Tantas idas y venidas – tantas vueltas y revueltas – quiero, amigo, que me digas – ¿son de alguna utilidad?
La historia, mis valedores. El ejercicio de pensar, la autocrítica. El estudio de la teoría política nos confiere la conciencia del Poder como el enemigo histórico de ese cambio con el que habremos de darnos un gobierno que mande obedeciendo al tiempo que nos señala tácticas para lograrlo y así desechar la rutina del reniego y de seguir delegando en el Sistema, y exigirle y forjarle megamarchitas. Asumir, nuestra responsabilidad de adultos. Crear, atribución del idealista. La limitación dogmática del mediocre lo condena a repetir tácticas obsoletas.
En esta ocasión, con ánimo de distraer el tanto de unos minutos a los jóvenes del movimiento «Yo soy 132», que no disminuyen la intensidad de sus acciones tanto en casetas de peaje como en pleno zócalo, aquí les relato un cuentecillo de Vargas Pardo, donde utiliza el habla popular:
Ocurrió que al poblado aquel llegó un cilindrero, y el máistro Delfino, cuetero de profesión: “¡Un tostón por tu mono!” “Vale tres pesos”. Un tostón, y el máistro cargó con el monito. Todo fue verlo llegar, y los chamacos: “¡Mi pápa compró un huasteco!” “¡Préstenlo acá, pa quemarle un buscapiés o una sarta de saltapericos!”
El infierno para el infeliz. Los guerrosos le tronaban cohetones y le amarraban a la cola mechas ardiendo. “¡A aventarlo a las tinas fermentadas. Y cómo hace górgoros. Se va a poner bien pando, como mi pápa!” Ahogándose, el mono alcanzaba el borde de la tina, y adentro otra vez. “Pa que te llenes la panza!”
¿No se les ocurrió meterle un chicloso entre las muelas y un chile en el cicirisco? El mono aquellas maromas, sin saber a cuál tapón atender primero. “¡Ora toques eléctricos! ¡Miren cómo se retuerce!” El monito se quedó ñengo, trasijado, medio muerto; como que apenas aguantaba la vida. Pelando los ojillos permanecía en aquel rincón, pobre carcaje de pelos y huesos.
Aquel día el máistro Delfino, al llegar de la calle: “¡Suelten ese animal y a trabajar, guevones, que hay muchos pedidos para las fiestas de la iglesia!”
Trabajaron hasta cebarle el nitro al barril. “¡Tengan cuidado al moler la pólvora, brutos! ¿No ven que el barril ya tiene el nitro? ¡Pónganle la señal!” Un listón blanco. Toda la runfla a comer.
Solo y su alma, bolita de pelos, huesos y sufridero, el monito se quedó quieto, pistojeando. Sombra ya de sí mismo, algo miraba a lo inmóvil, como si el sufrimiento lo hubiese forzado a pensar. (No a exigir a los dañeros. ¿Tomarán nota los jóvenes del «132»?)
Y ándenle, que de repente el huasteco se enderezó, se dejó ir hasta el barril de pólvora, le desenredó el listón blanco, se lo llevó corriendo hasta el corral vecino, donde se trepó a la más alta rama del guamúchil, se engarruñó y contuvo el aliento.
Mis valedores: fue entonces. Luego de comer “los bergantes entraron al taller pa seguir chambiando. El máistro Delfino, como no vio ninguna señal en la manivela del barril, fue a darle vuelta con todas sus ganas. ¡Ni el nitro le han puesto, guevones! Y guevones fue lo último que dijo, porque ¡brrumm!, en mil pedazos el cohetero y su mundo”.
Ustedes, militantes del «132»: siendo tan nobles las causas de su contienda, ¿lograr sus propósitos con rayos laser contra la cara del beato? ¿Cuánto dañarán al Sistema con dejar paso libre a los automovilistas por las carreteras de cuota? ¿Cuánto lo dañaría quien empuñara armas de fuego?
Una organización verdadera es la clave. (A pensar.)