Hazme una, San Judas Izcariote…

Una merced. Sigo aquí, mis valedores, con el intento insensato que inicié el jueves pasado: reivindicar públicamente, hasta donde ello es posible, al traidor de las treinta monedas. ¿Cómo habré de intentarlo? A la manera de Plutarco; el Plutarco de las Vidas paralelas, no el Plutarco fundador de ese dinosaurio agonizante que apodan Revolucionario Ins.. Y remato la comparación del Izcariote con los licenciados Jerásimos del Tricolor.

En el drama de la crucifixión de Cristo, Judas estaba predestinado, o casi, para traidor. En el dramón de las masas, en cambio, a los licenciados Jerásimos nadie los predestinó para traicionar a los 103 millones de olvidadizos de la memoria histórica a los que una y otra vez, en el tanto de 72 años, lograron engañar renovándoles la esperanza, esperanza irracional, de que ahora sí, con este Judas en Los Pinos «ya la hicimos». Esas ganas de creer…

Porque cada seis años un mesías nos llegaba, y llegaba con su boca colmada de promesas para el bien «de los que menos tienen». Tal hacían creer a los crédulos. ¿Y qué clase de interés han defendido los licenciados Izcariotes, qué intereses los han movido desde Plutarco el Turco hasta Fox el de los Bribiesca Sahagún? Creo que lo dije antes: Es México, mi país…

El fruto podrido de la corrupción del Izcariote ascendió a treinta monedas, ni una más. ¿Y el de los Judas Jerásimos? ¿El de los privatizadores Salinas, Fobaproa-Zedillo y todos esos hijos de toda su señora madre Sahagún? El de los tales asciende a treinta veces treinta millones de millones multiplicados hasta el infinito, y esto en moneda nacional mexicana, que es decir en dólares, arrancados a la viva fuerza del patrimonio de un pueblo pobre y empobrecido a jalones de sexenios. México y la sahagunesca corrupción…

Judas, tras de su acción corrompida, mostró tener la humildad para no sentirse infalible, y entonces pensar, y realizar un ejercicio de autocrítica para luego pasar a la acción. El tenía la conciencia bien afincada en su nidal, y tanto, que esa conciencia lo emplazó a encarar a los de la Contraloría y por la cara aventarles las treinta monedas de la corrupcióa ¿Los otros, en tanto? Esos, hasta hoy día siguen con las suyas bien escondidas en banco seguro -las treinta monedas multiplicadas por treinta hasta la náusea-, y ante autoridad ninguna planean regresar la milésima parte de lo robado; antes bien, antes mal, antes peor a seguir en el cotidiano disfrute de sus treinta veces treinta mil millones. ¿Y nosotros..?

El Izcariote, tras de su acción execrable, no huyó a lo cobarde, no puso Dublín de por medio, no anda a estas horas sepa Dios dónde, como el ladrón �scar Espinosa, corrupto priista y modelo de judío errante. Judas no utilizó el burladero de una Secretaría de la Función Pública agachona, alcahueta de Montieles y Bribiescas con todo y su parentela, nido de ratas, especímenes de una corrupción lucrativa e impune

Esta es, a mi juicio, la prueba fehaciente de que el Izcariote es muchísimo menos
villano en el drama del Nazareno que los licenciados Jerásimos en el drama de unas masas que ni por padecerlos deciden llevar a cabo el ejercicio de pensar Judas se murió como resultado de su acción corrompida se murió de muerte violenta, nefanda befa y vejación, sus talones penduleando sobre el solar denominado «Acéldama», «Campo de los Alfareros». A Judas lo ajustició una especie de Secretaría de la Función Pública aplicada por propia mano en derredor del gañote. ¿Los otros, en cambio? Por defender sus treinta monedas multiplicadas hasta el infinito serían capaces de matar, o cuando menos de defenderse al modo de los Bribiesca- con el compinchaje de abogados, jueces, Fox y la Suprema «Corta» de Azuela Ah, San Judas Izcariote..

Si tan ásperamente batanea la Historia al tal, ¿cómo habrá de juzgar a los Izcariotes de la otra pasión, la de los 103 millones de empobrecidos por una depredación del tamaño de la de Montiel, los hijos de Montiel, la madrastra de los hijos de Montiel, Marta Sahagún, los hermanos y la familia, con todo y los hijos de la… señora? Pero un momento, no caer en el autoflagelo ni en la autoconmiseración, que me atengo al decir de don Juan, mi padre:

«No me almiro de los Bribiesca con todo y sus asahagunes. Me almiro de ustedes, por agachones». Mis valedores:

Cada paisanaje tiene el Judas Izcariote del tamaño que se merece Nosotros (mírenlo ahí, en la realidad objetiva) no merecemos más que a un Judas aún sin rehabilitar; no un Izcariote de treinta monedas, sino de las treinta monedas que quepan en la fortuna de los Salinas, de los Hank Rhon y coyotes de la misma loma, predadores, rapaces. Ya lo dijo Sor Juana «Queredlos cual los hacéis – o hacedlos cual los queréis». Total… (Es México.)

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