Con mi maestro (un búho) volvà al gallinero, y qué ambiente tan distinto al de unos dÃas antes. Ahora todo era acción y actividad. «Faltaba que alguien nos los abriera, lo ojos. Y sésgate, que las ponedoras nos hemos decidido por la acción inmediata». Y allá van, y acá vienen, de la cerca de alambre a los comederos, a los nidales, a los bebederos. De ganchete observé al que se los abrió, o sea mi maestro el búho, él que es capaz de mirar en la luz como en las tinieblas. Lo và menear la cabeza. «Hacen lo que pueden», las disculpé.
En mi primera visita, me acuerdo, el gallinero hervÃa de sol. De repente oÃ: ¡cócorocó!, cacareo escandaloso, y uno más, y otro. Las ponedoras, sÃ, que depositaban su huevÃn en el nido. ¡Cócorocó! La parada, tras el esfuerzo, bebÃa agua a picotazos. La prieta (jadeos, engrifar de plumas, las zancas despatarradas) pasó por el trance esforzado y jalaba aire. La vareada dirigÃase al nido en frieguiza, ya con el suyo en la puerta. Un esfuerzo, un jadear, y achaparrarse, abrir ojos, pico, todo. De súbito: ¡cócorocó! Y asà la pinta y las varias más. En la pileta, a la sombra del pirul, iban reponiéndose del esfuerzo. ¡Cócorocó! Pero ahà estuvo el problema: en los cócorocós.
SÃ, que al escándalo, la pandilla de gallos que pastorean el gallinero se dejó venir. De los comederos, que casi nunca abandonan, viniéronse sobre los huevos.
Gallitos jóvenes, fachendosos, cresta arriscada y prevenido el espolón, pisando fuerte se dejan venir al banquete; ventajistas que no fueran, han dado en tragarse todos los huevos. Véanlos llegar con su porte alardoso. Oigan su kikirikà amalditado; adviertan los picos atrabiliarios, que a piquetazos van despanzurrando nidales, picoteando yemas, desgarrando claras. Ya después, el naufragio de los cascarones. Las pollas, a media voz: «Diablos de abusones y ventajistas, aprovechados de la ocasión. Como nos ven mansitas…»
Ah, ¿conque motÃn a bordo? Y por que se mire quién manda en el gallinero, los atrabiliarios se dejan venir contra las rezongonas, y órale: qué desastre de plumas, ahogos, jadeos, cuadriles despernancados. La búlica, la vareada, la pollita todavÃa, soportan una vez más, en tensión las zancas, el jineteo de los abusones. ¡Oh ay, uf, agh, puf.!
Silencio. Los espolones tornan al comedero. Las pollas, entre sacudidas y espasmos: ‘punta de atrabiliarios; se apropian de los comederos, se tragan nuestros blanquillos, y qué modo de violar a la proteste, ay de mÃ..»
– Yo hasta herniada quedé con la sacudida, ¿tú crees? No habÃa agarrado resuello después del huevo, cuándo échate encima todo el peso de los otros huevos, o sea los del pinto, y que clase de meneos y sacudidas, pa su…
– No, y los espolones del giro, de este grandor. Sentà que estaba malpariendo un huevo de yema cuata. Como me fue agarrar cansada…
Ã?iganlos: desde los comederos, el claridoso kikirikÃ, pregón de los desbozalados. Oyéndolos, la gallina blanca, polla todavÃa, de pronto no puede más, y recogiendo con el pico una de las plumas desprendidas del ala, bajo el ala cobija la cabeza y se echa a llorar, y su llanto contagia a las otras: un mar océano de reniegos, de lágrimas, de imprecaciones; que gallos aborrecidos, que violadores, que gallos ilegÃtimos, neoliberales, vendepatrias, proyankis…
Fue entonces. A la vista de duelos, quejumbres, reniegos y gimoteos, rápido, fui y’ les llevé a mi maestro, un búho dotado para mirar en la luz como en las tinieblas. AhÃ, parado en la rama más alta del más alto eucalipto de la granja avÃcola: «¡Eso! A llorar como gallinas que no quieren entender. Los gallos son unos cuantos, y ustedes millones. Ustedes son las de los huevos, pero huevos de qué les sirven, si se rehúsan a pensar, y asà crear estrategias con qué enfrentar con éxito a los gallitos sobrones. ¿Cuánto tiempo todavÃa se la van a pasar renegando, lamentándose y lloriqueando por las tropelÃas de los atrabiliarios gallitos? ¡A pensar, a la autocrÃtica!, a la creación de estrategias para las que los gallos aún no sinteticen el correspondiente antÃdoto..!
Ellas moviéndola, o sea la testa, y pelándolos, o sea los ojos. Reflexionando. Y sÃ, el búho tiene razón. En cosa de dÃas remediamos este desmadre. Qué bien. Las dejamos con su buena intención. Mis valedores: mi maestro y yo acabamos de visitar la granja avÃcola, y semejante actividad, todo el gallinero movilizado para enfrentar a los gallos sobrones. La búlica:
– Flamante nuestra estrategia. Yo ando meneada recolectando firmas. Ya llevo un friego. ‘Yo- la vareada- ya puse de acuerdo aquà a las muchachas para que al unÃsono todas, como una sola, nos vayamos a encuerar frente al jacalón de San Lázaro. Y la prieta, la más activa del gallinero: ‘Ya nos organizamos, como nos aconsejó el búho. Ora sÃ, a ver si con este millón de firmas, la mega-marchita que preparamos y una protesta de nalgas al aire no hacemos talco a esos chinches encimosos y atrabiliarios, qué les parece…»
Mi maestro suspiró. Hondo y profundo. (Qué más.)