Pero la última visión que conservo de él: junto a un depósito de basura vi un perro muerto, de vientre inflado y patas encogidas, con unos ojos turbios tercamente fijos en la basura».
Mis valedores: hasta el momento de su muerte, «El Perro» mereció puro desprecio del militar, y esta es la razón por la que hoy convoco, una vez al humano y despreciado redrojillo de «El Perro»:
Vendedor por oficio (coca-colas) y servil por vocación, cuando -destino de pueblos débiles- una decisión del Imperio lo impuso en Los Pinos, inició una labor que no cesa como lacayo de Bush, que va desde el abyecto «comes y te vas», hasta su frustrado sabotajes a la reunión de Rio de La Plata. Hoy, a chicotazos de lengua, todo un ex-presidente de México y roe-zancajos del Presidente Constitucional de Venezuela, Hugo Chávez, se empeña en seguir cabalgando en ancas del penco del cowboy y con los suyos propios guardarle los lomos al carnicero. Destino de pueblos débiles: ¿cuántos del calibre del perro del cuento sufriremos todavía? Mi país. (Ah, mi país…)