Que me siga la tambora…

Será el sopor de la tarde, mis valedores; será esta fatiga, el desánimo, el desencanto, tal vez esa especie de menopausia que acarrea la edad. Lo cierto es que yo, amador de cantatas, conciertos y sinfonías, ahora me he puesto a escuchar en el aparato, como en los años en que yo lucía, mis sones viejos, los de la tierra, mi tierra; sones de mariachi y jarabes, sones arribeños, abajeños, de tarima y los de tambora, que es decir los de mis derrumbaderos zacatecanos. Me puse a oírlos, y oyéndolos se me fue empantanando el ánimo de una terca nostalgia, una porfiada decepción. Y este desánimo…

Oí hace rato La culebra, Las olas, El cuatro, Las alazanas; cambié a La Chirriona y Los górgores, con sus frases apicaradas: De la pi- de la pila nace lagua – delaguá – delaguá caracolitos – señorá – señorá no vaya a lagua – donde lehá – donde le hace gorgoritos, seño-rááá… Y al zapateado aquel que entre falsetes se duele, se queja, llora: Si oyes tocar a difunto-no me reces agonías – que alcabo no me quisiste – que tú nunca me quisiste – como yo a ti te querla...

Han de dispensar, ustedes los que me atienden, porque de pronto se me ha contristado la enjundia del ánima, al pespunte de esos regocijamientos, como allá decimos, que me están faceteando de cuero adentro-, esos que han sido la alegría del diario vivir y que hoy, esta tarde…

Escúchenlos. Oigan esos instrumentos ejecutados -«ejecutados», en ocasiones- por manos gafas a punta de arado y barzón-, manos de esos mis músicos cimarrones que son los mantenedores de la buena música de la buena tierra. El pregón lamentoso:

Ay, Virgen del Patrocinio -ayúdame con mis penas – mi vicio son los conquianes – y las mujeres morenas…

Distingo los instrumentos; ese que lleva los arreboles de la primera de sol mayor, o sea el de la voz cantante, cantarína, es el clarinete. Juguetón él, medio sentimental, un tanto cuanto llorón cuando se propone reblandecer voluntades – femeninas-, y un su poquito de amalditado cuando de olvidar se trata, jijodiún…

Ese que se le ahija al cuadril es el saxofón, haciéndole una segunda que va laderean-do, contrapunteándosele como pariente mal avenido, yéndosele de pronto por la travesía, como al sesgo, como buscándole dificultades. Pero qué de armonías en tono de sol; mis paisanos no me dejarán mentir…

¿Y qué me dicen de la flauta de dulce voz, descarmenadora de hilitos de oro, paridora de esos lloraderas de música que salen del mero cogollo del corazón? Esa flauta es, en la banda pueblerina, pura mielecita en penca, un cuajarón barroco como la cantera del frontispicio en la ermita de Ajusticiados. Y esta nostalgia, terca como un repentino sarpullido…

Viéneseme a la memoria aquel trombón con que se lucía el mi señor tío don José Encarnación, ciudadano de Las Güilotas, Zac., y padre natural de mi primo el Jerásimo, el cual tío retacaba de fiorituras las callejas de mi niñez con aquel madrigal romántico donde el machismo ha encontrado su cabal y aborrecible expresión al darse gusto tristeza, más bien- cantando, increpando más bien contra esa única a la que tratamos de ofender, ofendiéndonos:

«Para que salga el lucero, carbona primero sale la gula – para que tú te enajenes, carbona – falta la voluntad mía…

Oigan el redoblante: faceto como él solo y alborotero de profesión, con un ritmo brin-cadito que repercute en las corvas y saca ganas de raspar en la tierra del tecorral dos que tres quiebras de danza apicarada en los bailes mezquiteros, donde en medio de la jácara salta el grito motivoso:

– ¡Ya repican las once y todavía no hay ni un muerto..!

Ah, y la tambora, paisanos, esa tambora que, parodiando al poeta, cuando suena es una lástima que no la escuche el Papa si el Ratzinger, mejor que no la oiga-. Esa tambora que a los muertos resucita, que hagan de cuenta clamor del juicio final. Unas percusiones de cuero crudío que pegan aquí, miren, en la mera boca del estómago, que es decir la boca del sentimiento acalambrador de intercostales. La tambora zacatecana, y no digo más…

Las bandas pueblerinas. Hoy que los aspirantes presidenciales alzan su tinglado, instrumentan la consabida campaña política y se tiran al ejercicio manipulador de masas, yo digo: callen su voz todas las bandas pueblerinas, que tambora y ejercicio políticos mutuamente se ofenden; porque la banda de música es mucho de arte y sentimiento para engordar politiqueros acarreos; porque decir ejercicio político es mentar lo más noble del humano quehacer, el humanismo en su más alta expresión, ¿y badajearlo a tamborazos? Calderón, AMLO, Madrazo: telón de fondo en sus mítines miro en Reforma violines, vihuelas y guitarrones a toda marcha y a todo vapor, y protesto: ¡no reincidir, no volver a las andadas, no más política de Culebra pollera y Rascapetate! ¿O le van a seguir? (México.)

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