Violación tumultuaria

Mi prima una vez más. No la reputadísima Tencha chica, hermana de mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins. No esa que ficha en El Burro de Oro bajo nombre artístico de La princesa Tamal, sino una más de mis primas carnales, esta sí honesta y formal, que vive allá por Mecánicos y Talabarteros, en las vivas entrañas del barrio bravo de Tepis Company Fue la noche de ayer.

Anoche me puse a llorar; pero llorar con ganas y a la vista de todos, qué mortificación. Pues sí, pero cómo poder evitarlo, con la dolida ternura que me causó la resignación de mi prima carnal, ella que en medio de su desdicha sonreía. ¿Lo que le ocurrió a la susodicha? Violación tumultuaria, imagínense.

Han de saber sus buenas mercedes que en la vecindad donde vive mi prima, no lejos del jacalón de San Lázaro, una cierta pandilla de vagos y malvivientes, hijos putativos de la Mara Salvatrucha, se la pasa todo el día maloreando vecinos sin distingos de sexo, edad o condición social. Los muy pendencieros (sobrones dejaran de ser, ventajistas de miércoles) se la viven dañando a la gente de bien, en pandilla y atenidos a la pura fuerza de su mafia, que comanda su mal padre, agresor de vecinos que así pone el mal ejemplo. Una plaga, la de los tales (por cuales, hijos de toda su.. )

Mi pobre prima carnal, la bienquerida sota moza de tan lozana presencia, tiene que salir cada mañana por su mandado, y los muy mandados ándenle pues, a cabulearla, a faltarle al respeto y tratar de arrebatarle lo único que le queda, que le quedaba: su doncellez. Gandallas que no fueran. Mi prima carnal, voz dolorida:

– Ya no siento lo tupido, sino lo duro…

No es muy acertada en cuestión de proverbios mi prima carnal…

Y nada, que al impulso de una brama desbozalada, los pandilleros andan rijosos, la sangre en hervor y con ánimos de desgarrar, de antellevarse entre las espuelas todo lo que de honrado, todo lo que de honesto y cabal se les ponga por enfrente. Y se les puso mi prima. Su versión de los hechos:

Los verracos (mal rayo los parta) un día de estos mandáronse hasta la cocina, y luego hasta los lavaderos, donde la bienquerida, muy quitada de la pena, se afanaba en lavar unas pantimedías, y entonces, de súbito…

Pobre de la pobre prima, con su honra derribada en el suelo de la vecindad, en ese rincón umbrío que la arquitectura mexicana ha tenido la previsión de diseñar para casos de violación y lo que resulte. Fue entonces.

Derribada, atónita, la niña de mis ojos no había alcanzado a decir esta honra es mía, cuando ya cuál suya, cuando ya cuál honra, que los hampones se la habían desgarrado a zarpazos. Y en bola, en mafia, en pandilla, para que sienta el cuerpo lo que recibe. La joven, la núbil, la honra, la desgracia…

Ya más tarde, en cuanto pudo, mi prima se alzó del suelo, se intentó componer unas ropas en estropicio, se encerró en su cuarto y lloró un su ratito, y llorando fue hasta el teléfono de la esquina:

– Oye, primo bigotonzón, ven a defenderme. No nomás me violaron, sino que los muy insaciables amenazaron con volverme a vejar. Me despojaron de todo lo que encontraron a su paso. Ven, defiéndeme, ¿no eres mi valedor..?

El cual, cobardón de miércoles que no fuera:

– ¿Que te defienda yo, prima? ¿Yo, dices? Ay, pues mira, no sabes cuánto lo siento, de veras.
Zacatón de miércoles. De domingo, que fue ayer. Oí suspirar a la recién desflorada:

– Bueno, pues, dejemos eso por la paz. A lo hecho, pechos.

Lo dicho: con los proverbios no da una. Mis valedores: anoche mismo, porque la conciencia me ruñía como el ratón un cacho de queso, me acerqué a la vecindad, y entonces… ¿y eso? ¿Qué ocurría en el vetusto caserón? El patio lo fui a encontrar adornado, un puro cuajarón de luces y sombras que hervía de parejas entrelazadas, zangoloteante postura vertical de un deseo horizontal, ustedes me entienden. El bailongo, en su primer hervor. Los Barranquilleros de Tucumán, o del Cartel de Cali o de Medellín, chispaban el mastique de los vidrios en las ventanas al ritmo aquel de la balada romántica que dice, que clama, que aúlla:

¡Le puso el doctor! – la mano en la cintura – y ella le contestó – ay, doctor qué sabrosura..!
Y que «el orangután – y la orangutana», y que «esos pandilleros – ya saben, ya saben», y que «no te metas con mi cucu», y que…

Crucé el patio (tendederos, olor a moho y humedad, tufo a excusado) y busqué a la bien querida, y sí; apartada de la sanfranza, la niña de mis entrañas ¿qué creen? (Mañana.)

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