Pero no queremos pensar

 

En pleno apagón transcribo a mano el recado que un día como ayer, pero de 2010, envié al ingeniero Cayetano Cabrera, del Sindicato Mexicano de Electricistas, cuando cumplía 80 y tantos días en huelga con la exigencia de un patrón sustituto que rescatase a los compas sindicalistas que el de Los Pinos aventó al desempleo.  Pues sí, pero al modo del plantón, la toma de la vía pública y la e-xi-gen-cia al Sistema, ¿la huelga de hambre de qué sirvió? Dije entonces al ingeniero Cabrera:

Ojalá que a estas horas haya usted levantado el ayuno de 80 y tantos días en los que ha puesto en riesgo su salud y su vida como recurso extremo por intentar la devolución de su fuente de trabajo. Pero ojalá, al propio tiempo, que de la experiencia saque usted la enseñanza: semejante estrategia es ineficaz en un estado de derecho, donde se respeta la ley, o no fuese un estado de derecho. Porque en este país nadie, nunca, ha logrado nada positivo para su causa aplicando la bárbara medida de la huelga de hambre. ¿Quiere, en verdad, que su ayuno le sea positivo? Váyase, entonces, de este régimen democrático y ayune en algún desdichado país todavía regido por dictaduras feroces. Porque, ingeniero Cabrera:

¿En México tendría usted el apoyo de unas damas de blanco financiadas por los dólares de Miami? (De Miami, no de “Mayami”). ¿Dispondría en nuestro país de un alto clero que por exhibir de salvajes a los goriloides les arrojara al rostro su violación aberrante de los derechos humanos? ¿Algún diplomático se preocuparía por usted, abogaría por su causa ante  los sátrapas insensibles a los derechos del ayunante? ¿Su huelga de hambre iba a despertar un eco solidario de una prensa cuya libertad de expresión hubiese sido aherrojada en uno de los tantos calabozos que los sátrapas mantienen atascados de luchadores sociales? Convénzase.

Aquí, en un país donde celebramos 200 y 100 años de ser orgullosamente mexicanos, nos hemos dado un régimen democrático cuya norma de gobierno es la observancia irrestricta de la ley, y donde el cuerpo diplomático no se inmiscuye en asuntos internos del país. Aquí el alto clero católico, representante de Dios en la tierra, no se enreda en huelgas de hambre. Aquí, una prensa libre, independiente y al servicio de las causas sociales, exalta la heroicidad de ayunantes cuya alabanza viste más que  una cáfila de  alborotadores que sólo obstruyen el tránsito y causan molestias a los automovilistas. Ingeniero:

Habita una ciudad capital cuya explanada ha privatizado con todos sus ayunantes. ¡Ocupa usted, con los suyos,  no un corral ni un potrero, sino toda una Plaza de la Constitución! ¡Profana esa explanada y nuestro lábaro patrio, que preside el corazón de la patria! Siempre atiborrada de capitalinos, ¿alguno se ha interesado por los que a  metros de distancia fallecen de inanición?

Pero reitero: si tiene tantos deseos de que su sacrificio resulte benéfico para usted y sus compas, ¿qué hace en un Estado de derecho? Váyase a algún país gobernado por un dictador.  Los dictadores son inhumanos. Esa canalla no tiene respeto por la vida humana como aquí  lo tienen de sobra los beatos del Verbo Encarnado. Apenas usted amagó con su huelga y ellos habrán corrido a satisfacer sus muy justas exigencias; el de Los Pinos, que exhibe tanta sensibilidad social. A él sí le conmueve un ayunante en peligro de perder la vida, ¿pero a un dictador? Ingeniero Cabrera: váyase a Libia con su huelga de hambre.

Ayuno, plantó, exigencia. No queremos pensar. (Lástima.)

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