Estaríamos a toda madre..

Es noche de sábado, mis valedores, cuando redacto estas páginas. A oscuras o casi, la mente un paño de lágrimas, me arropo en la nostalgia de los adioses, yo que a despedidas me he pasado la vida, y a despedidas descascarando las telas del corazón. Es noche; mis ojos, en la penumbra, buscan a tientas la advocación de Santa María. No, por supuesto, Santa, María de Lourdes, no la de Fátima; Santa María la Redonda, con su tocaya y vecina, Santa María la Rivera. A oscuras, a la distancia del tiempo y la geografía, entre el Garibaldi mariachero y el Tepis Company de corazón bandolero, y de (aquel que fue) San Juan de Letrán a San Juan de Aragón, rastreo el ánima y estilo de lo que perdimos, de lo que se fue para nunca más: la carpa, mis valedores…

Aquí te nombro, carpa del arrabal, voz y pulso de la barriada, su perfil, su ánima y estilo, e identidad. Contigo se nos fue la última carcajada de la cumbancha, que abría la tarde y la noche con el pregón motivoso del gritón, bocina de victrola en la boca:»¡Prr! ¡Prr..! ¡Señoras y caballeros, la función ya va a empezar! ¡Dos tandas por un solo boleto! ¡Pásenle, pásenle, prrr..!

Y ya bajo la lona embreada: ¡Mi señor don Resortes Resortín de la Resortera.! «¡Cheñor Patiño, cheñor Patiño, que echach cochotach no chon de niño!» «¡Ese Palillo! ¡Té lo sambuto por el (…)! ¡Sus mentadas me pegan en el mero caracol del ombligo!» Desde el cielo de los artistas carperos, que es decir el cielo del oropel, la chaquira y la chaqueta (¡ese Borolas, hágame un favor!»), requintean las benditas ánimas del clásico trío del bolero romántico, qué contrasentido, y resuenen las risotadas de la gayola al son del sketch del cómico apicarado, y el espectáculo (¡ese Chicote, me agarró el albur) donde se nos quedó un buen retazo de adolescencia, el de aquella señoras pechugas (¿Bubis? No odas), y semejantes vamos a decir carnazas, ya cuarentonas, de tamaño familiar y familiar sexualidad promiscua, lonja libre y celulitis a discreción que hinchan una trusa color mamey (bajo palabra) al son del meneo, del zangoloteo agasajador; que abandazos de carne pura, pura carne, atizaron la combustión de unas hormonas apenas espinillentas o ya en su ciclo de cuarto menguante, todo ello al son de la divisa heroica: «Las goza quien las merece, que yo, con verlas, descanso». No lloro, nomás me acuerdo…

Y qué decir de los camerinos: de este tamañito, miren, pero como el mejor, el más oloroso queso gruyere: por todos lados acribillados a agujeros para poder fisgonear a la de cumbia y danzón cuando se muda de trapos…

Aquí te nombro, fantasmón del arrabal, candileja de la nocturna cachondería, del amago carnal y el onanismo frenético, el contagio venéreo y esa pornografía encabritada que, en la postal (blanco y negro), se distribuye al olor que unos sanitarios pintarrajeados «…uto yo». Y yo, con Manrique, pregunto a todos ustedes: ¿qué se fizo el bataclán? Las carpas de la Aragón, ¿qué se hicieron? Tan preclaros vestigios de una cultura de entraña popular, esa del desahogo y la sátira, del calambur y la frase de doble y triple sentido, se nos vinieron muriendo de inanición. El Tívoli, su hijo legítimo, natural y muy putativo, cayó y calló a la puñalada trapera que le propinó aquel añejo Uruchurtu, mal aprendiz de dictador. Hoy, para sacar la cara por el postrer estertor de lo que la carpa, apenas un teatro Blanquita más bien gris…

Mis valedores: esta noche de sábado me duele el México que se desdibuja para nunca más, y esto más acháquenselo al duopolio de TV, vocero oficioso del Imperio; me duele el México que se nos pierde como también se nos perdió la moneda, las costumbres, la tradición, para tornarnos gringos de segunda, gringos de pacotilla despreciados por los gringos. Esta noche, a deshoras, miro en la mente al cómico que gesticula, ademán procaz y en la diestra caracolitos (explíquele al gordo, señora, lo que son los caracolitos), ante un auditorio de sombras nada más. Porque la carpa se nos murió en olor de desidia, de apatía, de indiferencia total. Mis valedores:

¿Resistirá el Blanquita? Si no, ¿qué camino le quedará al tandófilo sino alcoholizar su frustración en el refugio de la piquera o la briaga de buró frente al cinescopio que seguirá embruteciéndolo con la manipulación más siniestra y enajenante? Y yo digo a todos ustedes:

Que el paisa siga gustando del sketch carpero, que el cinescopio no me lo vaya a manipular hasta el grado de volverlo adicto, vicioso de ese siniestro bataclán de los cómicos virtuales: los tucomens, los pejes y los bebetos. ¿O un Madrazo más? ¿Y toda esa inundación de aguas negras que, al convite del proceso electorero, que no electoral, originan a estas horas los promotores de la boleta electoral? Porque entonces… Mal acaba de expresarlo un Pepe Magaña, cómico: «Sin políticos no habría comedia, pero estaríamos a toda madre». (Mi país.)_

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