No, por supuesto, no estoy enfadado con alguno de ustedes. Lo que ocurre es que voy a referirme a la industria del cine mexicano, esa a la que le he seguido la pista desde los tiempos aquellos en que tenía prestigio de Santa hasta que fue a derrumbarse entre Amores perros y similares. El cine mexicano. ¿Recuerdan ustedes el nacimiento y primeros pasos de la «industria del celuloide»? Provinciano de nacimiento, su niñez fue vivida al amor de un viejo casco de hacienda y en la benévola compañía de muías, pencos, cabritos, cabros de los ya añejones y uno que otro viejo güey.
Rústico, sí; cerril, pero de buenas hechuras y modales comedidos; cerrero, pero de sangre liviana y una salud de cuerpo y una salud mental que se traducían en su mirada fresca, franca, derecha. Mocetón fue cándido, ingenuo, pura serenata al pie de la reja, donde una pudorosa Crucita mordía el rebozo ante las romanzas de Tito Guízar (¡No me corrijas, computadora estúpida. No se trata de guisar, sino de Guízar!)
Pero ándenle, que el cine empacó su cámara y ya en esta ciudad capital, la emplazó entre las colonias Roma y Polanco, y a vivir y sufrir amores y amoríos ya de dintel adentro, ya de traspatio y de pica y huye, por más que «no tiene la menor importancia», juraba un Arturo García que se hizo pasar por Arturo de Córdoba. Ah, y el escándalo, la escandalera porque a la sufrida Marga López, católica de aquí a la basílica, el felón de su marido (horror) le acaba de pedir el divorcio. (No lejos, en la panza del cabaret, con luz neón su nombre de combate, la rumbera, fondo de bongoseros, saca chispas y rebabas al ritmo del son montuno. Y todo a media luz: «Vendo placer a los hombres que vienen del bar…» El cine aún lograba reprimir su vocación de crápula Todavía no viajaba hasta los rumbos de Atlampa el Tenampa la Juan Polainas. Aún guardaba las formas, las formas ubérrimas de Maritoña y la Amalia Aguilar. Pero entonces, al extinguirse el último retumbo del bongó y la tumbadora..
Entonces llegaron las huestes del Güero Castro, y el cine tricolor se nos fue degradando hasta degenerar en putañero y se mudó a vivir al burdel, de plano, y ya nada lo satisfizo que no fuese la amable compañía de ombliguistas, striptiseras, tabledanceras de tubo encebado y nalgaduras de todo tipo y calibre, traficantes de chicharrón con pelos que -enfermedad venérea de toda ciudad- pululan en esta aldea capital. La Sasha y otras de monte negro hicieron de la sala de cine un congal, y el cine: crudo cuando no borracho, grifo, y no precisamente de espinas, adicto a la nieve, y no, por cierto, de limón, y cruzado de cacardí y anfetaminas. El cine mexicano, por aquel entonces la náusea
¿Ustedes irían a verlo? ¿Lo vieron en la sórdida compañía del brassiere y la trusa bordada de esas güilas de la vida arrastrada que mal viven -para vivir bien- de azuzar, con el meneo de las gelatinas arriba y adelante y los aguayones cuates cuesta abajo y atrás, a viejitos, impotentes, muchachos de primeras espinillas y demás reprimidos, oprimidos sexuales? El nido de los amores, frente a la baba del respetable, como las olas del mar: va y viene, viene y va Y el impaciente, que logra venirse entre el griterío del «respetable»: «¡tubo, pelos..!» (Hasta ciertas regiones aún no llegaba la industria del depilado.)
Burdelero salió el cine nacional, quién lo dijera devoto de la pantaleta, la nalga pura y la nalga pública; del tráfico calzonero y la mancebía, caifán vetusto, wi-wi y quelitón de leoneras y hoteles de paso; ya sesentón se nos volvió alcahuete, proxeneta procaz y desvergonzado, mal aliento en la boca y un solapado goterón allá donde las arañas hacen su nido; calza arrugas y lonjas, pero es cada día mejor traficante de pornografía y onanismo mental y manual. Tal es el retrato de un cine perdulario del que me desentendí hace ya muchos años, que para vergüenza ajena no ganaba yo ni el salario mínimo. El alcahuetón decrépito cuanto logrero, entretanto, se vivía (se vive, según sé) de explotar a lo impune los instintos más bajos, rastreros y deleznables de un paisanaje zafio, mediocre, reprimido sexual, formidable devorador de palomitas entre buches de aguas negras. Tal para cual. Allá ellos. Yo, con alejarme de ese cine nacional que, me dicen, ha derivado en Amores perros. Yo paso. Paso sin ver. ¿Pero pudiesen ustedes creerlo, o imaginarlo siquiera?
Cuando yo suponía que el cine tricolor ya no podría degradarse más, ahora en Reforma del pasado lunes (¡en primera plana!) vengo a enterarme de que un espécimen del surrealismo tropical y esperpéntico ofrece a Vicente Fox, todavía hoy presidente de México, que actúe en una cinta basada «en los logros de su sexenio». Fox, que salía de misa, remitió al delirante con algún coordinador de la Presidencia ‘Yo le digo a Ramón que te llame». ¿Aparecerá Fox en la cinta con traje de campesino, de penado, de prófugo? El escenario de la película ¿San Cristóbal o el penal de La Palma? (Seguiré con el tema)
Creo que nos va a contar una de vaqueros (guanajuatenses).