Sigo aquí la añoranza del chiverío que enajenó al mentecato que fui de joven, y la reanudo con el recuerdo del Tigre Sepúlveda, que en la defensa central ganaba contiendas con la pura estampa de una camiseta a rayas, unos mostachos aguamieleros y un mirar así, miren, de fiera en brama. Y a palidecer, esos margaritones del Atlas, que allá viene el Tigre…
Te honro a la vuelta de tantos ayeres, zambo aborigen genial, pesadilla de rivales, honra y prez de Atemajac. ¡En la defensa izquierda Jamaicón Villegas, y ya!
Nuño: sacrificio, entrega, dinamismo puro y puro pundonor. No, y aquel inolvidable… ¿cómo se llamaba el inolvidable tirador de media distancia? Qué inolvidable zurdo era ese que se me olvida, que manera de avanzar: pique, freno, descolgadas escalofriantes y el sonoro rugir del balón al ángulo superior de la portería. ¡Y autogol del inolvidable! “Mis” chivas.
Como si lo estuviera viendo: Marimbas Vidrio mentado. Me acuerdo que cuando en el área chica se picaba con el balón… Un momento; el Marimbas Vidrio no, que ese era de los otros, de los defensas del Atlas. Es que de aquello hace ya tantos diciembres…
Pero tú cómo te me ibas a olvidar, símbolo garrochón de mi juventud primeriza. De pie te saludo, chiva grande, tú al que así anunciaban todos los altoparlantes de todos los estadios donde se practica el futbol:
“¡En la portería de las Chivas ¡Jaime… Tubo… Gómez!»
Palcos, sombra preferente y sol general se cimbraban y se venían, aunque sólo de porras y aplausos. ¡Ah, Tubo de mil batallas, espejo y flor de «mi» chiverío desde chivito de las fuerzas inferiores hasta que llegaste a chivón! Tubo afamado que por el honor del Rebaño Sagrado salías a partírtela (la madre nomás); Tubo que fuiste honra y prez del rojiblanco cuando no era propiedad de algún mercachifle vergara, sino de un consejo de beneméritos que ni dueños parecían. El Guadalajara de los Colomitos lejanos, allá por los rumbos de un Zapopan por aquel entonces todavía limpio de narcos. Colomitos fragantes…
Dije Colomitos y de golpe se me viene el paisaje sombreado del que fue establo del chiverío y querencia de mis años nuevos, los que se me murieron en olor de virgen zapopana y de primerizo amor: Con la ilusión de que volvieras – mi corazón abrió la puerta – y tus pisadas confundí – con el latir – del corazón. (Me los estoy sintiendo mojados; los ojos.)
Me he puesto a rememorar el perfil de «mis» campeonísimas Chivas de los años 60, cuando no había en todo sol general un fanático más entrañudo que yo, mentecato y pobre de espíritu que, héroe por delegación, con otros tan mediocres como yo juraba que “jugamos bien. Fuimos contundentes a la hora del escopetazo. ¡Goleamos!” (Y nunca había tocado un balón.)
A esto quería yo llegar: en estos tiempos crispados de perras bravas, merolicronistas logorreicos y fanatismo inducido, tal como el dipsómano que logró la curación y el vicioso que venció el cigarrito, yo obediencia a los manipuladores de la TV nunca más. Renegué de la exaltación impuesta que me traía delirando y me lavé de esa mugre mental. Crecí mentalmente y ejercité el oficio de pensar y el de la autocrítica. De aficiones sólo el libro y unas faldas, que no pantalones, de mujer. Hoy, columbrando ya el aletazo de la muerte que vive dentro de mí, mantengo sólo mis tres deseos bien cumplidos: la comida sana, antes del sueño acopiar un nuevo conocimiento, y el sexo alumbrado por ese juego y fuego fatuo que es el amor.
Es cuanto, y a vivir. Qué más. Qué mejor. (Vale.)