¡Chiflido en tono mayor…!

Rechifla al PAN Edomex opaca el inicio de campaña de Felipe Calderón (Fecal). Fue una silbatina de más de cinco minutos (…) Silbatina y sillazos en el arranque de campaña de Roberto Madrazo, con una pelea donde volaron sillas y golpes. Al recibir a Madrazo, en Pachuca, la silbatina de los estudiantes fue general…

Y los vecinos de Cádiz no nos resignamos a permanecer a la orilla de la historia patria. Las silbatinas nos motivaron para aprender cuanto antes esa versión mexicana de la ciencia política. Un sondeo entre los vecinos, y desolador: nadie dominaba el arte de los chiflidos excepto don Tintoreto, lavado en seco y a todo vapor. Y lógico: comisionado de entrenador. Suspiró, la meneó, se la rascó: «A ver qué puedo hacer con ustedes. Con paciencia y salivita… Pero eso sí: entre los educandos tendrá que haber mucha disciplina. Doña Pragedis, por principio de cuentas: a los entrenamientos se me presenta con su dentadura completa, la de arriba y la de abajo, o mejor ni se presente».

Es así como en este mi depto. de Cádiz nos congregamos docena y media del vecindario, que intentamos aprender el arte del chiflido. (¿Quién iba a imaginar lo ocurriría después? No un milagro, sino a un modo de fenómeno paranormal que logró el instinto psicológico de don Tintoreto.)

– Pero empecemos ya -se impacientaba el Síquiri-, o llegaré tarde al torneo. Estoy en muerte súbita. (Torneo de billar.)

– La teoría, primero. Hay de chiflidos a chiflidos. Uno es el del patrón y otro el del desempleado. De un modo chifla el microbusero, muy distinto al del chavo banda. Pero hoy un factor ha logrado unificar el lenguaje de la chiflada; 107 millones de mexicanos al unísono chiflamos en el mismo tono, con la misma cadencia, el mismo son y una intención idéntica.

Pensé, y el espeluzno me estremeció las zonas abajeñas: a las masas todo se nos va en chiflidos, que es decir en pura música de viento…

– Y a la práctica, vecinos. Para empezar, un chiflido discretón, de tono menor y modulación cadenciosa que…

– ¡Nada de menor! El Síquiri-. ¡El mayor de todos, con fiorituras y arpegios, acordes y contrapuntos, balseado y rebalseado! Quez-que menor…

– A practicar, pues. Aflójenlos, póngalos flojitos, relajados; labios, lengua, glotis, epiglotis, gañote. ¡Vamos a intentar el chiflido!

Ridículo. Uno la abría y aquél lo frunció, y el juguero lo paraba, el mostacho, y la tía Conchis los encogía, bizqueaba. Y aquella regazón de saliva. Pero como chiflar, estaba de la chiflada. «La lengua, miren: así, acanálenla. ¿Ven? Canalita, doña Pragedis. ¿Nunca puso la lengua de canalita?» La pobre. Y qué desfiguros de unos labios ancianos que se rizaban al esfuerzo.

– A tomar aire, y desde el diafragma… ¡rápido, el chiflido!

– Aquí la tía esta que practique para otro lado, ya me roció toda la oreja.

– No desesperarse. Procedan a meterse los dedos. Nomás los índices.

– ¿Que qué? (la Maconda) Oiga, no. Ni aunque fuera nomás el meñiquito. ¿Orgías acabando de cenar? Qué me los voy a meter. Y luego aquí el bigotonzón, que lo tengo enfrente y es tan chimolero. Ya me imagino: mañana los de METRO van a enterarse de mi temperamento, mis impulsos escondidos, mis interioridades y lo escandalosa que soy en el momento de…

Metérselos en la boca. Para adentro los índices. «¡Tíznale! -el Cosilión-. Ya me arañé la campanilla, me la antellevé con esta uña». Escupió. En la chinela color de rosa de la Fela. Yo, dedos en las anginas, de ganchete miraba a la Lichona que, voz de maderas dulces, decía: «Por poco y canto la guácara».

Al esfuerzo había parado todo: la trompita, el pecho, el trasero, la mía, (mi respiración). Y así una sesión se iba y otra se venía, pero en falso, porque los vecinos, como chiflar, pura madre que chiflábamos. Don Tintoreto puro sudor, cansancio, impaciencia. Anoche, de súbito, a media sesión lo vi detenerse, sentarse en posición de El pensador de Rodín, irse del mundo. Y de súbito, veo que se alza, pega una tarascada de aire, y a toda voz:

– ¡ Viva Vicente Fox! ¡Viva Marta Sahagún! ¡Milagro! ¡Todos pudimos chiflar! En la azotea, al fragor de la silbatina, se engrifaron los gatos. Ladraron todos los perros del vecindario. Un aullido a lo lejos. ¿Lobo, coyote? Don Tintoreto: «¡Viva la familia presidencial!» ¡Relámpago en seco, chicotazo, el chiflido! «¡Que los bolivianos se coman su gas! ¡Comes y te vas! ¡Que se dejen de cuentos y de historietas! ¡Mi familia no viola la ley! ¡Dejen de calumniar y ofrezcan disculpas!» ¡Chiflamos, y a la escandalera sirenas, judiciales, la AFI, la DEA. ¿Guerrilleros, nosotros? ¿Rebelión? En el ministerio público se aclaró todo. Nos liberaron. Pero al conocer la causa de nuestra rechifla y cuando ya nos retirábamos…

Qué bien chiflan juez, detenidos y policías. Alguno de ellos gritó: «¡Viva Manolo Bribiesca!», y… (¡Fí-fi-fi-fiú-fiúu!)

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