Suspiré. Qué más…

De lo eficiente que es la PROFECO, esa Procuraduría del consumidor que, según su titular, «asumirá el liderazgo en la producción de los sectores más vulnerables de la población mexicana», me hablaba aquella tarde la Maritoña, mi vecina reciente. Un discreto mordisco a las partes pudendas de un burro de buen tamaño (con galletas de animalitos acompañaba la infusión):

– Un día, me acuerdo, se le descargó al Arcadio la batería.

– Es natural. Excesos, la edad, la falta de vitaminas. Pero un biagrazo…

– No a él, que a pujidos, pero seguía funcionando, sino a su volks. Entonces fuimos a que se la recargaran, o sea la batería, ahí donde meses antes los del Rock’s nos habían estafado con la leche adulterada ¿Y lo pasará a creer? Los del mentado Electrolito también nos transaron, vendiéndonos como nueva una batería de segundo cachete Yo, entonces, dije a mi marido: Oye, Gordolobo, ¿y si pusiéramos nuestra queja en la PROFECO..?

– Era lo indicado.

– Pues sí, señor bigotón, pero en esas que nos nace la Gladis Elizabeth, y qué mala pata, porque nos fue a resultar con su labio tencuachito, o sea leporino, qué mortificación. Ya para entonces mi viejo se me había vuelto un desobligado de miércoles porque al iris de emplear su tiempo libre como Dios manda, viendo en la tele su clásico pasecito a la red, el muy baquetón la agarraba primero con la cheve para rematar con la cacardiosidad, muy al estilo del licenciado Jerásimo (¿No nos estará oyendo? Tengo entendido que su pariente vive con usted.)

La tranquilicé. El tal andaba a esas horas como todos los de su calaña: grillando a ver si la Jackson o el Paredes, o al revés, que de todas maneras resulta lo mismo. La Maritoña, un lleguecito a los cuartos traseros de un dromedario de dos jorobas. Esos dientes. La lengüita -no la del dromedario-. Esas, esos…

Ella, memoriosa: «¿Y a dónde cree que se iba a chupetear el muy briagadales de mi barrigón? Al Haz por venir, botanas de chilacayote.

– ¿Sería donde antes estuvo el..?

– Exacto, donde antes estuvieron los abusivos mecánicos, que meses antes habían quebrado, gracias a Dios. Y ándele, que por esos días se nos vino la liberación femenina, y las leyes cantineras dieron entrada al «viejerío», ¿No le llamaba así el barbón Punta Diamante?, y entonces la cantina aquella se volvió un verdadero desgarriate (un verdadero desmadre, perdón); un desmadre disfrazado de burdel. ¿No lo estoy aburriendo con mis rollos?

Yo, un traguito a la de menta y azahar.

– Pues nada, que con una de esas pútridas que se las daba de muy trabajadora sexual se me huyó el móndrigo Arcadio. Las últimas noticias del perjuro fueron de que lo vislumbraron por Chinches Bravas, Alto Lucero, Saltabarranca o algún otro poblado de mi lindo Veracruz. Que por allá andaba dándole gusto a la vida con una prieta de nachas tamaño doble ancho, mire, que no es por dárselas a desear.

– Pues usted no anda muy escasa que digamos

– Es que a él siempre le han chiflado las nalgas. Las de las morras, digo. Yo entonces pensé: qué se me hace que ora sí voy y pongo otra queja esta vez contra el adúltero de Arcadio, y le meto una demanda al Haz por venir en la Procuraduría del consumidor. ¿No fue consumidor de la piquera mi viejo? Por alcahueta. Pero no, señor bigotón, preferí mejor encomendarme a Santa Rita de Casia, ella que es la abogada de las causas imposibles, y en este país imposible resultaría que las autoridades clausuraran una cantina. Primero clausurarían la cámara de los comunes (y corrientes), o sea la gallera de los diputados broncudos y las diputadas asesinas. Y ahora, de repente, vea.
Me mostró aquel cacho de papel. Leí: En relación a la queja le solicitamos indique el domicilio del proveedor con el fin de tramitar debidamente su reclamación. Y que atnte., y una pila de garabatos, y a la fecha.

– Bueno, sí, ¿pero cuál es su preocupación?

– ¿Cómo de que cual? ¿Todavía no la pesca? ¿Pos ora con qué cara voy a parármeles enfrente a los procuradores del consumidor, ellos que con tanta prontitud, eficacia y espíritu de servicio se viven protegiéndonos contra las malas entrañas de los comerciantes de la MASECA, la carne, la leche y los huevos, para ir a hacérselas de gas y salirles con aquello de que conmigo ya no se molesten? ¿Con qué cara decirles, sin que los tales se vayan a ruborizar, que allí donde me transaron con la leche adulterada ya no hay Rock’s cual ninguno, ni un taller eléctrico El electrolito, ni cantina Haz por venir, ni burdelito, porque ya el eje vial borró del mapa el cacho de calle donde se alzaban las sucesivas negociaciones? ¿Cómo decirlos sin irlos a apenar? Pobres, ¿no..?

La Profeco Suspiré (Qué más…)

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