Sangre: cuota y herencia…

Cananea, Pasta de Conchos, Siderúrgica Lázaro Cárdenas. Paisanos, tengan presente, no se les vaya a olvidar. No se les olvide que los tiempos son muy distintos, como distintas las circunstancias y el nombre de los aliados al interés extranjero que manejaron y manejan la riqueza del país, pero que desde la Cananea de Porfirio Díaz y aliados gringos hasta las minas de Coahuila y Michoacán en el tiempo de un Fox prestanombre de los capitales extranjeros, la sangre derramada es la misma, la misma de siempre, sangre mexicana Sin más. ¿Y nosotros? ¿Y nuestra capacidad de asombro, de indignación, de acción concertada? Aquí, porque la memoria histórica no se nos muera (no se nos acabe de morir), van retazos de la epopeya que a plomo y fuego troquelaron en la Historia los mineros de Cananea.

Documentos de la época lo asientan: fue la noche de aquel 31 de mayo de 1906 cuando los mayordomos de la mina «Oversigth», transcribo el nombre tal cual, congregaron a los obreros denominados carreros y rezagadores para notificarles que a partir del siguiente día la extracción del metal se haría bajo nuevas normas, y ello en virtud de la contratación que para este trabajo habían celebrado con The Cananea Consolidated Copper Co., contratación que les otorgaba amplias facultades para reducir el personal, seguir pagando los mismos salarios (3 pesos por 12 horas de trabajo) y exigir mayor rendimiento a los obreros que no fuesen despedidos. Con semejante contrato los mayordomos adquirían un ilimitado poder, y a los trabajadores se les regresaba a la era feudal…

Tan aviesa medida produce la más enardecida indignación entre los trabajadores. La chispa alcanza la sustancia inflamable. A la advocación de los Mártires de Chicago y en la mente los ideales magonistas, los mineros se lanzan a un movimiento impetuoso, violento, que sólo con plomo -extranjero- se iría a detener. Encrespados, enardecidos, los obreros comienzan a coordinar su rebeldía Y llegó la mañana del día primero de junio, y estalla la huelga de Cananea La consigna de los mineros:

¡Ocho horas de trabajo y cinco pesos de salario! ¡Viva México..!

De inmediato los agentes de la policía comunican la novedad a sus superiores, y el pánico se apodera de patrones extranjeros y funcionarios del gobierno local. A las ocho de la mañana representantes de la autoridad política se entrevistan con los mineros, quienes les dan las razones que originan la huelga, sintetizadas en las 6 demandas que especifican, además de salario y horas de labor, el número de extranjeros que podrían ser contratados. A esa hora ya la muchedumbre que bloquea el edificio supera los dos mil huelguistas. Se reparten volantes que claman, en sus primeras líneas:

Obreros Mexicanos: un Gobierno electo por el pueblo, para que lo guie y satisfaga sus necesidades en lo que cabe: eso no tiene México. Por otra parte: un gobierno que se compone de ambiciosos que especulan criminalmente, fustigando al pueblo, electos por el peor de ellos, para que lo gobiernen, no para que se burlen y lo humillen, es la República.

Pueblo, levántate. Aprende lo que parece que olvidaste. Cada mexicano al que desprecian los extranjeros en el propio suelo mexicano vale tanto o más que ellos si se une a sus hermanos y hace valer sus derechos. La situación actual se debe al pésimo Gobierno que da las ventajas a los aventureros, con menoscabo de los verdaderos dueños de esta desafortunada tierra. ¡Mexicanos, despertad, unámonos. La patria y nuestra dignidad lo piden!

Este «pasquín» (razonable, a mi juicio; tan actual en los tiempos de Fox) es rechazado y desautorizado por los mineros porque, aseguran, fue escrito e impreso como una maniobra de los altos jefes de la compañía con fines premeditados de acusar a los huelguistas de sedición. «Mal síntoma, alerta el cronista, pues ya apareció la mano perversa de la burguesía minera, que principia a proyectarse en sucias maniobras para desvirtuar el noble fin que persiguen los trabajadores al reclamar justicia». En fin.

Ya para entonces, mis valedores, una impresionante multitud de huelguistas se había situado frente al edificio de la comisaria, ansiosa de conocer el resultado de las conversaciones que encabezaba, por el Comité de Huelga, Manuel M. Diéguez.

Interminables horas de debate sólo iban a conducir a un mínimo acuerdo: los mineros deberán presentar por escrito sus peticiones. Ya vería la patronal cómo resolver lo conducente. Los huelguistas habían acordado realizar una manifestación pública por toda la zona del mineral, y al arrancar su marcha de protesta arrancaron también las acciones que habrían de rematar en una masacre que preludia la de Pasta de Conchos y Lázaro Cárdenas. (Sigo mañana)

Un comentario en “Sangre: cuota y herencia…”

  1. Hay razones gloriosas para morirse y talvez hasta para matar, pero morirse por Napoleón Gómez Urrutia…mejor me bajo a recoger una moneda de diez centavos de las vías del metro.

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