Tarde pizarrosa que trizan repentinos relámpagos y rayonean unas lloviznas que me contristan el ánima y oríllanme al suspiro, la laxitud y el oficio de los viejos: recordar. A mi oído Bach, la terca lluvia ante mis pupilas y allá, por los rumbos de Chapultepec, aquellos vapores neblinosos que difuminan el verde y los ocres. En silencio contemplo los álamos, los ahuehuetes vetustos y unos pinos ya mortecinos, atacados de plaga incurable, irreversible, mortal. A la mente se me viene la evocación, al ánimo la tristura y al pecho el suspiro. Contemplo los álamos, contemplo los pinos; el ánimo resfriado, digo entre mí, ensombrecido: la sección de los pinos hiede a formol.
Porque, mis valedores, al tiempo que todo en Chapultepec es vida, retoño y floración, que la buena tierra guarda humus y mantillo con qué vivificar aquello que el invierno dejó mortecino, tal parece que a la sección de los pinos la azotea lóbrega maldición: en los pinos, dígame alguno de ustedes si miento, todo nace y crece horro, estéril, improductivo, que a los visitantes sólo produce desilusión, desencanto, desesperanza. Iracundia, luego diré por qué.
Sí, que contemplando la sección de los pinos con todo y zoológico (a prudente distancia, no me vaya a contagiar la salación), se me vienen a la mente aquellos tiempos, qué tiempos aquellos, en que la honorable familia de los osos panda eran los animales consentidos del zoológico. Uno tras otro, del primer Pepe-Pepe al actual, en su momento disfrutaron de atorrenciada popularidad que yo siempre consideré inmerecida. Semejantes animales habitaron durante años al arrimo de los pinos, y fueron tratados a cuerpo de rey, de autócrata, de dictador, De dios sexenal, me acuerdo.
Del primer panda me viene la advocación. Oso panda como era, pandeó a muchas de las víctimas de su instinto asesino porque, fiero de aspecto, tenía (tiene todavía, encuevado en si jaula de San Jerónimo) unas garras de oso, pero unos ojos de tigre, y de tigre las entrañas. Al arropo de los pinos anduvo suelto, y nunca llegó a estar, como debiera, tras de las rejas de alguna jaula. Achacoso hoy día, y enfermito de almorranas si no miente el dicharajo: «Al que obra mal se le pudre el culantro». Y ese obró mal y dejó su reguero inmundo desde Tlatelolco hasta Ribera de San Cosme, y siguió con su regazón. Impune.
El difunto Pepe-Pepe, ¿lo recuerdan ustedes? Un frivolo que congregaba pompa(s) y circunstancias, y rosa, luz, alegría y muchedumbres de ventajistas que se desvivían aplaudiéndole sus dichos y gracias y carantoñas de irracional. Ya descansa en su paz, que una embolia se lo llevó ala verno. En la jaula metieron a cierto ejemplar de oso que más que oso panda nos resultó un oso gris. Gris, y mediocre pero gris rata, que supo sacarle a los pinos toda su trementina. En dólares. Vive el panda todavía, con jubilación millonaria.
Y de repente, mis valedores: desagradable de ver, sietemesino, rostro de artesanía popular, absoluta carencia de armonía y un aspecto total de mediocre, ahí nos cae al zoológico y se ahija a los pinos todo un ejemplar de panda dañero. Chía-Chía, sí. Y a su llegada a los pinos, donde se ubica el zoológico, allá van micrófonos y periodistas, cámaras y reporteros enlazados de costra a costra y de frontera a frontera. Y al animalejo inventarle carisma, sacarle personalidad, magia, don de gentes, encanto personal ¡a un Chía-Chía que era la viva estampa de la mediocridad: feo, cascorvo, pelón, orejón, rostro asimétrico chicoteado de tics! Quien como el periodista para transformar un fiambre en toda una fina estampa, y un mísero cocuyo en el Quinto Sol, y un gusano en crisálida, y un oso panda en rey. Esto durante seis años justos, que con él resultaron injustos de punta a rabo. El reportaje del matutino:
«El gran movimiento en el aeropuerto fue motivado por el arribo de Chía-Chía, que llegó de Chicago». Después íbamos a comprobar que de Chicago se trajo las mañas y las mafias de Al Capone. Que venía a «contraer nupcias» con alguna osa mexicana. ¿A contraer nupcias? ¡A violarla, vejarla, desflorarla y saquearla, y empobrecerla todavía más, padrotillo valido de la ocasión! Es hoy inquilino, con toda su parentela, de la nota roja.
El reportaje: «Chía-Chía fue transportado inmediatamente al zoológico de Chapultepec, donde fue colocado en un albergue aislado en tanto se aclimata y se acostumbra a sus nuevos compañeros». (A los que nunca logró acostumbrarse: Colosio, los Ruiz Massieú, más de 300 perredistas de los honestos de la base social, no de los amulares, cáfila de bergantes.)
¿No es cierto, mis valedores, que el tal Chía-Chía nos vino a resultar un panda de muy buenas acciones… de teléfonos, que luego malbarató «al amigo Slim», uno de sus tantísimos prestanombres?
Y siguió la historia de las y los pandas, y Chapultepec volvió a llenarse de las y los tepocatas y víboras prietas, y… (Esto, después.)