Servidumbre humana

(A doña Lupe esta vez. La conclusión de la fabulilla que describe al agónico, mañana.)

Ellas laboran en condiciones de esclavitud, sometidas a maltratos, ofensas, discriminación y acoso sexual. Ellas trabajan sin vacaciones, seguro social, jubilación. Ellas, por doce o catorce horas diarias de trabajo rudo, devengan salarios de hambre. Ellas, las trabajadoras domésticas, carecen de todo derecho frente a la “patrona”.

– Cuando yo exijo mis derechos, me responden: ¿cuáles derechos, si tú sólo eres una sirvienta? ¿Una “gata”, derechos?

Alardoso, el macho: “¡Para carne buena y barata, la de la gata!”

La empleada doméstica, mis valedores, mal sobrevive en  una esclavitud no muy distinta de la de aquellas infelices que en la Grecia antigua servían a las amas de casa. Para que capten ustedes que 24 siglos apenas han desbastado esa condición de esclavitud, aquí copio un fragmento de cierto documento que muestra la condición de la esclava en el siglo III antes de nuestra era, a ver si notan demasiada diferencia entre la escena antigua y alguna de hoy día en algún hogar mexicano de clases media. La escena, entre dos matronas de nombre Metro y Corito:

– Siéntate, Metro. ¡Tú, levántate y acerca un asiento a la señora! Todo tengo que ordenártelo yo: tú, infeliz, no eres capaz de hacer nada por ti misma. Eres en esta casa no una esclava, sino una piedra. Ah, pero cuando mides tu ración de harina, bien que cuentas los granos, y si cae un tanto así, el día entero estás rezongando y bufando, que ni las paredes te aguantan. Bendice a esta señora, bribona, que si no fuera por ella, ya te habría dado de palos.

– Querida Corito, a mí también me tienes sufriendo este yugo; también a mí me hacen temblar de rabia, y día y noche ando ladrando como perro tras estas malditas. Pero lo que me hizo venir a verte…

– ¡Largo de aquí, imbéciles! ¡Son todas oídos y lengua, y en lo demás, pura pereza..!

(Más allá de la ruda escenilla contra las desdichadas y sólo a modo de detalle curioso: ¿saben ustedes a qué se debió la visita de Metro a Corito? Fue a pedirle  en préstamo cierto adminículo con el que la mujer se auto-gratifica, y a preguntarle quién se lo fabricó, para encargar uno propio. ¿Algo ha cambiado entre las..?)

La empleada del hogar. El poeta la mira pasar, y sonriente, bonachón y distante,  reflexiona acerca de la que llama “gatita”:

“Con la flor del domingo ensartada en el pelo, pasea en la alameda antigua. Ropa limpia, el baño reciente, peinada y planchada camina por entre los niños y los globos, y charla y hace amistades…

Al lado de los viejos, que andan en busca de su memoria, y de las señoras pensando en el próximo embarazo, ella disfruta de su libertad provisional y posee el mundo, orgullosa de sus zapatos, de su vestido bonito, y de su cabellera que brilla más que otras veces…”

Y su desafortunada reflexión:

“Las gatitas, las criadas, las muchachas de la servidumbre contemporánea, se conforman con esto. En tanto llegan a la prostitución (¡!) o regresan al seno de la familia miserable, ellas tienen el descanso del domingo, la posibilidad de un noviazgo, la ocasión del sueño. Bastan dos o tres horas de este paseo en blanco para olvidar las fatigas, y para enfrentarse risueñamente a la amenaza de los platos sucios, de la ropa pendiente y de los mandados que no acaban nunca. Danos, señor, la fe en el domingo, la confianza en las grasas para el pelo, y la limpieza de alma necesaria para mirar con alegría los días que vienen”. Lamentable reflexión. (¿O no?)

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