La noticia de miércoles me ratificó en lo que soy: un penitente. Sin más. Vi la foto, vi la sangre, vi el cilicio, leí: Musulmanes chutas de la India se flagelan durante la procesión del Día Final de Ashura». Pensé en el padre Pioquinto, pensé en mí, en mis ardores. Pero sí, paso a la explicación.
Fue antenoche. La Porciúncula convocaba al Tedeum. Yo hacía la lucha en la cama, pero cómo poder, pura Tula que podía (Tula es mi madre). Ni de lado, ni de espaldas, ni boca abajo. Y aquellos ardores. Mi secreta esperanza: que La Lichona, frutal sota moza, viniera a calmarlos. Esperanza inútil, bien lo sabía Sueño imposible. Me resignaba a recibir en mi cama a la propia tía Conchis, conserje del edificio, ella a la que le confié mi dolor. Mis ardores…
Todo comenzó a media tarde, hora en que me acerqué a La Porciúncula por visitar a un amigo, el sacristán. El, ateo furibundo; yo, furibundo nomás. En la penumbra de la sacristía lo encontré botella en mano. Abrimos la espita de la charla inútil: que si esto, que si aquello, y que si viste la foto del obispo Onésimo disfrazado de gitanillo en el coso taurino, el crucifijo penduleándole sobre la panza Dónde que Cristo detesta revoleras y chicuelinas..
Y fue entonces. De repente, el chasquido, el quejido, el pujidillo que salían de la capilla del Cristo Vivo. Miré al sacristán, «El padre Pioquinto, de penitente». Hacia allá me encaminé de puntitas. «Sh, no te le acerques, que te oye y te excomulga Allá tú, pecador». Yo allá voy, de puntitas, avanzando milímetro a milímetro. Milímetro a milímetro entreabrí una rajuela de puerta Conforme mis ojos se hicieron a la penumbra ahí, de rodillas en las baldosas, oí al penitente recitar, y qué letanía más extraña
– Daniel Ortega el de Nicaragua Hugo Chávez el de Venezuela..
Y ándenle, que de la mesita que tenía al lado con cilicios diversos (de hilos de ixtle, de hilos de alambre) tomó el de mecates trenzados y vamonos, un pajuelazo en los lomos, y el quejidillo. «Evo Morales el de Bolivia Lula Da Silva el de Brasil. Fidel Castro…» Y venga el cilicio.
Achis, achis. ¿Exorcismo? Nueva invocación, esta vez al che Kirchner, y el azote con el ixtle en los lomos, y el pujido, y abrir los brazos en cruz. «El ecuatoriano Rafael Correa», Y el pajuelazo en los lomos. Haya cosa Así lo escuché invocar al del Banco Mundial, el Wolfowitz de los calcetines rotos, a los participantes en el Foro Económico de Davos, a los periodistas extranjeros. Ante el Cristo Vivo invocó a los contingentes de descontentos que protestan dondequiera que huela a la presencia de Calderón, y ¡zaz!, el diablazo. Yo, sin comprender. Hasta que, al final de la extraña letanía la rogativa frente al rostro de Jesús: «¡Que Calderón no vaya a caer. Si, a caer en el ejercicio de la autocrítica..» Yo, que entendía pura Tula (Tula es mi etc.)
– Que no caiga a reconocerse enanín y guiñapo en el puesto que le obsequiaron Bush, Fox, el IFE y el TRIFE. Que no vaya a reconocerse como lo que es: un reaccionario de vocación proyanki que queda bien con el gringo y reniega de sus hermanos en el sur». Y el reatazo. «Que si se empeña en polemizar, no polemice con pesos pesados de la alzada de Chávez y Lula él que ni el peso gallo alcanza porque para gallo le faltan los, digamos, espolones». Y órale, con el de ixtle, y a culimpinarse y besar el suelo, y alzarse y alzar los brazos en cruz, y el pujar, el jadear, el gemido. «¡Cristo Jesús..!»
– Que en México siga arropándolo su aliada incondicional, la industria del periodismo. Que ésa le siga alcahueteando sus metidas de pata Hazme ese milagro. ¡No sea que Calderón, en un ejercicio de autocrítica, vaya a valorarse en su tamaño justo y en su justo valor. ¿Te imaginas? Débil de carácter como todos los de su medianía., ¡vaya a caérsenos de boca, él también, en el Prozac! ¡Y Prozac ya no, Cristo Vivo! ¡De Prozac con seis años tuvimos..!
¡Prozac! ¿Cómo fue? De repente, movimiento reflejo, ruda caída y sonido de rodillas que se rajuelean contra las baldosas. «¿Y ora tú? ¿Quién eres, qué haces aquí?» Jadeando, yo me azotaba los lomos y pecho. Furiosamente. «¡Prozac ya no! «¡Calma, imprudente! ¡Ese no, porque te hiere. Es de fierro!»
Yo, fierro por adelante, fierro pos atrás (¡ay Dios!): «¡Que Calderón no, Santo Cristo! Y rájale, con el cilicio. Pero ignorante que es uno en materia de cilicios: una y otra vez me azoté pechos y espaldas, pero no con el ixtle, sino con el de alambre con abrojera de afiladas púas. «¡Prozac ya no, Santo Cristo! ¿O quieres que te me vuelva ateo? ¿Y luego..?
Esa noche la pelleja de lomos y pecho una viva llaga, que en ninguna postura lograba acostarme. Y ánimas que aparezca ahí La Lichona (la señora esposa del Cosilión) con su mertiolate. Y sí: de repente, en mi puerta toc, toc. Apagué la luz. En la penumbra me acomodé a lo maja desnuda ‘Tase». Y ah, el aroma la presencia la figura vaporosa que entró y se sentó a mi vera «A ver su pechito». Válgame, la Jana Chantal, travestí. (Lástima)
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