La humana servidumbre

Al imponerles horarios laborales de esclavitud, asignarles para el descanso los más indignos espacios, inferirles ofensas y maltratos discriminatorios y someterlas a acoso sexual, se violan sus derechos humanos. Por una labor de entre 12 y 14 horas perciben un salario que va de los 80 a los 500 pesos. Claro, sí, las trabajadoras domésticas.

Y que el Gobierno del Distrito Federal considera que su salario semanal debe ser de mil pesos, por lo que urge la legislación que lo garantice, y que no vaya a ser letra muerta. Porque, mis valedores, el ama de casa es la víctima del eterno macho, pero la trabajadora del hogar es víctima eterna del ama de casa. Ella, sí, la «sirvienta, la «muchacha«, la «criada«, la «gata«, la eterna discriminada, la sierva, la esclava, el objeto sexual. ¿Y ella qué? ¿Va a seguir en la total desprotección de las leyes, o se harán efectivos y a corto plazo los planes del Gobierno del Distrito Federal?

Porque en el país existen más de 1.7 millones de empleadas domésticas, 150 mil de ellas en la ciudad capital. Porque la suya es la tercera ocupación femenina en México. Porque su trabajo, tan devaluado, representa más de 11 por ciento del producto interno bruto del país; sin seguro social, sin vacaciones, sin jubilación. Porque dedica 99 horas de trabajo semanal y porque con méritos para un sueldo de 4 mil al mes, devenga salarios de hambre. Pues sí, pero…

– Cuando yo exijo mis derechos, me responden: ¿cuáles derechos, si tú eres sólo una sirvienta, una «gata«? Una «gata«, ¿derechos? El macho se jacta:

¡Para carne buena y barata, la de la gata..!

Aquí, un hecho fehaciente: la de la empleada doméstica es una esclavitud, y no muy distinta a la de las infelices que en la Grecia antigua servían a las amas de casa de clase media y alta. Para que capten ustedes que 24 siglos apenas han devastado esa condición de esclavitud, aquí les ofrezco un fragmento de un cierto escrito que muestra la condición de la esclava en el Siglo III antes de nuestra era, con una sugerencia que me parece oportuna: capten si existe, en esencia, alguna diferencia entre la escena antigua y alguna hoy día en algún hogar mexicano de clases media:

Corito: -Siéntate, Metro. ¡Tú, levántate y acerca un asiento a la señora! Todo tengo que ordenártelo yo: tú, infeliz, no eres capaz de hacer nada por ti misma. Eres en esta casa no una esclava, sino una piedra. Ah, pero cuando mides tu ración de harina, bien que cuentas los granos, y si cae un tanto así, el día entero estás rezongando y bufando, que ni las paredes te aguantan. Bendice a esta señora, bríbona, que si no fuera por ella, ya te habría dado de palos.

Metro.- Querida Corito, a mí también me tienes sufriendo este yugo; también a mí me hacen temblar de rabia, y día y noche ando ladrando como perro tras estas malditas. Pero lo que me hizo venir a verte…

Corito.- ¡Largo de aquí, imbéciles! ¡Son todas oídos y lengua, y en lo demás, pura pereza..!

(Más allá de la ruda escenilla contra las desdichadas, y sólo a modo de detalle curioso: ¿saben ustedes a qué se debió la visita de Metro a Corito? Fue a pedirle en préstamo cierto adminículo con el que la mujer se auto-gratifica, y a preguntarle quién se lo fabricó, para encargar uno propio.)

Empleada del hogar. El poeta la mira pasar, y sonriente, bonachón y distante, así dibuja el retrato hablado de la que llama «gatita«:

«Con la flor del domingo ensartada en el pelo, pasea en la alameda antigua. Ropa limpia, el baño reciente, peinada y planchada camina por entre los niños y los globos, y charla y hace amistades…»

«Al lado de los viejos, que andan en busca de su memoria, y de las señoras pensando en el próximo embarazo, ella disfruta de su libertad provisional y posee el mundo, orgullosa de sus zapatos, de su vestido bonito, y de su cabellera que brilla más que otras veces…»
Y esta reflexión con la que no estoy de acuerdo, mucho menos con aquello de la prostitución:

«Las gatitas, las criadas, las muchachas de la servidumbre contemporánea, se conforman con esto. En tanto llegan a la prostitución o regresan al seno de la familia miserable, ellas tienen el descanso del domingo, la posibilidad de un noviazgo, la ocasión del sueño. Bastan dos o tres horas de este paseo en blanco para olvidar las fatigas, y para enfrentarse risueñamente a la amenaza de los platos sucios, de la ropa pendiente y de los mandados que no acaban nunca».

Y entre paréntesis, la plegaria del propio poeta: «Danos, señor, la fe en el domingo, la confianza en las grasas para el pelo, y la limpieza de alma necesaria para mirar con alegría los días que vienen!». Válgame. (Dios.)

Un comentario en “La humana servidumbre”

  1. en los tiempos de la campaña de miedo y odio de Calderón para llegar a la presidencia , las señoras encopetadas panistas decían que el Peje les quería quitar a sus criadas , por eso era un peligro.

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