En algún remoto parquecillo de barriada aguardé inútilmente a mi bienamada, que me dejó para nunca más. Jorobado de tristura; las sombras nocturnas me acabaron de jorobar. De repente, en la misma banca, pomo y tabaco en las manos, el desconocido se presentó: «Soy maestro, y de los buenos». Me aprontó unos papeles. «De mis alumnos. Por la calidad del texto calculará la calidad del maestro. De mi discÃpula predilecta lea en alta voz, y advierta su estilo claro y sencillo, como que va dirigido a los campesinos».
Respiré hondo, carraspeé, y con el humo de su tabaco chicoteándome boca y nariz, comencé la lectura, y lo ridÃculo que me sentÃa: «¡Es asà como por factores exógenos de infuncionalidad con el proyecto universal dominante, en una etapa de debilitamiento estructural de los Estados nacionales y de desprestigio inducido y dispersión de las organizaciones clasistas y por factores endógenos de una nueva dinámica social que rechaza la cohesión vertical como principal método de aglutinación, los grandes partidos se encuentran en momentos difÃciles!» Oiga, qué galimatÃas ridÃculo es este.
– Lo que acaba de leer, y muy mal 0e faltó brÃo, enjundia, entonación), corresponde a cierto discurso que pronunció hace una década la dirigente de la CNC, hoy candidato al gobierno de esta ciudad: Beatriz Paredes.
– No entiendo. ¿Es del SNTE, de la CNTE? ¿Qué clase de maestro es?
– Merolico, para servir a usted. Los «distinguidos priistas», licenciados Jerásimos del Revolucionario Ins., son mis mejores discÃpulos. Lea, del discurso de Enrique Fernández, por aquél entonces titular de la por aquel entonces CNOP, confederación, según esto, de organizaciones populares.
LeÃ, tuve que leer: ¡Correligionario! ¡Nosotros rechazamos a esos que, engañándose y traicionándose a sà mismos en medio de su infinita temeridad, hubieran pretendido arrebatar con mano alevosa la oportunidad de postularse por si mismos para pretender dirigir los destinos de la entidad, pues su acción falaz se parece al comportamiento de la zorra, que por más que se le trate bien y con amplias consideraciones, confunden la decencia con la debilidad y acaban por alentar siempre el salvaje instinto de la traición!»
Tragué un bocado de lo que en la ciudad resta de oxÃgeno. «¡Horroroso!»
– ¿Qué? ¿No soy buen maestro? ¿No me salieron buenos discÃpulos? Ã?chese esto que discurseó un Francisco Camarena, de la CNOP.
LeÃ: «Este México, joven aún como nación, siente y canta en sinfonÃa de sus propias vivencias, y espera y sueña como el adolescente que enarbola su tricolor penacho, retando a un horizonte grávido de auroras coloniales…!»
Alérgico a la retórica decimonónica, tuve que rematar con el fervorÃn que Sergio GarcÃa RamÃrez, entonces funcionario de Gobernación, dedicó a don Benito Juárez: «¡Nuestro pueblo ha vuelto una vez más, a la costumbre eminente de la plaza abierta, reinagurada en un sinfÃn de encrucijadas, todas del camino, en jornadas interminables; hecha en una gran casa, la casa del pueblo, que hoy está en el centro geográfico y moral de la patria, pero también en hogares distantes de la más variada provincia, que finalmente ingresó al acervo de México! ¡La palabra, en definitiva, ha ingresado en el mapa de las posibilidades populares: no sólo como liturgia de satisfacciones, que ya lo era, o como exposición detenida y enferma de complacencias, sino principalmente como denuncia o reclamación franca y directa, como instrumento de confrontaciones justicieras, como rotunda advertencia, como expresión lo mismo de la alegrÃa que de la tristeza. Y a veces, por tanto haber guardado silencio, parece que quien habla, y con él quien le escucha, se vuelcan piel afuera y ensayan otros modos, más auténticos, mejores, de comunicarse las cosas, y juntos lograr otras y con todas echar los cimientos de la casa nueva!»
– ¿Qué le parecen mis discÃpulos? Estos son merolicos, no el asco de aficionados a los que, candidatos, baña la luz de todos los reflectores. Y a los auténticos merolicos que nos pique un burro. ¿Sabe? Hemos sido desplazados de parques y plazas públicas. Y esta tristeza honda y profunda, oiga usted.
– Le aconsejo el Prozac. Para tamaña tristeza, el Prozac. Tómelo.
– ¡Oiga, no friegue! Ay, perdón, quise decir no hingue. Prozac. ¿Quiere verme caer, a los esperpéntico, en el falso optimismo color de rosa, rosa mexicano? Yo, merolico profesional, provoco alegrÃa, no lástima y rabia; soy un merolico gracioso, no un vil payaso ridÃculo. Quezque Prozac. No hoda…
– Ya sé. Este sà es el remedio para su neurosis: váyase de inmediato a la Alameda Central. Ahà labora un colega de usted, si es que no lo han echado. Es graciosÃsimo. Ã?igale sus sketches, y a risas y carcajadas se le va a remediar ese ánimo negativo. «PirrÃn» es su nombre de combate. Búsquelo.
Y Dios, lo que oà de respuesta, ‘Yo soy PirrÃn, cambiadme la receta…»
Suspiré. (Qué más.)
efectivamente valedor.
nuestros «grandes lideres» del presente y del pasado han abrevado en ese mundo de frases vacias de lugares comunes inexistentes, que nos conducen a un mundo de fantasÃa que solo ellos imaginan, el debate de mañana será eso una oportunidad para el que maneje en mejor forma sus propuestas que las engalane con mejores frases, que las diga con fluidez, buena entonación y mucha demagogia.