La canción de cuna, mis valedores, azucarada tonadilla de besos, ternura y amor, que la madre modula a media voz en tanto se filtra, por la ventana entreabierta, la luna llena. Allá, en los bajíos de la comba tenebra, desflórase de repente aquel silencioso desparramamiento de estrellas errantes. La madre, pupilas de luz, formula un deseo por la dicha del molotito de carne que se acaba de dormir. La fabulilla:
Erase que se era, allá en tiempos y regiones de los sueños color de rosa y en el lacerado corazón del basural, un reino feliz, con un caserío al que cariñosamente nombraban ciudad perdida. Y ocurrió que una noche, en su Disneylandia de láminas y cartón, dormitaba un querubín con el vientre rebosante de esos bichitos que se crían en tales reinos de encantamiento: amibas, lombrices, salmonela, estafilococos. Poéticos nombres.
He ahí al querube, que llora y se retuerse en esa artística muestra de la artesanía popular que es el huacal aguacatero, forrado con páginas de “sociales”. En eso, que entra al castillo el rey, y que al llanto del heredero se descarga del negocio que lo trajo de esquina a esquina durante el día: una caja de chicles y tarugaditas de plástico made in Hong-Kong, para luego acercarse a la cuna de tules y gasas de color azul (cachos de periódico): “¡Cuñá, cuñá!”
– ¿Por qué llora, mi hijo? ¿Los cólicos, las chinches, la chinche hambre?
– ¡Cuñá, cuñá, cuñá!, el serafín redobla sus lloros.
– Duérmase, mi niño, que voy a contarle un cuento de cuna. De huacal.
Y ahí, en la noche del mundo feliz, la voz abrojuda tartajea el cuento infantil. “México es mucho más que una economía estable. Así lo ven los analistas e inversionistas de todo el mundo, declara Peña”. ¿No te alegras, mi hijo? Y otra más: “El crecimiento real del país está por arriba de la inflación, lo que nos debe llevar a la acción, afirma Luis Videgaray, titular de Hacienda. Hijo, ¿no aplaudes?
Y el prodigio del cuento de hadas: el bibelot de viva carne comienza a acallar sus lloros, a amainar el hipo, a entrecerrar los párpados. El cuentecillo infantil: “César Camacho, titular del PRI, aseguró que con las reformas promovidas por Peña se le quita el freno al país, a fin de estar en condiciones de pisar fuerte el acelerador”.
Lástima, porque a la alcoba ha entrado la reina del castillo, en sus manos la ropa ajena, recién lavada. “Pero viejo, qué le estás contando a mi niño. Arrúllalo con un cuento dulce, no con ese, macabrón».
– Se durmió, ¿no?
– Pero, viejo, que un cuento de ese tamaño me lo puede traumar. Si a mí, que soy una adulta, con sólo oírlo declamar me soltó el estómago.
– Se durmió, ¿no?
Sh…lástima; a la voz destemplada del rey la criatura entreabrió los párpados, y el chillido, el alarido del querube con todo el desconsuelo que produce el testerazo contra la realidad: el hambre, los bichos, el cólico. ¡Cuñá, cuñá! “¿Ves, mujer, por tus escrúpulos de conciencia?”
– Pero viejo, que ese cuento es para arrullar a unas masas abúlicas, domesticadas, no a una criatura virgen todavía.
– Se había dormido, ¿no? Va el cuento otra vez.
– Atúrdelo, pues. Atarántalo como Peña a los adultos, y que Dios nos perdone.
– “La economía nacional, por buen camino”, lo afirma Peña, “Yo quiero un nuevo país, un país exitoso que reconozca el potencial y talento de cada mexicano».
Es noche cerrada en el reino mágico que nombran ciudad perdida, noche lacerada a los alaridos del querubín, y qué hacer. ¡Peña, Videgaray, más cuentos, que el angelito no cesa de llorar!
(¡Cuñá!)