Señor, cuántas veces perdonaré las ofensas que me hagan? ¿Hasta siete veces? Hasta setenta veces siete, dícele Jesús…
Y él mismo, dando el ejemplo, perdonó a la mujer adúltera, como más tarde iba a perdonar incluso a quienes le dieron muerte…
Con tales ejemplos yo mismo, y de corazón, hubiese perdonado a ese que se perfila como uno de los mayores dañeros en la historia contemporánea de este país. Yo le hubiese perdonado que, como vendepatrias, entreguen a intereses extranjeros la parte que como mexicano me corresponde de PEMEX y demás recursos naturales de mi país.
Haciéndome gran violencia, pero le hubiese perdonado que sirva de tapadera a los presuntos ladrones, depredadores y sinvergüenzas de la familia Bribiesca Sahagún, vale decir la segunda esposa y los hijastros, tíos, socios, amigos y demás compinches; toda esa mafia hamponesca que al socaire del solapador han organizado los allegados y allegadizos del poder. Al autor intelectual del lodazal, lodo biológico, yo hubiese sido capaz de perdonarlo, y aun su insufrible ramplonería del beso senil mero enfrente de la iglesia vaticana. Me atrevo a más: yo le hubiese perdonado que, de rodillas y a sus pies, le hubiese ensalivado el anillo a Karol Wojtyla, el obispo de Roma. Anillo papal.
Como si nunca me hubiese enterado de su estilo personal de gobernar, que en el mismísimo recinto de San Lázaro lo impulsó a prender con una mano la banda presidencial mientras que con otra exhibía un crucifijo, con la tercera el estandarte de la Guadalupana y saludando con la restante a sus hijos e hijastros, a los que agradecería un apoyo que ahora comenzaban a cobrarse. ¡Crucifijos en un estado laico, el de Benito Juárez y sus liberales». Yo, aquella vergüenza. Propia y ajena…
Aquel su cínico dicho, validado en la práctica, le perdonara: que el suyo era un gobierno «de empresarios, por empresarios y para empresarios», cuando el país requería de un patriota y un estadista, no de ese gerente de Washington y la Coca-Cola. Yo lo hubiese perdonado, como también su política exterior.
Sí, una diplomacia manejada con las botas. ¡Ese «Comes y te vas», que todavía me arde en las orejas y me las pone de color escarlata! ¡Cómo se vio él, y cómo se vio el comandante Fidel Castro, presidente de Cuba! No, y esa propaganda a favor del «libre comercio», a contracorriente de la política de los propios miembros del MERCOSUR. La desdicha diplomática de un torpe que, perro de las dos tortas, con el que defendió quedó tan mal como con los que fue a ofender a su propia casa. Bush, Chávez. Bien, no quedó con ninguno; mal, con los dos. Pero en fin, que yo lo hubiese perdonado…
Su promesa de abrir todos los entresijos de uno de los fraudes mayores que hoy por hoy se han perpetrado contra la nación, que es decir contra todos los mexicanos, ese funesto FOBAPROA (benefactor de la familia Fox, se afirma) que vino a empobrecer aún más a un pueblo pobre y empobrecido aún más por los padres del fraude: el PRI, y el neo-PAN…
Ah, el desencanto de quien no lo perdoña: mi auxiliar del trabajo doméstico, que al igual que millones de crédulos, se dejó embaucar por los cientos de promesas del lenguaraz. El arrepentimiento por haberle entregado su «voto útil», cándida que no fuera. Yo lo hubiese perdonado, y aun a la propia trabajadora doméstica y a los millones de aturdidos que sucumbieron al canto de la sirena con botas del labiosos mendaz.
La posibilidad de robo, de turbios dineros en negocios tan sospechosos como La Estancia, El Tamarindillo, y la transformación de una modesta propiedad en ese emporio que es hoy el rancho San Cristóbal.
Vaya, hasta su incultura le perdonase, su zafiedad, su apabullante mediocridad y esa patanería que tantas vergüenzas me ha hecho pasar a lo largo de cinco penosísimos años. Sus dislates al tamaño de todo un José Luis Borgues o de la Gran Tagora. Ah la gran p…
Yo le hubiese perdonado su terca machaconería de intentar embaucar a los candorosos con ese terminajo: «democracia»; que no se lo apea de la boca, sin explicar a las masas en qué consiste su tal «democracia», cuando el concepto, apenas en su mera acepción formal, electorera, implica pluralidad, y él se vive día y noche mordiendo a quienes no cuadran con su «democracia». En fin. Todo este catálogo de agravios yo le hubiese perdonado a Vicente Fox. Todo, si tan sólo se hubiera abstenido de publicar en el Diario Oficial las reformas a las venenosísimas leyes federales de radio, tv. y telecomunicaciones. Claro, sí, por supuesto: eso hubiera ido contra la naturaleza de Fox. Pero en fin, que lo dijo el poeta: Mi país. Ah, mi país. (México.)
Esta fabulila bien podría ser un informe de gobierno alterno el próximo 1o de septiembre.