Yeguas de la noche

El edificio de Cádiz, en la Mixcoac-Insurgentes. En él habitamos diversos vecinos protagonistas de las fabulillas de mi invención (el contrasentido, leerlo entre líneas): mi primo el Jerásimo, borrachales y licenciado del (de lo que queda del) Revolucionario Ins.; la tía Conchis, conserje del edificio, y el joven juguero; don Tintoreto (lavado en seco y a todo vapor, se enanchan o angostan corbatas), y su amantísima Tintorera, siempre de negro hasta los pies vestidos sus 98 kilos de peso; el Cosilión y su esplendorosa Lichona, blusón y mallones blancos tres tallas más chicas de lo que piden, demandan, exigen sus formas; la señora viuda de Vélez (la Maconda), neo-panista y adoradora (¡imagínense!) de Calderón; el maestro y su jovencísima setentona de las zarcas pupilas, la maestra Águeda, jubilada de todo, menos de vivir a corazón abierto; El Síquiri, hijo legítimo, natural y putativo de Chinches Bravas, Ver., y la Jana Chantal, mini-rnini de licra, que por mi conducto pone a disposición de los galanes sus señas telefónicas, las de la noche y las diurnas, cuando se metamorfosea en el Tano, vulcanizador de repelos de las llantas que Texas nos avienta en plena cara.

Aquí los vecinos forman bandos rivales: unos son católicos y otros evangélicos; unos anti-aborto y los más pro-legalización; unos pro-vidas, otros pro santa Muerte; unos pro-Ebrard otros anti-López Obrador;todos, menos La Maconda, anti-calderonistas rabiosos; todos beligerantes, a gritos y manoteos defienden sus simpatías y maldicen sus diferencias. Hoy, por ejemplo:

Este día, nuestro periódico mural, que empapela toda la pared frontera del cuarto que habita la tía Conchis, amaneció tapizada con caricaturas de diversos periódicos, todas vituperosas para el chaparrito, peloncito, etc. Y la hora sonó para la tertulia nocturna y «nomas que me entere quién fue el poca madre que asi ofendió a nuestro primer estadista», se enchiló La Maconda.

– ¿Y qué esperaba usté? ¿Que aplaudiéramos a semejante nulidad? -la tía Conchis. ¿Qué realizaciones de gobierno le tenemos que aplaudir a ese al que aborrecen Manuel Espino y el PAN. Qué haría Calderón sin su partido político.

– Cuál partido (La Tintorera). Ese ni a partido llega.

– ¿Y luego el PRI? Pero a la hora de la hora nadie pela al chaparrín. Me da una lástima. Qué diera porque alguien le aplaudiera, el pobrín…

Fue ahí donde intervino el maestro: «No escucha aplausos porque no quiere. Es tan fácil hacerse aplaudir…» (Achis, achis. Expectación.)

– Hacerse aplaudir es fácil con el método de El Cuarto Reich, del caricaturista Palomo. ¿Cómo describe usted el episodio, señor valedor?

– Va más o menos así: es noche cerrada en el palacio de gobierno de El Cuarto Reich, ese paisito de embeleco, espejismo y encantamiento que se atejona en algún entresijo de la América nuestra, la poca que nos va dejando el Imperio. Madrugada. Bajo la negritud del firmamento la ciudad capital se tiende como arpillera en el pellejo de un valle erosionado. Aquí, al repecho del bosquecillo de los pinos, la zona residencial, ostentoso cubil de políticos sinvergüenzas, qué redundancia, y oligarcas transnacionales. A distancia natural, el barrio de medio pelo, siempre venido a menos, y allá, en las verijas del yermo, donde no se enchinchen, los arrabales del pobrerío (allá, como aquí, pobres lo somos todos, si exceptuamos a los ricos). Ah, el variopinto catálogo de las vernáculas favelas, villas miseria, arrabales, muladares, ciudades perdidas que excreta nuestro mundo libre, cristiano, democrático. (Allá, muy arriba, un firmamento grifo de luceros, lástima que los oculta el smog. Presidiéndolo todo, fría, hermosa y distante -como tú, mujer-, la luna.)

Silencio. El Cuarto Reich duerme el sueño de los justos; de los justos que no padezcan insomnio. En la entraña del bunker presidencial, en uno de sus intestinos (el grueso, ya rumbo a la salida), el mediocre impuesto al vivo cojón rebúllese en sueños, se agita, bañado en sudor, zarandeado a culatazos de pesadillas. Entre fruncimiento de ceño y ceños, los labios del zafio farfullan retazos de sílabas y agargajados estertores que le estremecen los músculos y le perlan el mentón. Pero no, cuáles sílabas; es el rechinar de incisivos, caninos y premolares, algunas de ellos cariados. Haya cosa…

¿La causa de los malos sueños? El del bunker se siente aborrecido por sus enemigos casi tanto como por sus buenos amigos. Pero no, aborrecido no sería trágico: despreciado. Despreciado ¡hasta por sus enemigos! Y es así como odio, desprecio y rencor, todo repercute en sus pesadillas, y esta noche carga encima toda la repulsa, toda la iracundia de un fregadaje que, por impostor, lo abomina Lóbrego. «¡Santo Señor del Yunque! ¡Legionarios de Cristo! ¡Santa Marta Sahagún, écheme aquí una o sea una mano..!»

Y fue entonces. Entonces fue. En plena pesadilla la tronante voz del Ángel de lo Sobrenatural: «¡Despierta y ponte a..» (Mañana)

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