Aquà termina la crónica de mi viaje a Guadalajara, yo que, de insensato, me fui a embarcar por Taesa (o Aero-California, para el caso es lo mismo. Ambas eran funestas, y ambas, son ya cadáveres, casi tan descompuestos como estuvieron en vida). Yo, ante el vetusto aeroplano (bimotor, biplano, fuselaje de tela, remiendos, esclerosis, celulitis), aquel presentimiento. Me percaté, ya dentro del papalote, de la mercancÃa que voceaba la aeromoza:
– PÃdanme por ái la torta, un pancito por ái. Veinte varos. ¿Tráin cambio? (Yo, aquel pensamiento.) Observé la cabina del piloto, conductor, chofer o chafirete, cabina que en todo lo alto y entre colguijes de papel picado exhibÃa aquella hornacina y un zapato de chamaco. Me la persigné en dirección del altarcillo, y a los pasajeros, tan azorados como yo:
– A encomendarnos a San Martincito de Porres. Más nos vale.
– Cuál Martincito, cuál Porres (Ja de kaki), ¿pos qué no le ve las facciones? Es San Mamés.
– ¿Un Mames negro? No Mames.
– Sà Mames. Negro, pero de hollÃn. El tubo del mofle lo pasó a tiznar. Y tan milagroso. A mà ya me concedió un chorro de milagritos desde hace vario tiempo- Se santiguó.
4:35 p.m., 9 horas de retraso: Arrancar. En la cabina, el piloto: «Uchale, la madre esta no arranca. ¡Ya le volaron la baterÃa!» Y órale, a tumbarle al suya al biplano de junto. Hora y media más tarde se inició el arranque. Uno de los mecánicos: «¡Bombiéle, metáselo hasta el ful, el fierro!» La hélice izquierda dos, tres giros. Tufo a quemado. «¡PÃsele a la marcha! ¡A ver, ésos, un arrempujón…!» Los tres de overol se acomidieron. El aeroplano, pista abajo.
– ¡Aproveche la bajadita y sáquele el cloch! ¡Bombiéle tractolina! ¡No tanta, que ya lo hogó! A ver, va de nuez. ¡A la de guan, a la de tú, y a la de…!
– ¡No le siga bombiando, que ya ta chorriándose el combustible, y con lo caro, digo-.!
– Calma, mis muchachones, no es tractolina. Es aquà el machetero, o sea el copiloto, que se está haciendo una necesidad ¡Ã?rale, ya casito, ya tosió..!
– ¡Ese Chicaspatas, no se vaya colgando del ala, pújele! ¡Cuidao con el jet que va aterrizando! ¿Se fijaron? ¡Me pasó rozando, el carbón; ¡Hasta la cachucha me voló, el méndigo..!
– El piloto le aventó una de a madre, ¿vistes su brazo? Ni aguanta nada.
– ¡Eitale, ya nos salimos de la pista! ¡Cuidao con esos matorrales, que se le va a acabar de fregar la alineación! Onde que una llanta ya está bien lisa, y la otra trai guarachi y está vulcanizada. Anda medio desinfladona…
En eso, el grito de mujer: «¡Mis pantaletas…!»
– ¡TzÃngale, ya invadimos propiedad privada! Una ciudá ora sà que perdida ¡Cuidao con el policÃa, Macareno, me refiero al chucho policÃa!
– ¡Mi refajo mamey, en la hélice! ¡Y acabado de lavar..!
– ¡Señito, su guaguá, llámelo, qué chinche mordidón en la nacha izquierda! ¿Estará vacunado, oiga?
Yo, ojos remachados, de rodillas al pie del asiento. De rodillas los demás, iniciamos un triduo a Santa Rita de Casia la abogada de imposibles. Cantamos un Alabado y lo ligamos con el rosario (misterios dolorosos) a San Mamés, que parecÃa estar en la discoteca Asà nomás, miren, balanceándose, balanceándose. De repente aquel grito, que cimbró el fuselaje:
– ¡Milagro, Taesa madre volando! ¡Y es Aero-California.!
Milagro, sÃ. Tres horas más tarde: ¡tierra a la vista! Pavimento, más bien. La viejecita de blanco bajó a gatas del aeroplano, se culimpinó y besó tierra Asfalto. En pleno charco de aceite No lejos, uno de los empleados del aeropuerto, santiguándose:
– ¡Papas polacos, Su Santidad redivivo, y en Guadalajara, pues!
– Pos sà pues, ¿pero Juan Pablo de chongo y chalina tú?
Yo, en los brazos de la flaquilla del uniforme kaki, me vacié. Del estómago. Pánico galopante
– Es que usté nomás no aguanta nada A ver, guacarié en este periódico.
Rápido de reflejos, alcancé a leer «Taesa podrÃa volver a operar en enero». Válgame El espasmo, una vez más, y la arcada, y…
– ¡Sésguele, cochino! ¿Pues qué cenó anochi, oiga.?
10:48 de algún otro dÃa del cual perdà la noción Evacuar. Evacué todo el aeroplano. Tiempo después, piloto y machetero entibándome de las arcas, logré descender del aeroplano. Lacio, agónico, desmadejado, vacÃa-Mis valedores: albricias. Taesa y Aero-California ya se desplomaron. En picada ¿Pero Aviancsa y congéneres? ¡Esas siguen volando, mucho cuidado! (En fin.)