¿Quién de ustedes le cree?

Peña garantiza que el 2014 será un año mejor.

A los limosneros me referí ayer; al río de necesidad con que vengo a toparme cada mañana, cuando viajo en el Metro. Corazón de malvavisco injertado de jerica (de niño al que la indigencia robó su niñez), me aprovisiono de monedillas que voy sembrando en la mano abierta con la vagorosa esperanza de que en mi otra vida pueda cosechar un cielo todavía más vagoroso. Y va esta moneda a la anciana que a puro valor y engarruñada soporta fríos, calores, ventarrones y lloviznas tempranas, y esta otra al cacharro de hojalata, y una más a la guaripa que nos aguarda boca arriba, boca abierta en el escalón, mientras el ciego nos jura a capela que Gabino Barrera no entendía razones andando en la borrachera. Y allá va la monedilla sin más valor que la buena intención, que ya con una moneda qué puede mercarse que no sea la ilusión, pobre ilusión de pobre, de ganarse el cielo. “Dios le dé más, joven«. (Ciego, sí, por supuesto.)

¿Viajan ustedes en el Metro? Entonces se habrán topado con el corridero y el que estruja el acordón, y el que acompaña su limosnear con la flauta dulce o la guitarra de son. La cultura de la limosna, reflejo fiel de este México  de nuestro tiempo y circunstancias, cuando la cofradía de los baldados, los segregados de la comunidad, escalón por escalón se afanan a lo monótono implorando la de por Dios.

Y unos a viva voz y otros a mortecino instrumento musical, éste rasguñando la desafinada y aquél pegándose, como a la ubre, a la armónica de boca. Más allá, sacrilegio y delito de lesa música, un violín y un guiro tropical, grotesco compinchaje, ejecutan (pero ejecutan al modo del verdugo medieval) un airecillo que exalta la vida hazañosa del capo del narcotráfico. Y “ái lo que sea su voluntad».

Escaleras del Metro capitalino. En aquel escalón, el viejo de la guaripa  ofrece al viandante la única alegría a la medida y al alcance del pobre, que en México lo somos todos si exceptuamos a los ricos:

– Alegrías de a 10 pesos.

Toda la alegría que puede caber en 10 pesos; alegría de amaranto.

Pero ándenle, que ayer, muy de mañana, la novedad: una nueva tandada de mendicantes en el rastrojal de los pedigüeños: “Animas caritativas». Válgame. Devaluados al máximo me los vine a topar, sin el tanto de un peso  en cuestión de autoestima. Los vi y me miraban, la mano extendida, que extendida más me apachurraba el corazón. Y yo ya sin una moneda qué poner en sus manos.  La aparición de tales arrimadizos me vino a extrañar porque yo a todo el almácigo de menesterosos ya lo conozco como a la palma de su mano extendida, y esto porque cada mañana paso revista en mi mente a todo aquel sembradío de penurias. Pero esos recién llegados, todavía con su timidez y su verguencilla para aprontar la mano abierta…

Me dolieron, y mucho, porque, mis valedores: fue por mí, por ustedes, por todos nosotros que  aquellos indigentes cayeron en la inopia y quedaron   más devaluados que el pesito mexicano que puse en sus manos. Todo el tamaño de su tragedia se originó en el servicio que prestaron a todos nosotros. Por nosotros fue que cayeron en la extrema penuria, que así pagaron la vocación de humanitarios que practicaron con todos nosotros. Los reconocí, y quizá ustedes también los hubiesen reconocido. Sí, los ex-presidentes. ¿Cuántos de ellos creen ustedes que por servirnos están en la inopia? Chaparritos unos y otros  borrachines,  peloncitos,  garrochones, orejones, garañones. Salinas, pongo por caso, y… (Sigo después.)

 

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