Es de noche. Allá, afuera, silencio, desflorado de súbito por las campanadas de Dulces Nombres. Aquí, en mi cuarto de célibe y mi catre de padre solterón, donde habitamos yo y esa mi amorosa compañía que es la soledad, me he puesto a reflexionar acerca de mi existencia, cotidiano fluir de días, sucesos y vivencias que es a veces a río atorrenciado, a veces sediento arroyo, charco lodoso y otra vez río revenido, salido de madre. Y válgame, la de errores que he cometido en el áspero oficio del diario vivir, que tan sólo para lamentarme y tratar de enmendarlos otra vida requeriría. Es de noche. En Dulces Nombres, el ángelus…
¿El tipo de errores que he cometido? Varios, surtidos, de todo tamaño y color. Uno, obsesivo, me ronda en la mente, y alude a cierta mujer casada, pero no conmigo, señora que es de todos mis respetos. Cada día aprecio más, por ocultas, todas sus virtudes, y cada día más me duele haberle dedicado un mensaje ligero y zumbón, donde ponía sus merecimientos en esa clase de tela que es la de la duda. Mi único paliativo-, que lo hice de muy buena fe y de alguna manera a nombre de tantos de ustedes que como yo mismo pudiesen haber salido perjudicados. ¿La identidad de la dama? La señora María Teresa Uriarte, esposa de Francisco Labastida, candidato de PRI a la presidencia del país en el año 2000. ¿El sentido de mi mensaje..?
Con la señora Uriarte en peligro de caer en la ratonera como «Primera Dama», nombrecito cursilón que los gringos de segunda le fusilaron a los de primera, le rogaba yo que esa fama efímera no la fuese a perder, porque ella, el marido y nosotros también perderíamos. En los meses previos a la elección de julio, con el péndulo badajeando de Pancho el priista al empanizado Fox yo, gato escaldado, suplicaba a la señora Uriarte que de llegar Labastida a Los Pinos ella, catedrática de la UNAM, no fuese a perder la ponderación y a exhibirse con arranques esperpénticos de «Primera Dama» : que no enloqueciera con y por el fulgor de las candilejas, ni fuese a pontificar de asuntos que tal vez desconocía; que no agravase la situación de este país, desdichado en la sarna de «primeras damas» y por ellas risible en tantos sentidos; que no la fuese a encampanar la estridencia de fotógrafos y reporteros a los que ataca la fiebre de asaltar, ponderar y reproducir en cinescopios, periódicos y revistas del corazón la vera efigie y los chismarajos que produce la picaresca de la «Primera Dama». Damita nueva, dónde te pondré..
Aquel día del 2 mil, qué vergüenza, experimenté una recóndita alegría porque la señora Uriarte, plantita de sombra que siempre había sido, tras de unas horas de sol tornaba a la oscuridad de su diario existir. Y es que esa hembra del trato que apodan «fama» se había conchabado a una clienta mucho más a modo que una catedrática de la UNAM. Yo, en nuevo mensaje público, invité a la universitaria a superar la desilusión. Hoy le digo de todo corazón: ¡alégrese como me alegro yo! El hado la libró de convertirse en una «compañera María Esther» de segunda o (¡el horror!) en una Carmen Romano… ¿Resignación? Como si una universitaria pudiese perder la cabeza al estilo de una arribista cualquiera, trepadora y ventajista y logrera. La señora (su cultura lo garantiza) no hubiese llegado a los extremos de la tal Carmen Romano o alguna tantito peor. Hoy, a la universitaria la echo de menos Los Pinos. ¿Por qué, me pregunta alguno? Yo le pregunto, a mi vez:
¿La señora Uriarte con desplantes de nueva rica? ¿Ella se hubiese estrenado en Los Pinos con toallas de a 4 mil, cuya factura pagamos todos con los dineros que deberían ser para beneficio de todos? ¿Ella tendrá un ex-esposo acerca del cual hubiese hecho públicos detalles de alcoba tan íntimos que a Niurka avergonzarían? ¿A ella habría tenido que defenderla una cáfila de picapleitos? ¿Hubiera sacado la cara por ella el para mí aborrecible político Norberto Rivera, casi tan aborrecible y casi tan político como el golfista y obispo en sus ratos perdidos Onésimo Cepeda?
¿Ella se hubiese exhibido como fanática de la moda y de los modistas (¡no modistos, como no electricistas!) cuyos trapos nos salen así de costosos? ¿Ella hubiese hecho de lado el decoro personal y la más elemental autocrítica para exhibir un rastacuerismo que ofendiese a Los Pinos y, sobre todo, a 106 millones de mexicanos? ¿Ella hubiese manejado a un Labastida descalificado por Fox de «chaparrín», pero que en su vida pública (Secretario de Estado, gobernador) mostró tenerlos afincados en su nidal mucho mejor que algunos con alzada de percherón..?
¿La señora Uriarte tiene hijos? De tenerlos, ¿ya los habría enriquecido, como también al resto de los Uriarte, viejos y jóvenes y por nacer? ¿La Cámara de Diputados se dedicaría a investigar sus raterías? Hoy, hoy, hoy, ¿andaría la señora Uriarte en las salas del juzgado 12 de lo civil..? Es cuanto. (Y vale.)