De pendejo no me baja

Que el horror de Tlatlaya, Iguala y las fosas clandestinas, dije a ustedes ayer, asesinó también el triunfalismo de un Peña reformista que al olor del energético apodaron estadista mundial. Fue la herencia de Calderón la que bajó de su nube al priísta y lo ubicó donde mejor conviene al país: en la humildad que conduce a la autocrítica.

Porque Peña iba desalado tras el trono de López Portillo, el más reciente monarca sexenal, a quien todas las “fuerzas vivas” quemaban copal, y aquí la evidencia: JLP regresó de Washington y la reseña del matutino:

¡Y Tláloc quiso también recibir a Quetzalcóatl! Pequeñas y débiles gotas empezaron a caer sobre invitados, reporteros, agentes de seguridad, soldados… y el pueblo ¡que había ido a recibir a su Presidente y aguardaba ansioso verlo aparecer en el cielo de Anáhuac!”

Conforme el tiempo pasaba Tláloc decidió incrementar su lluvia. Pero el pueblo también respondió a Tláloc. ¡No cesó de lanzar vivas y porras al Presidente López Portillo! Ni los mariachis callaron. Tampoco lo hizo la marimba que el SNTE había llevado. Los ferrocarrileros y petroleros hacían sonar con más fuerza sus clásicas maracas…

Los reporteros que cubrirían la llegada del Presidente corrían de un lado a otro para sus entrevistas. La lluvia arreciaba. Los ferrocarrileros, previsores, llevaban una enorme caja, de donde salieron los impermeables para todo el gremio. No así los reporteros. Venció la lluvia al Derecho a la información. Empapados, se dispersaron en busca de un sitio donde estar a cubierto. Los más avezados se aprovecharon de los ferrocarrileros. Los dejaron sin impermeables… los ¡arrebataron! El tiempo de espera por el Presidente López Portillo se hizo nada.

Cuando las 17:22 horas dieron, las 5 mil personas reunidas en el hangar presidencial lanzaron un grito de admiración. ¡Aparecían entre las húmedas huestes del dios Tláloc el Quetzalcóatl! Siete minutos tardó en aparecer por la pista de carreteo… Por fin, a las 17:32 –27 minutos tarde, pero a quién le importaba- el Presidente López Portillo hizo su aparición. Con la mano en alto saludó a su pueblo que lo esperaba anhelante. Y lanzó una mirada al cielo, allá donde el dios Tláloc también le daba la bienvenida…

Clarín de órdenes. Honores al Jefe de Estado. Salva de 21 cañonazos. El Presidente JLP bajó las escalerillas del avión seguido por el jefe del EMP,  Rosa Luz Alegría y otros funcionarios. Cuando el Presidente llegó a la alfombra roja un elemento de fusileros paracaidistas lo invitó a pasar revista a las fuerzas armadas. Con paso firme, el Presidente JLP fue allá, después saludó a los miembros de su gabinete. Como Tláloc no cesaba, muchos funcionarios decidieron taparse con los impermeables. Sólo uno parecía estar feliz con la lluvia. El almirante Ricardo Cházaro, secretario de Marina, permanecía sonriente. Unos 20 minutos después el Presidente José López Portillo abandonó el hangar presidencial a bordo de su Ford Galaxi blanco, que lo llevó a la residencia oficial de Los Pinos.

¡Y Tláloc lo acompañó!”

López Portillo, garañón de tamaños hasta que una señora Montenegro lo apaciguó,  no puso el rumbo  a Los Pinos, sino a Acapulco,  con todo y una Rosa que era su Luz y Alegría. Mis valedores: del JLP de los excesos, al que falleció disminuido y en silla de ruedas, ¿cuánto avanzó un país al que dejó en silla de ruedas? Para la inmortalidad, una de sus frases postreras:

Sasha me cachetea. De pendejo no me baja…

Que para bien del país  Peña modere sus ímpetus. (Vale.)

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