Castillo de Chapultepec, 16 de enero de 1992. Como final del protocolo que marcaba la paz entre la guerrilla y el gobierno de El Salvador Shafick Handal, vocero del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, depositó su AK47 en manos de Carlos Salinas, el mediador. Y ocurrió que al recordar los años de la guerrilla, Handal rubricó la ceremonia con una expresión vulgar, escatológica y humanísima:
– Hijueputa! Esta mierda se acabó…¡y nosotros seguimos vivos!
Pero bandazos que da la historia: hoy mismo es Mauricio Funes, ex-guerrillero del FMLN, el presidente de El Salvador, él que en la ceremonia conmemorativa de los acuerdos de paz que marcaron el término a 12 años de conflicto bélico que arrojó un saldo de 75 mil cadáveres y 12 mil desaparecidos, se refirió a las aberrantes violaciones de los derechos humanos y a los abusos perpetrados en nombre del Estado salvadoreño. “Pido perdón a las madres, padres, hijos, hijas, hermanos, hermanas que no saben hasta el día de hoy el paradero de sus seres queridos. Pido perdón al pueblo salvadoreño, que fue víctima de la violencia atroz e inaceptable”. Bandazos que da la historia.
Ese es El Salvador, mis valedores, país de luces y sombras, donde el poeta guerrillero Roque Dalton fue asesinado por la propia guerrilla, mientras que una bala asesina abatía en plena celebración del oficio litúrgico a monseñor Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, para que su asesino intelectual, un Roberto D’Abuisson ultraderechista fanático, fuese muerto poco tiempo después por la gracia de un cáncer fulminante, que de paso iba a llevarse a uno de los secuaces de la ultraderecha, José Napoleón Duarte, presidente de El Salvador. El Napoleón del trópico.
Fue entre diciembre de 1980 y mayo de 1982, con este Napoleón como jefe de la junta de gobierno, cuando se registró una de las épocas más sangrientas y enconadas del conflicto armado que tuvo su desenlace años más tarde en el Castillo de Chapultepec. Este mismo represor inició diálogos con la guerrilla en los años 80, mientras que al mismo tiempo viajaba a Washington, donde se originó el incidente que ha quedado para la historia de la abyección pública: rodeado de diplomáticos y funcionarios gringos, de repente Napoleón cayó de rodillas ante la bandera de Norteamérica y a ojos cerrados se puso a besarla. Al ponerse de pie ya había conseguido la ayuda militar del gobierno para combatir a la guerrilla. Yo, suspicaz: sus métodos y experiencias en relación a la ayuda militar de Estados Unidos pudiesen servirnos para sopesar acuerdos, alcances y consecuencias del “Plan México”, enmascarado a lo vergonzante en su disfraz de “Iniciativa Mérida”.
Y ahora resulta que diplomáticos e historiadores reclaman al de Los Pinos su “muy lamentable” omisión al dejar en blanco la conmemoración de la histórica firma de los antedichos acuerdos de paz. Falta de lógica de los inconformes: ¿en el protocolo de tales acuerdos se involucraron El Vaticano y Norberto Rivera? Más allá de los meandros, acequias y lloraderos de sangre que se ha derramado en el presente gobierno, ¿qué interés puede tener el de Los Pinos en conmemorar una fecha que para él, por lo visto, nada significa? Lo cantó Roque Dalton, poeta y guerrillero a quien su guerrilla mandó “ajusticiar”:
Porque es la patria el punto de partida, – básica piedra tumultuaria extendiéndose, – savia y semilla de la floresta cantadora del hombre…
Luces y sombras, tan pequeño y tan grande. (El Salvador.)