¡Vamos, México!

Que yo rehusaría escuchar los cantos de sirena, dije a ustedes el pasado viernes. Que de tenerla a la mano diría a Margarita Zavala lo que comencé entonces y hoy finalizo. Señora:

Ya sus cortesanos comienzan a tantear el terreno para afianzar a usted en Los Pinos hasta el 2018. Hace apenas un par de meses, en uno de los órganos oficiosos del presente sexenio (las apodadas “revistas del corazón”), el de Los Pinos se refirió así a la señora su esposa, y de repente me encontré viviendo los tiempos esperpénticos del zafio de San Cristóbal:

Margarita tiene todos los atributos para ser candidata a un puesto de elección. No ahora, pero sí la veo como candidata.

Pero claro, que antes de armar su candidatura presidencial, primero sea senadora. Así de fácil. No le fue a la zaga Gustavo Madero, cortesano presidente de Acción Nacional, que en la capital de Coahuila, lo aseguró (y no le temblaba la voz):

Margarita Zavala puede aspirar o ejercer el cargo que mejor le convenga, pues en mediciones internas resulta de las panistas con mayor reconocimiento y aceptación.

Haya cosa, qué coincidencia, qué curioso. Ocurre ahora, según el panista servil,  que otra “primera dama” nos resultó una gran mujer y una gran política, y que “la gente la quiere, es muy capaz y talentosa”. Mis valedores: si  acaso también formo parte de “la gente”, aquí y ahora lo afirmo con toda mi voz:  yo no quiero a la señora ni me consta que tenga las cualidades que le atribuye el panista, hasta el grado de que “tiene muchos atributos para desempeñarse cuándo y como lo decida”.

Válgame, dónde nos fue a aparecer la estadista. En fin, que aquí finalizo mi recado del pasado viernes. Señora Zavala:

¿También usted? ¿Nada le dice la historia, que no tiene escrúpulo alguno en desempeñarse como una segunda versión de la Marta aquella que convirtió el camino a Los Pinos en un circo, un  carnaval, un tropical esperpento? ¿También usted? ¿Qué tal si ya en pleno deslumbramiento usted también, por nunca haber sido, busca, como compensación, tener? Recuerda usted a aquella Marta enloquecida por un retazo de poder,  ¿no es cierto? Yo, cuando menos yo, aún no olvido el sarpullido de mediocridad, los instintos rupestres que afloraron en la de Zamora.  A ella, la que  quiso y no pudo; a la trepadora que intentó encaramarse en el altísimo cargo dentro de la política, y que en tan resbaladizo pantano, en tales arenas movedizas donde intentaba prolongar la “pareja presidencial”, exhibió su ignorancia, su zafiedad, su mediocridad de arribista y logrera, de aprovechada de la ocasión. Pues sí, pero  lógico: tuvo que regresar a su origen, y ya arrojada de las candilejas (ella y su compulsión protagónica) volvió a su estatura natural y pegó el reculón hasta la madriguera de donde más le valiera no haber salido.  A propósito:

¿Quién vino pagando los derroches de la Sahagún? ¿Quién sus lujos de nueva rica, su delirante protagonismo, su alucinante compulsión por figurar, que la forzó a atragantarse de tantos foros y candilejas que le aprontaban los validos que a balidos han hecho carrera culimpinándose al arrimo del Poder? ¿Quiénes vinimos pagando el avorazado “redondeo” de la Sahagún? ¿Y ahora usted, señora, un segunda edición de Marta? ¡Vamos, México!

No usted. Déjeme creer que con la de Zamora los mexicanos tocamos fondo. Que nunca más el mundo se ha de mofar ante aquel espectáculo carnavalesco con ribetes de bataclán. Que usted no, señora Zavala. ¿O..? (Es cuanto, y la paz.)

 

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