¡Ahí les viene Peña!

La inteligencia es sólo una parte del hombre, y no la mejor…
Y a propósito, mis valedores: ¿conocen ustedes algunas obras de Shakespeare? Hamlet, Macbeth, Ricardo III, El rey Lear? ¿Cuántas habrán leído o visto representadas en el escenario?  ¿Recuerda alguno La Tempestad, con tres personajes emblemáticos y a la exacta medida de esos intelectuales que medran enquistados en el Sistema de Poder? Próspero,  invasor de la isla donde ocurre la tragedia y que reduce a un par de nativos a una suerte de esclavitud: a Ariel, genio del aire, la idea y el espíritu, y a Calibán, que personifica el vicio, la torpeza, la rebeldía,  la carnalidad. Pero semejante visión es maniquea y simplista, según estudio reciente de Fernández Retamar, ensayista cubano:
Calibán, el rebelde, era el dueño de una tierra de que fue despojado a la viva fuerza por el invasor, mientras que Ariel es el intelectual obsequioso que se pone al servicio del invasor contra el rebelde nativo y dueño de la isla.
El intelectual toma partido a favor del Poder. ¿El precio por la ejecución del trabajo sucio? La granjería, la prerrogativa, la concesión, el dinero fácil para esos que en los comelitones palaciegos  balan su balada al benefactor:
“Bécame – bécame mucho – como si fuera esta beca la última vez”
Transcribo un fragmento de La Tempestad:
Ariel, todo un intelectual: – ¡Salve por siempre, gran dueño! ¡Salve, grave señor! ¡Vengo a ponerme a las órdenes de tu mejor deseo; haya que hender los aires, nadar, sumergirse en el fango (en el fuego, dice la obra), cabalgar sobre las rizadas nubes, a tu servicio estoy; dispón de Ariel y de todo su influjo”.
Próspero, mientras los perros persiguen al rebelde Calibán:
– Ariel, mi polluelo, pájaro mío: ve y encarga a los duendes que trituren las junturas de Calibán con secas convulsiones: que encojan sus músculos con terribles calambres.
Ariel:- Sí, dueño mío.
Los nombres y las cataduras de los caraduras me ampollan la mente, con sus torvos conceptos de  intelectuales Arieles, genios del aire (ese que constituye el alma del carrizo)  siempre cercanos al Próspero sexenal, a quien justifican todas sus medidas de gobierno, contrarias siempre al interés de las masas sociales.
Hoy sólo algún Ariel temerario se atreve a quemar copal ante la mediocridad del beato del Verbo Encarnado, pero ya todos templan sus cítaras y entonan las primeras romanzas al nuevo santo sexenal tal como en 1968 ventosearon sus loas a favor de Díaz Hordas, de LEA en 1971 y del Próspero sexenal Zedillo cuando se echó con todos sus policías contra la UNAM y  los estudiantes en huelga. De entre las opiniones de los intelectuales Arieles:
IKram Antaki: “Presidente habemus”.
Héctor Aguilar C.:“No obstante lo ocurrido, Zedillo no es ni podrá ser un presidente autoritario”.
Carlos Fuentes: “La UNAM no es una universidad elitista, pero tampoco debe ser de lumpens o de baja clase media ofendida”.
Federico Reyes ¿Heroles?: “El operativo fue muy cuidado, sin víctimas que lamentar. La administración de la violencia legítima también puede ser profesional”.
¡Aquel Carlos Monsiváis!  “Sí, yo firmé el desplegado aprobatorio (de la invasión a la UNAM) porque en ese momento creí que era lo mejor, estaba todo tan empantanado, y por el fastidio ante una huelga tan prolongada. Por eso también participé en un manifiesto de intelectuales, guiado por una certeza: es mejor dialogar en la Universidad abierta y evitar así la represión”.
El resto es silencio. (Ariel.)

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