Cuidado con esa trampa, mis valedores: la de la exigencia. Mucho cuidado con esa engañifa que nos infiltró el Poder. Se exige a quien se ama, a quien se estima, al aliado. Se les exige por su bien. ¿Pero al Sistema? ¿Al enemigo histórico del cambio que precisamos y que toca a nosotros realizar? ¿Exigirle al tigre que por amor a nosotros se vuelva vegetariano?
Para nulificar la acción contestataria de unas masas a las que oprime, deprime y reprime, el propio Sistema les ha inoculado esa forma de lucha destinada al fracaso: “ustedes exijan”, y ahí el antídoto: ni los veo ni los oigo, que se refuerza con un elemento letal:
Mucha y a todas horas televisión, que es decir telenovelas al por mayor, esas que a sus actrices (sólo a una de ellas, a saber por qué) reportan salarios para adquirir palacetes de millones de dólares, nuestra moneda nacional, y para acabar de agachar a las masas: transmisiones y retransmisiones del clásico pasecito a la red, chismarajos inmundos de actricitas de(l) gran canal dos que se hacen del dos en leyes, reglamentos y un decoro elemental para aprontar a jóvenes seniles y viejos impotentes su gran canal del desague en un delirante aquelarre de procacidad con la glorificación de la pantaleta y el nalgatorio, todo aderezado con un tzunami de anuncios comerciales que me los tienen así, miren, en la posición de vaciar intestinos, hipnotizados bajo el efecto de los opiáceos que les administra el Sistema. Lean, a propósito, Un mundo feliz, de Huxley, donde la dictadura de Estado, por mantener a la gente domesticada, le administra cada día su ración de un bebistrajo que nombra soma. Y entonces sí, todos contentos. Ustedes mismos, ¿cuántas horas al día dedican a la lectura? ¿Cuántas a su ración de soma-televisión? Por eso mismo, mis valedores; por eso es que ya nos tomaron la medida.
Pero de pronto surge Ayotzinapa, y ante el crimen de Estado explota el descontento y las consignas lanzadas a gritos, y el siniestro fulgor del incendio. Ahí la alerta del Sistema de poder, pero entonces escucha el clamor que unifica a los exasperados: ¡E-xi-gi-mos!, y los Peña, Osorio y Cienfuegos: “falsa alarma”, y la paz. Mis valedores:
¿Si nos remitimos a las enseñanzas que ofrece la historia, esa estrella polar del estudioso que quiera entender cabalmente los problemas de la comunidad y sus posibles soluciones? Lo afirman la historia y la realidad objetiva:
Hace algún tiempo cierto comerciante que acababa de vender su negocio en 500 millones de dólares (información de los matutinos), fue objeto del secuestro de su hijo. Regateó el precio con los plagiarios y, según comunicado prendido a los restos mortales de la víctima, no satisfizo a cabalidad sus pretensiones económicas. Bien conocidas son las consecuencias: el menor fue asesinado por sus captores (asesinado también fue su chofer, pero ante los noticiarios qué puede valer la vida de un simple trabajador de salario mínimo). Y ocurrió entonces: en una reunión histórica y frente a la cúpula del gobierno, el padre agraviado expresó su dolor, acusó a las autoridades correspondientes de falta de resultados positivos, y ¡e-xi-gió! justicia a los tales, lanzándoles la requisitoria que hoy se torna punto de referencia: “Si no pueden, renuncien”.
Calderón y su gabinete de seguridad redactaron un plan que arreglaría tan calamitosa situación. El agraviado les concedió 100 días para cumplir el articulado del plan. ¿Y?
(Esto sigue mañana.)