El libro esta vez, mis valedores, La lectura fue el tema que el domingo anterior propuse a todos ustedes en nuestro espacio comunitario de Domingo 6 que se transmite los domingos por Radio UNAM. Hablé entonces, y lo hago una vez más, de un hábito tan menospreciado en nuestro país como que es el de la lectura. De modo realista agregué la aclaración: consciente estoy de que incitar a las masas a leer corre la misma suerte de cuando ese inconsecuente cuanto de buena intención censura el licor y exhorta a los adictos a que abandonen la botella. Trabajos de amor perdidos, porque romper inercias es empresa difícil para el individuo que carece de fuerza de voluntad; porque para abandonar la de plasma y acercarse al libro, como para liberarse de tabaco, licor y televisión, se requieren temple, carácter y determinación.
No está de más recordar a sus buenas mercedes que el mexicano medio, sumido en la mediocridad, lee libro y medio al año; que lee libro y medio porque es mediocre, y que es mediocre porque lee apenas el tanto de libro y medio en un año. Y esa lectura alude al desarrollo y la superación personal, imagínense. Quien logra aficionarse a la lectura ¡alcanza los cuatro libros al año! Lóbrego.
Porque a diferencia de comunidades de países llamados del primer mundo el mexicano es renuente a la lectura como anuente a la pantalla de plasma, y esa es la manera más directa, más contundente, más aplastante, de mantenernos en la mediocridad y en el subdesarrollo mental, que es el más nefasto de los subdesarrollos. Y apartados del libro, como desdeñosos de toda manifestación cultural, cómo salir de esa horrorosa mediocridad en que estamos inmersos y de la que no alcanzamos a darnos cuenta porque tal es el modo de vida general. Patético.
Porque tanto a escala personal como de naciones quien lee manda porque la lectura lo convierte en Heracles, y quien no lee no pasa de ser un enclenque Ificles mental, y tiene que resignarse a obedecer. Sin más. (Recuerdo, a propósito, aquel pasaje de alguna novela de lo real maravilloso donde cierto individuo, encerrado varios meses en un recinto de puerta remachada, comió y descomió dentro de aquel ambiente viciado sin percatarse del tufo corrompido que inficionó la habitación. Desde fuera alguien abre la puerta, penetra el oxígeno limpio y es entonces cuando la pestilencia lastima a los dos. A nosotros todavía nadie nos abre esa puerta, imagínense.)
Ah, pero así como escogimos todo un día para alabar a la madre, a la mujer o a los humanos de preferencia sexual distinta a quienes habremos de menospreciar el resto del año, así ocurre, por desdicha, con un artículo nobilísimo como es el libro. Muchos visitantes en el Palacio de Minería y otras sedes de ferias internacionales, para que una vez disipada la polvareda de la feria y los libros volvamos al amor de nuestros amores: la pantalla de plasma a la que ofrendamos vida, mente, criterio, voluntad. Todo.
Por cuanto a ustedes, mis valedores, ¿cuántas horas han dedicado esta semana al galano arte de leer? ¿Y cuántas, sentados a dos nalgas, han entregado a la televisión? No, por supuesto, no es gratuita nuestra condición de masas encerradas en un cuarto cerrado. Y qué hacer, si…
Todo esto es México, el de los muy pocos libros y los muchos Salinas y Azcárragas. (Agh.)