Floridas raíces

Los humanos somos infelices porque vemos el pasado mejor de lo que fue,  el presente peor de lo que es, y el futuro mejor de lo que va a ser…
Que estuve en mi Jalpa Mineral dije a ustedes algún día de estos, y que me hospedé en la casa de la familia. Recuerdo que en mi primera noche pueblerina, a aquello de la madrugada y  como entre sueños, percibí un a modo de rumor de alas, prestigio de ánima en pena que resultó ser ese “aprendiz de río” que, mansurrón de ordinario, envalentonado con las tormentas del temporal bajó furibundo y llegó barriendo maizales y arrastrando ramas de venadilla con una que otra borrega desbalagada que el garañón sacó de su sueño, a la viva fuerza colocó boca arriba y se la raptó corriente abajo para nunca más, lástima de borrega.
En fin, que mas tarde, ya de madrugada, me arrulló el pregón del arriero, y en el sueño me pareció volver a escuchar a mi Nina, cuando su plática embelecaba mi imaginación primeriza con las consejas del Chivo Encantado, el jinete sin cabeza y un cuerno de la abundancia denominado México. Intimas y familiares las casucas, barañas del nidal, circundaban mi sueño, donde una vez más me enredé con aquélla que jugó la trova del primer amor. Ella, mi futura Nallieli. ¿Me permiten? Un traguito; infusión, por supuesto, que conmigo el enemigo (el licor) topó en hueso; en tepetate. Y ocurrió, mis valedores…
Ocurrió que otro día me levanté oscura la mañana y salí a respirar mi querencia. La segunda llamada de misa primera, en la parroquia; algún zaguán vomitaba toses tempranas. Y allá van, chuequeando por media banqueta, rosario y devocionario en las manos, esas vejanconas de chongo blanco y trapos negros que en mi niñez conocí mozas garridas, qué tiempos aquellos. Pero ándele, Merceditas, que ya dieron la segunda llamada. Mis valedores:
Este divagar sin rumbo me lo motivó cierta foto añejona, donde el tiempo oscureció la blancura y empalideció los negros, y créanme: será la cercanía del viaje que acabo de realizar a mis derrumbaderos zacatecanos, será  la susodicha que estoy mirando, será esta hora neblinosa del atardecer o la mansedumbre de una llovizna que de repente alebrestan bandazos de viento. ¿Cuál será la raíz de este mi ánimo macilento que se contrista y arropa en vagorosas, indefinibles  nostalgias y tristuras por el tiempo que se me fue para nunca más? Y esta opresión de costillas adentro, y la gana de suspirar…
Pero no pensar mal; no pensar bien, más propiamente. La foto que tengo bajo mis niñas no es de la sota moza cuyo nombre, añudado al mío, grabé en el tronco de aquel eucalipto en el parquecillo municipal. Hoy, signos del tiempo, otra pareja de enamorados eternizó sus nombres a un lado del nuestro: Beto y Cholín, y el tosco grabado de algo levemente parecido a un aguacate, un corazón, uno de los compañones. Las preferencias amorosas. Yo, ayer y hoy, la única, mi Nallieli…
La foto, mis valedores, no muestra a mi primer ensayo de amor. (“Dos palomitas azules / paradas en un romero / la más chiquita decía / no hay amor como el primero”. Y este suspirar.)
No, sino un retazo de caserío, una calle trazada a cordel, la ermita (dos cuernitos y un caparazón de caracol), y el  imponente telón de fondo, toda crestas, barrancos y peñascales: la serranía.  Descomunal, majestuosa. El Cañón de Juchipila. Mi Jalpa Mineral, la tierra de mi querencia, la de niñez, adolescencia y primera juventud. Hoy voy por la quinta. ¿No los estaré aburriendo? Sigo, pues. (Eso, mañana.)

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