El síndrome de primera dama, mis valedores, que se manifiesta en el lujo, la ostentación y el protagonismo de la recién llegada a Los Pinos, que como primera medida va a satisfacer su vanidad personal acaparando las cámaras, los micrófonos y las revistas del corazón. Así se iniciaron los seis horrorosos años de Marta Sahagún y así parecen comenzar los de Angélica Rivera, que no ha resistido los cantos de una sirena de nombre Marie Clarie, revista de modas en papel couché, ni las tufaradas de copal de unos alquilones que renunciando al decoro y la ética periodística no dudan en afirmar en medios de alcance internacional que Angélica Rivera es una mujer que se distingue no sólo por su belleza, también por su trabajo a favor de los más desfavorecidos.
¿Sí? ¿Cuándo, cómo, dónde, por qué?
El síndrome de la primera dama a la que un retazo de poder descompone, mudanza de la que mucho sabían Shakespeare y Dostoievsky.
Dije a ustedes ayer que al leer la noticia y mirar las fotos de la primera dama en la revista de modas o algo por el estilo, experimenté espeluznos al comprobar que tal fue el comienzo de una delirante Marta Sahagún que como segunda esposa del zafio Fox, con su arribismo logrero y protagónico dio ejemplo al país de lo que significa carecer de todo decoro. Yo, entonces, le envié un recado que hoy reitero porque parece reproducirse el fenómeno Sahagún, Dije y digo:
Flor de un día, o más bien de un sexenio, el de Fox, en un tiempo soñó usted con encaramarse en el sillón del gobierno, y ya sus dos reales en él darse entera al derroche y los lujos desaforados, al saqueo de las arcas públicas y a aplacar la delirante ambición de todo mediocre, arribista y logrero: por no ser, tener. ¿Para quién? Para usted y toda la parentela de aquí a la quinta generación. Señora:
¿Pues qué sueños de opio la llevaron a imaginar tal desmesura? Nada era usted, y a la nada ha vuelto. Conócete a ti mismo, exhortaba el oráculo de Delfos, que Sócrates tomó como divisa, y usted nunca se conoció, nunca tuvo conciencia de su pequeñez, y como los fuegos fatuos: se alzó, reventó en luces multicolores y el varejón del cohete a dar el porrazo en el suelo. Esfumado el hechizo, la carroza tornó a ser calabaza. El onanismo mental de gloria, poder, lujos y derroches: todo se tornó un montón de ceniza, la de los sueños de opio que incinera la realidad, y a volver a lo oscuro, a esa mediocridad que es su santo y seña, señora. Aquello fue a desandar lo andado, a recular, como tarde o temprano recula la fauna de los trepadores, los arribistas, los oportunistas, los oficiantes del rastacuerismo. Señora:
¿Ahora a qué se dedica usted? ¿Qué oscuras actividades la mantienen ocupada en su refugio provinciano? Después de que vivió en el cogollo del poder y aspiró los humos de ese avieso copal que a su hora le quemaron los serviles que nunca faltan y siempre salen sobrando, ¿qué fue de sus lambiscones? ¿Cuántos de esos cortesanos siguen alimentándole su vanidad y devaneos de frustrada estadista? Con Fox, ¿comiéndose las buscas de cuando “pareja presidencial? Señora Martha:
Fue flor de un día, flor del sexenio de su segundo marido, y no más. El polvo retornó al polvo y lo del agua, al agua. Así pasan las glorias en este mundo, y no vaya usted a olvidar que lo que salió de la nada a la nada ha vuelto. Como usted misma, señora Martha. Y un pedimento final:
¿Podría platicar de sus experiencias personales con una primera dama de nombre Angélica Rivera? Es por México, señora.
(Vale, pues.)