Riesgos que en esta ciudad corre el automovilista, mis valedores. Corre mientras avanza a vuelta de rueda. Yo, por ejemplo: alerta al tráfico consabido durante las llamadas “horas pico”, que se inician en la madrugada, continúan a lo largo del día y finalizan allá por las cercanías de la medianoche, de manera simultánea tengo que avanzar aplicando técnicas de alambrista a lo largo de los nuevos, improvisados callejoncillos trazados por trabajadores del DDF. con obstáculos de plástico rojo, y un achaque más: tengo que aplicar mis cuatro, cinco sentidos, para ir sorteando hoyancos, pozos y zanjones que nacieron como simples baches y que amenazan ahí nomás, a media calle, con las fauces abiertas de par en par, al acecho del conductor descuidado para pegarle la tarascada en la parte más sensible, ahí donde más va a dolerle, que es en la suspensión de su volks. Macabro.
Ah, pues a tantos peligros acabo de agregar uno más, y ello ocurrió ayer a media mañana. A tientas oprimía las teclas del aparato en procura de un Opus 94, que trepara a Mozart o Bach a mi carromato, y aquí lo horroroso: tentaleando y por azar fui a caer de orejas en otra clase de baches, un atentado contra la inteligencia de quien no esté sumergido en la mediocridad, la irracionalidad, el pensamiento mágico:
“Piscis: todo agosto van a predominar las ganas de divertirte. A ti ya te cuesta poner los pies sobre la tierra…”
Ahí interviene mi instinto de conservación y pulso al azar en alguna otra estación de radio, pero morboso y masoquista dejara de ser. “Debo comprobar hasta dónde las malas artes de la charlatanería pueden seguir manipulando pobres de espíritu”. Recorrí las teclas del aparato y helas!, de nuevo la femenina voz:
“La posición de la luna te es propicia para conseguir trabajo, sólo tienes que rociar tu ofrenda con ungüento aromático ‘consigue-empleo’. También deberás encender una vela verde y aromar tu ofrenda con incienso ‘retira-salaciones’ que puedes conseguir en cualquiera de nuestros establecimientos ubicados en…”
Así que aún existen en este tiempo y en este país los crédulos que se dejen engatusar con semejantes patrañas. Así que sobreviven cascajos de las supercherías que sustentaban el pensamiento mágico del homínido y el hombre de Neanderthal. Bien dice el estudioso:
El ignorante vive en un mundo supersticioso, poblándolo de absurdos y temores y de vanas esperanzas. Es crédulo como el salvaje y el niño…
Y semejantes supersticiones, pústulas purulentosas de una comunidad inmadura, revientan en todo tiempo y lugar, y a todas horas sueltan su virulencia el vividor, el embelecador y toda suerte de charlatanes se dan a medrar con la ignorancia la credulidad y la irracionalidad de esos pobres de espíritu que, en un intento de reforzar su desfalleciente sentido de la vida y una vez que les ha fallado la fe en su Dios, en los políticos y, sobre todo, en sí mismos, depositan toda la carga de su irracional esperanza en el licor, en la droga o en Saturno y Plutón. Y vengan sobre los lomos del crédulo el ensalmo y la limpia, el sortilegio y el talismán, y a echarle dinero bueno al malo, y a cebar los ahorros de los picaros de la engañifa y la estafa. “Adqui+eralos en uno de nuestros establecimientos…”
Los crédulos del ensalmo y el aceite milagroso, ¿católicos? Oigan, entonces, y atiendan la voz de su Iglesia:
“Combatir la superstición es deber de todo católico. La superstición es la única religión de que son capaces las almas ruines”.
¿Oyeron? (Sigo mañana.)