Y mi honda es la de David

Sí, americanos, hay que decir quién fue aquel grande que ha caído…

Y aquel grande, como lo nombres el poeta Darío, fue nuestro genio americano José Martí, cumbre señera del espíritu humano y uno de los primeros antiimperialistas de la América mestiza nacido en La Habana un día como hoy, pero de hace 154 años. Aquí, del coro de voces que ponderan una obra fructífera consagrada a liberar a Cuba del dominio extranjero, y esto hasta los límites del sacrificio final:

«Si en América se esculpiera dignamente la estatua de Martí habría que hacerlo con la representación de una de nuestras montañas. Es un personaje de libertad; es uno de los grandes hablistas de la lengua castellana, poeta y literato, hombre de pluma y de pensamiento. Martí trabajó para la patria, trabajó para América. Martí es una idea Su palabra, anda,- su espíritu, vela. Se sienten sus pisadas calientes de santo por la expiada, ungida senda del honor y la gloria de América».

Su idea, su palabra y espíritu: el día anterior a su muerte en combate redactó en este párrafo la síntesis de una existencia de pensamiento y acción:

‘Ya estoy todos los días en situación de dar mi vida por mi país y por mi deber
-puesto que lo entiendo y tengo ánimos con qué realizarlo-, para impedir a tiempo, con la independencia de Cuba, que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso».

Otro día, con su sangre, iba a cimentar la palabra. Sí, ¿pero cómo pudo, se pregunta el estudioso martiniano, comprender que se abrían nuevos peligros para América Latina y que se hacía necesario declarar la hora de su segunda independencia? ¿Qué elementos de la nueva etapa histórica en la que entraba por aquellos años en el mundo capitalista â?? l imperialismo- alcanzó a conocer a Martí? El mismo parece responderlo en unas frases que han hecho célebre por la que repetimos: «Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas; y mi honda es la de David…»

Las entrañas del rapaz, que así se expresaba del territorio que se extendía al sur:

«Basta una ojeada al mapa de Norteamérica para comprender que México forma geográficamente y por otros conceptos un todo con los EU. (…) ¡Hermosa provincia tropical, en verdad, para adquirirla para nosotros! De ahí, el pabellón de las estrellas seguirá hasta el Cabo de Hornos, cuyas olas agitadas son el único límite que reconocemos para nuestras ambiciones…»

Y entonces la voz de profeta, las advertencias del baquiano, del adelantado. Si nuestra (¿nuestra todavía?) América hubiese escuchado esa voz:

«¡Cuidado! Estados Unidos tiene sobre nuestros países miras muy distintas de las nuestras; miras de factoría y pontón estratégico. Cuidado con el trato con Estados Unidos. Jamás hubo en América asunto que requiera más sensatez, ni obligue a más vigilancia, ni pida examen más claro y minucioso, que el convite que los Estados Unidos -potentes, prepotentes, repletos de productos invendibles y determinados a extender sus dominios en nuestra América mestiza- hacen a las naciones americanas de menor poder». Y que tal convite: «podrá festejarlo con prisa el estadista ignorante y deslumbrado, podrá recibirlo como una merced el político venal o demente, y glorificarlo con palabras serviles. Pero el que vigila y prevé, ése ha de inquirir qué elementos componen el carácter del que convida y el de convidado, y si están predispuestos a la obra común por antecedentes y hábitos comunes, y si hay riesgo de que elementos temibles del pueblo invitante se desarrollen en la unión que pretende, con peligro del invitado.

Ni pueblos ni hombres respetan a quien no sabe respetar. Cuando se vive cerca de un pueblo que por tradición nos desdeña y nos codicia (…) es deber continuo y de necesidad urgente erguirse cada vez justicia u ocasión, a fin de mover a respeto a los que no podemos evitar. Ellos, celosos de su libertad, nos despreciarían si no nos mostrásemos celosos de la nuestra. Ellos, que nos creen inermes, deben vernos a toda hora prontos y viriles.

Hombres y pueblos van por este mundo hincando el dedo en la carne ajena, a ver si es blanda o si resiste Y hay que poner la carne dura, de modo que eche fuera los dedos atrevidos. ¡En su lengua hay que hablarles, puesto que ellos no entienden la nuestra Con ellos… ¡cuidado!»

Y la referencia a esta que fue su segunda patria:

Más ha hecho México en subir hasta donde está, que los Estados Unidos en mantenerse decayendo, de donde vinieron. ¡La civilización en México no decae, sino empieza.!

José Martí. (A su memoria)

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