El hijo desobediente

Malagradecido también. ¿No fue gracias al apoyo de la bancada tricolor como logró enjaretarse la tricolor aquel trepidante primero de diciembre en el jacalón de San Lázaro? ¿No fue Manlio Fabio Beltrones su asesor en aquellos tiempos iniciales de sus mandato? ¿No fue el priísta quien le enseñó los rudimentos en el arte de gobernar porque él, “haiga sido como haiga sido,”  llegó todo encandilado y sin una mala experiencia de haber despachado en el más humilde sillón de alguna presidencia municipal, tan siquiera? Que no haya aprendido los consejos y advertencias del sonorense, eso ya es otro cantar (de más baja calidad que “El hijo desobediente”, la tonadilla favorita del de Los Pinos, más allá de Bach, Beethoven y Mozart, allá él.) ¿Qué hubiese sido de su gestión sin el co-gobierno inicial de Manlio Fabio Beltrones? ¿Qué..?

Malagradecido que vino a resultar, como ayuno de toda autocrítica, el muy devoto del Verbo Encarnado: ahora, con esa su voz,  previene a los votantes en potencia (en impotencia) para que se abstengan de propiciar un regreso al gobierno por parte del Revolucionario Ins., al que no baja de corrupto, autocrático y autoritario. “Un peligro para México”.

Yo, por lo pronto, nunca llegué a imaginarme que llegase a perpetrar, sé lo que digo, siniestros compinchajes politiqueros con los cupulares de un tal partido político, revoltura de chuchos y gente de bien, que no lo baja de impostor y de espurio, y que mientras con la siniestra ordenaba tales acuerdos, con toda la fuerza de sus pulmones negaba por esta, miren, que hubiese ordenado o siquiera tener conocimiento de tales arreglos. ¿Cómo fue, cómo ha sido que así se conduzca el de Los Pinos?  Hasta ayer yo dudaba que sus medidas de gobierno fueran producto de los consejos de Manlio, y no, no lo son. Ahora ya estoy seguro. Hoy sé de cierto de dónde procede la asesoría que guía las beatíficas medidas de gobierno del fiel devoto Verbo Encarnado. Mis valedores…

Esto de la asesoría al de Los Pinos lo vine a saber cierta noche de miércoles en aquel saloncillo destartalado, tufo a humedad, donde un almacigo de redrojillos humanos, con voz resquebrajada, confesaba su  áspero oficio del diario vivir una vida arrastrada.

– Me llamo Pascual y soy un alcohólico. Media vida me he pasado entre una celda penal y otra del manicomio. Choques insulínicos y electrochoques. Ustedes dos, los recién llegados, sean bienvenidos.

Y ni cómo decirle que yo soy abstemio, que conmigo el licor topó en tepetate, y que si acudí al domicilio de Alcohólicos Anónimos fue por forzar a mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins., a que acudiese conmigo y se mirase en el espejo de aquéllos que, de bagazos humanos en sus días cacardientos, hoy nacen cada mañana a pura fuerza de sus redaños. Azorado, pistojeando, el susodicho Jerásimo seguía los patéticos testimonios de sus semejantes anónimos:

– Mi nombre es María. Soy una alcohólica. Al volver en mí entre el perraco y el vómito, ya perdida la noción de mi tiempo de vida, me preguntaba: ¿tengo que vivir todavía un día más? Quería aullar…

Inquieto, el Jerásimo, se revolvía en la silla. Observé que a lo disimulado metía la mano a la pretina de la camisa y que, como al tablón el náufrago, sin sacarla de su nidal se prendía al ánfora para no terminar derrumbándose. Yo, a su oído: “Cálmate”.

¿Calmarse? “Mi nombre es Josefo y soy un alcohólico. ¿Alguno de ustedes ha tocado fondo en el fondo de un infierno de licor?”

Y fue entonces. De repente… (Mañana.)

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