Efervescencia estudiantil en 1968 y efervescencia estudiantil hoy día, a la que se añaden los crímenes impunes de San Fernando, Tlatlaya y Ayotzinapa, con las fosas clandestinas en Guerrero, Morelos, Michoacán y…
Hoy día, como en los tiempos aborrascados de Tlatelolco y más tarde Ribera de San Cosme, la aguas bajan turbias, seca está la paradera y electrizado el ambiente. Nosotros, en tanto, no queremos aprender de la historia, según todos los indicios. Y la verdad oficial:
¿Cuánto fue del dominio público la veintena de cadáveres de mexicanos asesinados por miembros del ejército mexicano? Hasta que la noticia nos llegó del extranjero. porque de otra manera el gobierno de Peña…
¿Cuántos fueron los estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa, dónde ocultan a los sobrevivientes y cuántos de ellos fueron asesinados y por quién o quiénes? Y la verdad oficial, una vez más, hoy que acabamos de conmemorar un aniversario más de un tiempo cargado de presagios que estallaron en Tlatelolco y cuyos efectos iban a cambiar la fisonomía del país:
Fue en 1978. Los reporteros se acercaron al general José Hernández Toledo, jefe del Batallón Olimpia la tarde infausta de Tlatelolco:
– General, ¿realmente falleció el número de personas que se afirma murieron el 2 de octubre del 68?
Rotunda fue la respuesta del ameritado militar (¡por el honor de la patria!): – No, miren, en Tlatelolco no falleció ninguno.
La historia oficial, ese oficial e interminable embuste; ese interesado manipuleo de la crónica que viene desde Tlacaélel (¿desde antes?) en una tradición que han mantenido los alquilones al servicio del Poder, como aquel nombrado Rafael Solana, difunto hoy como desde mucho antes era ya muerto en vida, una vida que dedicó a quemar incienso a los premios literarios, al presidente en turno y a la belleza de la que fuese “primera dama”. De la masacre (¡no genocidio!) de Tlatelolco lo publicó en la revista Siempre el Solana de marras:
¿Los sucesos de Tlatelolco? Ganas de exagerar que tiene la gente. El 2 de octubre fue una catástrofe de muchísimas menores proporciones que un accidente de aviación no muy grande, o que unas vacaciones de Semana Santa en las carreteras del país, mucho menor que el incendio de un teatro, ¿y a eso se le ha pretendido dar dimensiones de epopeya? ¿Y se ha llegado a la exageración ridícula de decir antes de Tlatelolco y después de Tlatelolco? Pero cómo, ¿acaso, cuando el choque de trenes en Topilejo, se llegó a decir antes de Topilejo y después de Topilejo? Qué ganas de exagerar…
La verdad oficial. Según documentos de Washington, “la Comisión de la Verdad podría ser una ventana hacia un panorama de secretos, una caja de Pandora política. De ser abierta, podría destruir al Revolucionario Institucional, que durante 71 años de dominio en México controló el flujo de información, los archivos del Estado y la versión oficial de la historia. Muchos capítulos de la versión oficial son falsos o están llenos de huecos”.
Pero la Verdad, mis valedores, siempre termina por salir a flote, poniendo en la picota a embusteros como esos que intentaron ocultar la veintena de cadáveres derribados al socaire de un ensangrentado muro de Tlatlapa. Más allá del tartufismo de una dictadura perfecta que en triunfo retorna a Los Pinos, la Verdad sobre Tlatelolc se columbra en ciertos documentos que el general Marcelino García Barragán, Secretario de la Defensa Nacional en el sexenio del matancero antecesor del carnicero Calderón, reveló a Javier García Paniagua, hijo suyo, documentos que he de transcribir aquí mismo un día de estos. (Vale.)