Virtudes y vicios

La despenalización del aborto, sin ir más lejos. El descrédito en el que han caido sotanas y capas pluviales que con su beligerancia se tornan motivo de escándalo y sorna, burletas y expedientes penales. La inseguridad pública, con su racimo de asaltos, secuestros y asesinatos. Esa violencia inaudita que acalambra el territorio nacional, con su delirante regazón de muertos descabezados y cabezas mutiladas que arroja a estas horas el crimen organizado. La patética confesión del Secretario de la Defensa Nacional, de que «El crimen nos ha rebasado«. La violación y muerte de niñas y ancianas. Los militares en entredicho. Tantos y tan variados asuntos que pensábamos tratar en la tertulia de anoche Tanto de qué hablar, comentar, polemizar y reñir entre todos nosotros, y sale el maestro con semejante comentario…

– ¿Que qué? ¿La soberbia y la qué? – Se escamó el joven juguero.

Que la soberbia y la humildad. ¿Se imaginan ustedes? Pero en fin, que es el maestro, y su palabra pesa como la de nadie más en la tertulia de Cádiz. Y qué hacer. Escuchamos que la soberbia es la jactancia por unos bienes que no se poseen o no en el grado en que los pregonamos, y que presupone un deseo desmedido de aparecer como superior a los otros, con un mérito personal que subaja al mérito ajeno. Que de la soberbia se derivan orgullo, jactancia, vanagloria y desprecio por los demás. ¿Que qué..?

Nosotros, oyéndolo. La tía Conchis, aquel descarado bostezo. Yo, cuando menos, me atuve al Manual de Carreño, y a cada bostezo me cubría la boca con el dorso de la mano. Un traguito al gordolobo para espantar la modorra. El maestro, impertérrito: «Contra el vicio de la soberbia tenemos la humildad, que nos enseña a moderar el apetito exagerado de la propia valía».

La Maconda, neo-panista y adoradora (¡inaudito!) del de Los Pinos, lanzó su anzuelo: «¿Sabe alguno en qué fueron a parar las dizque playas en esta ciudad, antes el DF, y hoy Marcelona? – Ninguno picó. Yo, tímido, me aventuré: «Esa privatización encubierta del ISSSTE…» Nada

– Humildad y soberbia atañen también a los grandes políticos que bien lo dice el consejo del sabio: «Manifiesta tu grandeza a través de la humildad».

Y que tal es la virtud de los líderes y los visionarios, con la que han logrado captar amor, admiración y fidelidad de las masas. «No importa la altura que alcance el pastor de pueblos. Si no cayó en la megalomanía seguro es que se ha granjeado la voluntad de sus seguidores. Porque conocen ustedes el vértigo de altura que ataca a cualquier mediocre, que apenas se trepa en el famoso ladrillito, pierde la dimensión y se siente semidios. Y si no ahí está…

– ¡Marta Sahagún, con todo y su segundo marido!

– ¡Eva Perón con todo y su populista Domingo Siete!

Y que Hitler, Stalin, los dictadores. «Jesucristo, en cambio: «Aprendan de mí,
que soy manso y humilde de corazón».

– ¡¿Y dónde dejan al aborrecible tirano barbón de las siete vidas en Cuba la mártir?!, rabió La Maconda «¿Sabían que también ese sátrapa impuso el aborto en su isla? No, si el Diablo los cría y ellos se juntan…»

– Bueno, sí –don Tintoreto-. Pero con todo respeto, ¿a qué viene esto de hablar de virtudes en la tertulia? ¿De virtudes qué sabemos nosotros? Nos limitáramos a los puros vicios…

– Ah, ¿y sin el debido contexto apreciaríamos en toda su magnificencia el acto soberbio de humildad, qué paradoja, que frente a todo el país acaba de realizar ese personaje de arrolladora personalidad? ¿Cómo, entonces, sopesar la humildad del ídolo de multitudes cuyo carisma lo ha convertido en el predestinado que señala rumbos a toda una nación? ¿No acaba de renunciar a honores y vítores y aclamaciones de una multitud enfebrecida y delirante, que el día de mañana primero de mayo, pensaba entregársele como se le ha entregado hasta hoy? Grandioso el acto de humildad de un líder de semejante dimensión que hasta hoy día mal puede dar un paso fuera de su residencia sin que una muchedumbre enloquecida galope tras él: Hossana en las alturas..

Pero obsérvenlo ahí: Seráfico y franciscano, él vive ajeno a todo impulso de soberbia, y practicante de la humildad, rechaza públicamente el homenaje del pueblo, multitudinario homenaje que la nación preparaba en su honor para el día de mañana Todo su pueblo: pensionistas del ISSSTE, desempleados, trabajadores de salario mínimo cuya dieta básica es la tortilla El, ajeno a toda acción de soberbia personal, acaba de rechazar la tradición de presidir el ritual del primero de mayo con sólo quince palabras:

«En honor a la verdad, más que un festejo de los trabajadores era del presidente».

– ¡Cede toda la gloria a los trabajadores! ¿No es admirable su actitud?

«Así me hace el aquellito». Entre dientes, El Síquiri. (En fin.)

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