¿Qué hacen los valerosos? ¿Ya no están dispuestos a morir? – Estoy abatido, estoy avergonzado – de vuestras armas de mujer – ¡Conquistadores de tiempos antiguos, – volved a vivir!
Con tales imprecaciones se dolía Axayácatl, allá por 1480, de unos guerreros que habían perdido el vigor en campaña y que fueron humillados por un ejército de purépechas cuyo número, creía el tlatoani, no llegaba a la mitad de los guerreros tigres y los guerreros águilas, pero que resultó ser del doble, y con mejores armas. Tras de la derrota, según cronistas indígenas, “los viejos ataron y trenzaron los cabellos con cueros colorados, señal de tener tristeza por su capitán, y como buenos soldados hacían aquel sentimiento ayudando con lágrimas a mujeres, hijos y parientes”.
Y porque en la derrota no sólo murieron muchos, capitanes y guerreros, sino que muchos se fueron huyendo, Axayácatl se duele de los vencidos, y en un dolorido poema les dice:
“Estoy abatido, soy despreciado, – estoy avergonzado, yo, vuestro abuelo Axayácatl. –No descanséis, esforzados y bisoños, – no sea que si huís, seáis consumidos, – con esto caiga el cetro de vuestro abuelo Axayácatl”
“Los verdaderos mexicas, mis nietos – permanecen en fila, se mantienen firmes, – hacen resonar los tambores – la flor de los escudos permanece en vuestras manos – ¡Que no os hagan prisioneros! ¡Daos prisa!”
Hoy tal exhortación lanzaría contra el rostro del rebaño manipulado por un Sistema de poder que así le dicta lo que hay que pensar, creer y opinar, hasta el grado de que ese rebaño permite que hoy día, a lo impune, no sólo le reviertan la acción patriótica del 18 de marzo de hace 76 años, sino que van a cargarle –a cargarnos- los costos del rescate de PEMEX y la Comisión Federal de Electricidad. Es México.
Porque el imperio de los guerreros águilas y tigres se desmoronó. La crónica de los vencidos afirma que la caída fue presagiada por ocho prodigios funestos que anunciaron la caída de México-Tenochtitlan a manos del invasor extranjero. Los agueros o abusiones se manifestaron en forma de columnas de fuego, cometas, hervor del agua de la laguna y aparición de engendros deformes que así como llegar, desaparecieron.
Ominosa y lóbrega se anunciaba la caída del Anáhuac y sus dioses tutelares en manos de la tizona y la cruz, genocidio demencial que hizo clamar a los vencidos, en presagios dramáticos:
Esa funesta señal fue que muchas veces y muchas noches se oía una voz de mujer que a grandes voces lloraba y decía, anegándose con mucho llanto y grandes sollozos y suspiros. “¡Oh hijos míos! Del todo nos vamos ya a perder. Hijos, mis hijitos, ¿a dónde os podré llevar y esconder?”
Hoy día, el país amenazado con las “reformas” de Peña e incondicionales, ignorantes nosotros de una cultura política que vendría a explicarnos esa politiquería de muy mala ley que de alguna manera pudiésemos neutralizar, el peligro existe de que al final unamos nuestro clamor al de los meshicas vencidos:
En los caminos yacen dardos rotos – y en las paredes están salpicados los sesos – rojas están las aguas. Y era nuestra herencia una red de agujeros.
¿Pero hoy, como aquel entonces, para nosotros va a ser demasiado tarde? ¿Qué piensan ustedes, los que saben pensar?
“Todavía es poderosa nuestra lanzadera, – con nuestros dardos – dimos gloria a nuestras gentes. Ciertamente ahora hay cansancio, – ahora hay vejez. – Por esto me aflijo – por vuestros escudos de mujer. – ¡Conquistadores de tiempos antiguos, – volved a vivir!”
(Animo.)