De héroes y villanos

¡Mi defensa es vuestra acusación! ¡Las causas de mis supuestos crímenes, vuestra historia..!

México, primero de mayo de 1886-primero de mayo de 2007. Paisanos, tengan presente, no se les vaya a olvidar. No olviden todo eso que ya olvidó o nunca ha sabido la mayoría de los asalariados que hoy van a tomar plazas y calles para ¡e-xi-gir!, como ocurre a lo rutinario y puntual año con año: que el gobierno les respete sus conquistas laborales, exigencia que denota una absoluta falta de conciencia de enemigo histórico. Los Mártires de Chicago, mientras tanto:

Vuestras leyes están en oposición a la naturaleza y con ellas robáis a las masas el derecho a la vida, a la libertad y al bienestar…

No olvidar esos hombres cuyo sacrificio conmemora hoy el mundo: August Spies, George Engel. Albert R. Parson, Adolph Fischer y Louis lingg. Tener siempre presente su requisitoria contra los enemigos históricos:

Creen tener derechos sobre todas las personas, sobre sus vidas y su libertad, aun el derecho a asesinar a quienes les son incómodos, cuando son diferentes, cuando no son parte de la amorfa masa o rebaño servil…

¡Tiempo llegará en que nuestro silencio será más poderoso que las voces que hoy vosotros estranguláis..!

Aquí, por revivir esa memoria histórica que se nos agosta y angosta, los momentos finales de unos héroes y mártires que a la defensa de la jornada laboral de ocho horas y un salario menos injusto aventaron por delante la vida En México, por fortuna, su lucha iba a ser retomada por los hermanos Flores Magón y los también mártires de Cananea y Río Blanco, antecedentes directos de los cadáveres de pasta de Conchos y SICARTSA. Así transcurrieron sus momentos finales:

Aquel primero de mayo amaneció caluroso. Muy temprano salió el sol, dorando los patios de la prisión. En su respectiva celda de condenados a muerte los ocho cautivos aguardan el patíbulo. De repente, un ruido de cerraduras marca el final. August Spies detiene su ambular de león enjaulado. «¿Ya es hora?», pregunta «Vamos afuera», dice uno de los celadores, mostacho hirsuto. Por cuanto a la celda de Parsons, el que comanda el grupo de celadores ordena «Vamos afuera».

«Así pues, llegó la hora de la verdad. Vamos».

Louis Lingg, por su parte, en el momento en que lo conducían fuera de la celda comenzó a decir: «No es por un crimen por lo que nos condenan. Es por…» Y guardó silencio.

Tiempo después, cinco de los ocho anarquistas condenados a la horca por la justicia de Illinois habían sido concentrados en un saloncillo de la prisión federal, no lejos del «portón de entrada» (difícilmente pudiese decirse «portón de salida»). Los cinco condenados a muerte se miraron, ligeramente pálidos, pero tranquilos. «Salud, compañeros», dijo uno de ellos. A la palabra «salud», los otros intentaron una sonrisa «¿Listos?», preguntó el celador de los grandes mostachos. «Listos», contestó Spies.

«No es por un crimen por lo que nos condenan», repitió Lingg. «Nos condenan por nuestros principios. Pero yo desprecio su…» Guardó silencio. Afuera sonaban las 10 de una mañana caliente en Chicago. 1886. Ya ante el patíbulo, Lingg iba a completar su mensaje final: «No es por un crimen por lo que ustedes nos condenan; es por nuestros principios. Desprecio a todos ustedes; desprecio su orden, sus leyes, su fuerza su autoridad. ¡Ahórquenme!»

Antes de morir habló George Engel: «Las leyes de ustedes están en oposición con las leyes de la naturaleza y mediante ellas roban ustedes a las masas el derecho a la vida a la libertad y al bienestar. ¡Estoy listo..!»

«Pueden ustedes sentenciarme –August Spies-. Pero que al menos se sepa que en Illinois, ocho hombres fueron sentenciados a muerte por pensar en un bienestar futuro, por no perder la esperanza en el último triunfo de la libertad y la justicia…»

«Si la muerte es la pena correlativa a nuestra ardiente pasión por la libertad de la especia humana –Adolph Fischer-, entonces yo lo digo muy alto: ¡dispongan de mi vida.!»

El mensaje final de Albert R. Parson, al pie de la horca «Sobre el veredicto de ustedes quedará el veredicto del pueblo, para demostrar las injusticias sociales de todos ustedes, que son las que nos llevan al cadalso. Pero quedará el veredicto popular para decir que la lucha social no ha terminado por tan poca cosa como es nuestra muerte…»

«Esos hombres eran moralmente superiores porque cada uno era capaz de sentir gran amor por la humanidad…» (A su memoria)

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