El clásico pasecito a la red, mis valedores. Lágrimas, ira y desesperación provocó la reciente derrota de «su» selección ante la de Costa Rica, por más que el triunfo del conjunto gringo vino a revivir la esperanza de la fanaticada tricolor. Todo por la ruda manipulación que aplican los merolicronistas contra el pobre de espíritu. Y a modo de ejemplo:
En aquella ocasión el Tricolor fue vencido con un penal, y el merolicronista (para eso le pagan) derramó sus lágrimas de glicerina:
“Los dramáticos perfiles del futbol -triunfo y derrota, sudor y lágrima, plenitud y sufrimiento- se sucedieron ayer, como el deshojar de los árboles en el pálido otoño. Crepitación de anhelos y angustias, clamores rotos por la emoción, sentimientos tan claros como el agua y tan profundos como el abismo; voces argentinas y cascadas en un mismo orfeón; el penaltie, verdugo implacable; el gesto del vencedor, el visaje del derrotado; la tristeza, mohín insoslayable; el gol, ese martillo que hecho grito penetra el cielo. En los jugadores distinguí una lágrima…»
Y el manipulado, a llorar…
“Tienden los cronistas a acentuar el carácter estético del futbol. Hablan de estilos y técnicas, pero que no nos engañen: intentan crear una seudocultura basada en valores irrisorios para uso de las masas a las que no se les permite tener acceso a la cultura. Hacen un serio estudio de algo de lo que nada hay que comentar aparte de algunas elementales reglas de juego».
Leo Zuckermann: “La televisión ha convertido el futbol en una gran telenovela. Cada equipo es una telenovela. Es una historia interminable sin final feliz o triste. Hay momentos de alegría eufórica y de angustia depresiva».
Lo asegura el psicólogo social: El futbol es un medio de despolitización de masas, un señuelo para alejarlas de la cultura política. El menosprecio hacia el fanático se evidencia hasta en las condiciones inhumanas que se le hacen sufrir en los estadios, que son lo más parecido que existe a un campo de concentración, donde ni siquiera falta el alambrado de púas.
Y que la comunicación que se provoca en el futbol es del tipo de las multitudes espontáneas que se forman en ocasión de un linchamiento. No es de extrañar que suele terminar en violencia.
De súbito, desde las galerías rompen a rodar las pasiones crispadas y los insultos, los frustrados deseos semanales. La turba de aficionados sugiere de pronto la imagen de un viejo decrépito que se exaspera en sus vanos esfuerzos por poseer a una adolescente.
La verdadera pasión es fría. El entusiasmo es, por el contrario, el arma de los impotentes.
Porque para el pobre de espíritu tal significa el clásico pasecito a la red: una locura colectiva mañosamente inducida por los logreros de la televisión. Que el martes pasado, como en encuentros previos, el Tricolor se exhibió de irremediable mediocre con su futbol de masquiña, de pacota vil. ¿Y? ¿De sus millones de fanáticos quién le está exigiendo calidad? En este país la reacción de un enajenado del futbol es la del esperanzado de cada seis años, siempre renuente a pensar: «bueno, sí, el presidentito del haiga sido como haiga sido valió pura madre, como Fox y los anteriores, pero estoy seguro de que con Peña Nieto ya la hicimos».
Esas ganas de creer. ¿Alguno de ustedes se ve en ese espejo?
Abandonados, desatendidos por el gobierno, los pobres han caído en manos de la televisión.
“Más allá de lo estrictamente deportivo, este evento tiene implicaciones económicas muy importantes”.
(Esto sigue después.)