La violación tumultuaria de mi prima carnal. El hecho nefando contra la doncella se perpetró anteayer. Esa misma noche me encaminé hasta la vecindad de Mecánicos y Talabarteros a ver en qué forma pudiese dar un consuelo a la recién mancillada. Llegué a la puerta de la vecindad, y válgame, ¡el bailongo en pleno hervor! Los Barranquilleros de Tucumán, del cartel de Cali o de Medellín chispaban el mastique de los vidrios en las ventanas al ritmo aquel de la balada romántica que dice, que clama, que aúlla a dos mil decibeles: «¡Oye, Salomé – perdónamela..!» (Ándale, tú, alburero de miércoles.)
Crucé el patio (tendederos, olor a moho, a humedad, a rancio, a aliento pestífero de excusado común) y busqué a la bien querida, y sí: un poco apartada de la sanfranza, la niña de mis entrañas ¿qué creen? Sonreía, como ya resignada al estropicio de la honra recién desbaratada a topetazos de morueco en brama. La miré sonreír a lo desleído, con esa triste resignación de los violentados de siempre, que no tienen voz para protestar ni ocasión de desquite, ni valedor que mire por ellos. Y el estremecimiento en mis labios, bajo el breñal del mostacho. Y el puchero aquel. Para espantar el llanto me puse a ver a los bailadores, y entonces: «Oye, ¿no son esos los mismos bergantes que te..?»
Los mismos:» ¿Y se atrevieron a acudir al baile de la vecindad?»
– No, pues cómo no iban a acudir; fueron ellos los que armaron la fiesta.
– ¿Y a honras de qué? (Retiro lo de las honras.) ¿Por qué el baile?
– Pues para honrarme, y no retiro del vocablo; para felicitarme, ¿pues no es hoy mi cumpleaños?
Y tan bella su carita de cielo, y tan lindas formas, y esos, y esas… yo, efusivo, me le dejé ir. «Pérate, pérate, no te mandes como ellos. Pero esos que me violaron, ¿sabes que no son tan peores? Como que les inspiro lástima. Muy temprano, gallo: al anochecer, serenata. «En esta noche clara de inquieto lucero». Y ahora, el bailongo. En el fondo no son tan malos».
– Todos esos son una punta de hijos de toda su no te voy a decir qué…
– No, mira, si hasta me trajeron a regalar este refajo (unas alforzas y listo, y estos zapatos de piel imitación plástico, y unos chonchines color de rosa, rosa mexicano, que ni creas que te los voy a enseñar porque ya los traigo puestos, no vaya a ser que tú también… Me dieron mi cuelga con la condición de que no los acusara ni la fuera a hacer de fumarola, porque entonces me iban a dar otra cuelga, pero del pescuezo, ¿tú crees?
Así que cínicos, además. Mirándolos zangolotearse , la prima carnal sonreía. Y venga ese quiebre de caderas, y venga ese paso cruzado, y venga un cruzado de coca-cola con cacardiosidad, y venga ese cruzado de coca en polvo y alcohol. A salud de la desflorada, que los miraba. Y sonreía…
Observé el rostro aquel de moza ya envejecida, y capté su resignación, y miré esa sonrisa huérfana, y sí: anegado en una dolorida ternura sentí que se me atoraban a medio gañote mis dos anginas (me las extirparon hace años), y de repente dejé ir el hilo de las lágrimas, qué mortificación, qué vergüenza. Y con estos mostachos de aguamielero. Bochornoso. Oí a la bienamada: «Por mí no te duelas, mi valedor, yo ya estoy acostumbrada. ¿O a poco estás en la creencia de que la de hoy fue la única violación en pandilla? Qué va. ¿Acaso no te has percatado de que los gandallas han venido pasándome por las armas cada vez que se les inflaman? Estos u otros, todos…»
– Prima, niña, mi niña…
– No, bigotón, la de hoy ni fue la primera ni será la última. Y no sigas llorando. Total, yo qué gano con tus lágrimas. Si alguno me diera a valer…
Y sus manos recorríanme la cara mientras que allá, a medio patio, la pandilla de bergantes, droga en sangre y cacardí en mano, seguían el festejo:
– ¡A ver, hermanos, que no se diga! ¡Que alguno venga y se eche uno!
– ¿Así en seco y en frío, sin la adecuada motivación, Manolo?
– ¡Un brindis! ¡Que se lo eche todo un político, o sea mi papi político!
El papi político: «Sale, en honor de la festejada. ¡Hoy, la Constitución no es ya sólo un catálogo de dogmas y mitos fundadores: es, como desearon los constituyentes, la norma que obliga al Gobierno a sujetar sus acciones a las necesidades de la sociedad! Familias Bribiesca, Sahagún y Montiel pri-panistas que les defienden la honra familiar: ¡por la Carta Magna..!»
La Carta Magna, así apodan a la niña de mis amores. Yo, aquella rabia contra los tales: Montieles, Manolo, Jorge, Fernando, su madre, el padrastro, sus defensores Diego y Doring. Pero, mexicano dejara de ser, a la mexicana vengué a mi violada: un reniego, dos suspiros, tres lagrimillas con moquis y e-xi-gir que se cumpla la ley en los Mara Salvatrucha de apellido Bribiesca, Montiel, Madrazo. «Lo siento, prima, de veras». Y a casa. A dormir. A olvidar. México. (Mi país.)
bien valedor, ¿que queda de nuestra carta magna original?, únicamente la fecha en la que el presidente en turno lo celebra yendo a misa y nos regale el legislativo el primer «puente largo» para que así el adormilado pueblo no diga que no se nos hace justicia.