Ser o no ser…

Reina Gertrudis: «¿Hijo mío, qué os ocurre, que parecéis preocupado..?
Hamlet: «¡Señora, yo no sé parecer..!

Por cuanto a ustedes, mis valedores, y perdonando la curiosidad: ¿son, o parece que son? Católicos, quiero decir. Porque si son en verdad religiosos no están preparándose para volcarse y revolcarse en Huatulco, Cancún o Acapulco. Y a darle gusto a la tanga y al antro, al coco con ginebra y a la visión delirante de unas playas en brama de carnes en sancocho. Ah, semejante ensueño de los pubis entrevistos en la alcahuetería de la tanga, el bikini y un hilo dental que ni los de Serrano Limón, el pro-vida

Es tiempo de prueba, quiero decir, porque cuál pudiese aparecer más a propósito para certificar ante la propia conciencia que se es o no se es, que somos esencia o aparentamos ser; que hay congruencia entre nuestro dicho y acciones o somos sólo apariencia, Tartufos, gesticulación, redrojos…

Porque durante estos días de cenicientos de la llamada Semana Mayor o Semana Santa, la de los lienzos morados y un espíritu contratistado a la meditación del drama descomunal de la pasión y muerte del Justo, el cristiano (el católico, al menos) se demuestra a sí mismo la verdad de su fe, del fervor y dolor que le causa el ajusticiamiento de Jesús el Ungido. Y a recogerse y meditar, orar, dolerse con el Unigénito. Porque cristianos son (católicos, cuando menos), que no descreídos y apáticos como los miles de creyentes, los cientos de miles que, desde el día del bautismo, practican su religión, o serían simuladores, y no más.

Los descreídos no entienden, no tienen por qué contristarse con el drama inconmensurable del Calvario. Pero el católico…

Todo ello, mis valedores, porque salgo a la calle y algo en la lógica se me descuadra: entre quienes habitamos este hormiguero se asegura que los católicos son mayoría absoluta, aplastante, abrumadora Católicos en un 87 por ciento, válgame Pues sí, pero entonces…

¿Por qué en esta Semana Santa la ciudad capital se advierte tan solitaria, casi tanto como capillas y templos, basílicas y catedrales? Todos los habitantes de la ciudad que en los días de más honda tragedia en la religión católica se marcharon detrás de la diversión y la disipación, esos no son, no pueden ser católicos. Decidirse sí, sí nombrarse, y a la menor provocación de Norbertos y Onésimos colmar el Goloso de Santa Ã?rsula y a su hora, a media calle y en la plaza pública gritar contra la legalización del aborto. Católicos no pueden ser. Agnósticos sí, descreídos, apáticos o librepensadores; todo, menos católicos, o la presencia de alguno en Acapulco la noche de un Viernes Santo el remoquete de católico sería una afrenta y un ultraje para esa religión. No…

Bueno, sí, ¿pero entonces por qué tan solitaria la ciudad capitalina? ¿Tan pocos son los católicos que en los días santos permanecieron en la metrópoli? No entiendo. Para mí ese es un misterio más difícil de desentrañar que el que torturaba a San Agustín: que Dios, siendo uno, sea trino. ¿Pues qué, tan pocos católicos viven en la ciudad, los que conmemoraron en los lugares apropiados de esta ciudad los llamados días santos, contristado el ánimo ante la pasión y muerte de Jesús el Ungido? Por algo a su hora lo afirmó un jerarca católico, el hoy difunto Genaro Alamilla, obispo emérito de Papantla, Veracruz:

«El mexicano es un analfabeta religioso. Es muy doloroso reconocerlo, pero la Iglesia Católica debe reconocer que se ha olvidado de orientar a los feligreses sobre el verdadero sentido del cristianismo. En lugar de impartir adecuadamente la doctrina, sólo ha privilegiado el culto. La Iglesia no ha educado de manera religiosa al católico. En vez de realizar su misión apostólica ha preferido dedicarse sólo al culto y a la política, provocando con ello que México sea una nación de analfabetismo religioso…»

Y en realidad objetiva: el tiempo presente es el de las vacaciones, vale decir tiempo de juerga, jolgorio, jácara, diversión. Cuánto admiro eso que ocurre a estas horas en Iraq, con el hombre que, su Santo Corán en la mano, extrae de su práctica religiosa la norma de la conducta personal, y la mística, el temple, la reciedumbre para sacar la cara (la vida) por su país invadido por un misticoide ex-alcohólico que, al más puro estilo de católico en Acapulco dice hablarse con Dios. ¡Dios!

Católicos en Huatulco, Cancún, Acapulco. Y a su regreso, la cantaleta, el reniego, el griterío, la exigencia: ¡que en Los Pinos y anexas les pongan no a esos tales ilegítimos, no a beatos ni a vendepatrias, sino a verdaderos estadistas con todo lo que el estadista debe tener respeto a las leyes, patriotismo y sensibilidad social. ¿Lo exigen esos católicos? Bah…

De los tales, mis valedores, ¿saben ustedes lo que dijo el Cristo? «Que los muertos entierren a sus muertos». (Qué más.)

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