México, primero de mayo de 1886- primero de mayo de 2006. Paisanos, tengan presente, no se les vaya a olvidar. No se les olvide todo eso que ya olvidó o nunca ha sabido la mayorÃa de los asalariados que hoy van a tomar plazas y calles para e-xi-gir, como ocurre a lo rutinario y puntual año con año, que el gobierno les respete sus conquistas laborales, exigencia que denota una absoluta falta de conciencia de enemigo histórico. Porque, mis valedores, los obreros van a clamar sus exigencias ¡al Fox empresario, que desde el inicio de su gestión declaró ser el suyo «un gobierno de empresarios, por empresarios y para empresarios»! ¡A un Fox anti-obrerista que tiene y mantiene en puestos claves de su gobierno a Carlos Abascal y Francisco Javier Salazar! ¡A ese es al que apunta de mega-marchitas van a exigirle! Pero no me «almiro» de Fox, que dirÃa mi padre don Juan. Me «almiro» de los aturdidos que se niegan a pensar, a la autocrÃtica, a aprender de la Historia…
AquÃ, por revivir esa memoria histórica que se nos agosta y angosta, les traigo el recuerdo y el recuento de los momentos finales de aquellos héroes y mártires que la defensa de la jornada laboral de ocho horas y un salario menos injusto aventaron por delante la vida, esa misma que fueron a perder a manos de los Fox, Abascal y Salazar de aquel entonces. En México, por fortuna, su lucha serÃa retomada por los hermanos Flores Magón y los también mártires de Cananea y RÃo Blanco, antecedentes directos de los cadáveres de Pasta de Conchos y SICARTSA. Es México. ¿Los cinco ajusticiados en el Chicago de 1886? August Spies, George Engel, Albert R Parsons, Adolph Fisher y Louis Lingg. Asà transcurrieron sus momentos finales:
Aquel primero de mayo amaneció caluroso. Muy temprano salió el sol, dorando los patios de la prisión. En su respectiva celda de condenados a muerte ocho cautivos aguardan el patÃbulo. De repente, un ruido de cerraduras marca el final. August Spies detiene su ambular de león enjaulado. «¿Ya es hora?», pregunta. «Vamos afuera», dice uno de los celadores, mostacho hirsuto. Por cuanto a la celda de Parsons, el que comanda el grupo de celadores ordena:
«Vamos afuera».
«Asà pues, llegó la hora de la verdad, vamos».
Louis Lingg, por su parte, en el momento en que lo conducÃan fuera de la celda, comenzó a decir: «No es por un crimen por lo que nos condenan. Es por…» Y guardó silencio.
Tiempo después, cinco de los ocho anarquistas condenados a la horca por la justicia de Illinois, habÃan sido concentrados en un saloncillo de la prisión federal, no lejos del portón de entrada (difÃcilmente pudiese decirse: portón de salida). Los cinco condenados a muerte se miraron, ligeramente pálidos, pero tranquilos. «Salud, compañeros», dijo uno de ellos. A la palabra «salud», los otros intentaron una sonrisa. «¿Listos?», preguntó el celador de los grandes mostachos. ‘Listos», contestó Spies.
«No es por un crimen por lo que nos condenan» repitió Lingg. «Nos condenan por nuestros principios. Pero yo desprecio su…» Guardó silencio. Afuera sonaban las 10 de una mañana caliente en Chicago, 1886. Ya ante el patÃbulo, Lingg iba a completar su mensaje final: «no es por un crimen por lo que ustedes nos condenan; es por nuestros principios. Desprecio a todos ustedes; desprecio su orden, sus leyes, su fuerza, su autoridad. ¡Ahórquenme!»
Antes de morir habló George Engel: «Las leyes de ustedes están en oposición con las leyes de la naturaleza, y mediante ellas roban ustedes a las masas el derecho a la vida, a la: libertad y al bienestar. ¡Estoy listo…!»
«Pueden ustedes sentenciarme -August Spies-, Pero que al menos se sepa que en Illinois, ocho hombres fueron sentenciados a muerte por pensar en un bienestar futuro, por no perder la esperanza en el último triunfo de la libertad y la justicia…»
«Si la muerte es la pena correlativa a nuestra ardiente pasión por la libertad de la especie humana -Adolph Fisher-, entonces yo lo digo muy alta ¡Dispongan de mi vida!»
El mensaje final de Albert R Parson, al pie de la horca: «Sobre el veredicto de ustedes quedará el veredicto del pueblo, para demostrar las injusticias sociales de todos ustedes, que son las que nos llevan al cadalso. Pero quedará el veredicto popular para decir que la lucha social no ha terminado por tan poca cosa como es nuestra muerte…»
¿El veredicto popular? ¿Qué dice el veredicto hoy, Primero de Mayo, a 120 años del sacrificio de cinco héroes y mártires del obrerismo mundial? «Proletarios del mundo, unios», clamó hace más de un siglo el filósofo. ¿Y? ¿Los obreros están unidos para ejecutar ese cambio que urge al asalariado? «¡E-xi-gi-mos!» (Dios.)
Lo que decÃa yo hace dÃas ; hay razones gloriosas para morir , qué diferencia morir por luchar por una jornada laboral de ocho horas que morir por Napoleón Gómez Urrutia.