¡Devolver lo mal habido!

Un gobernante existió a quien el dios anunció su próxima muerte. Aterrorizado imploró a la divinidad, y le fue concedida la prolongación de la vida si otro humano aceptaba morir en su lugar. El angustiado corrió a la presencia de sus padres y de rodillas pidió al anciano que, como sustituto,  aceptase morir. “No, que a mí la vida aún me dará muchos goces”, contesta el anciano, y la madre: “Tampoco yo, que tiene cada quien su hora señalada, y eres tú el único que ha de sufrir tu muerte, y ya deja de llorar”. El cobardón incitó a la esposa, apeló a su amor y fidelidad, y consiguió que ella aceptase una muerte que no le correspondía.

No. Se asemejan, pero no lo son. Los protagonistas no son los que alguno de ustedes supone. El no se llamaba Enrique, sino Admeto, personaje mítico, y a la que aventó por delante para que le evitase una muerte inminente se nombraba no Angélica, sino  Alcestis. Ahí no existieron de por medio intereses mostrencos, inconfesables, y sucedió en algún reino de Tesalia, no lejos del monte Olimpo, morada de Zeus y otros dioses míticos; no en México, el de las casas blancas habitáculo de diosecillos de utilería. Pero bien dice el cínico: piensa mal y habrás pensado bien.. A propósito:

Las diosas de masquiña, mis valedores.  Las reinas por un día. Marta, Margarita,  Angélica…

A la Margarita consentida de López Portillo la obligaron a regresar parte de Chapultepec del que se había apoderado valida del hermano en Los Pinos. A Marta la befaron por su arribismo, oportunismo y rastacuerismo, endiosada como “pareja presidencial”. A Angélica, la actual, su segundo marido la arrojó por delante cuando percibió la amenaza de una muerte civil inminente. La Alcestis de sololoy intentó la empresa imposible de lavarse un rostro emporcado por una riqueza por demás inexplicable, intolerable para el salario mínimo del país. Diosa efímera, su riqueza es permanente, como la del resto de las Angeles Pineda compañeras, y barraganas del resto de los Abarcas del Sistema de poder, con alguna excepción, si es que haya alguna en México.

Yo, cuando el escándalo del trozo de terreno que la Margarita (“la décima musa”, como la nombró a lo servil el escritor Agustín Yánez), escribí un mensaje a la que intentó mi amistad en los tiempos en que la hermana de López Portillo  era sólo una buena mujer y que más tarde se ensoberbeció con el hermano en Los Pinos. El escrito aquel me viene a propósito ahora que miré en un video crispados los rostros de una señora Angélica que en su cuenta personal maneja millones tras de 25 años de labor, buenas administradores que han resultado algunas personas. Por cuanto a la “décima musa”:

A Margarita la conocí allá por 1968, cuando una revista literaria nos vino a relacionar. Era ella una señora de tantas, de clase media y mediano pasar; una mujer tímida, que a la hora de las confianzas me reveló que solía tramar guiones para televisión que siempre le rechazaban. “Mi sueño dorado es que algún día me acepten una telenovela”, Me reveló su seudónimo: Sibila. “Una diosa, o algo”. Le expliqué lo referente al personaje mitológico y nos dejamos de ver. Cuándo íbamos a imaginarnos aquel bandazo de la atrabiliaria fortuna. Porque la Margarita me buscó como amigo hasta que su hermano trepó a Los Pinos, y entonces…

De un día para el siguiente se desató el ciclón. Yo, atónito, presencié la metamorfosis  de aquella  mujer que en todo había sido “apenitas”, y que ahora era el símbolo rutilante de un sexenio que fue de la frivolidad. (Sigo mañana.)

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