“Dirigentes del PAN y el PRD condenan que el gobernador Peña reporte obras en proceso como ya terminadas”:
Presume obras fantasmas. Presenta como logros obras que apenas (se) inician. No cumple sus promesas.
Enrique Peña Nieto, mis valedores. Que el candidato del PRI a la presidencia del país va punteando en las preferencias de opinión, y que tiene muchas posibilidades de ganar en las urnas a López Obrador y a alguno de Acción Nacional. Siniestro. Yo, de tenerlo a la mano, le diría de viva voz esto que me propongo comunicarle en el presente mensaje.
Señor candidato del Tricolor: yo ya estoy tranquilo. Por mí, por mi gente, por México. Atrás han quedado los meses de tensión, de neurosis, del sueño incompleto. ¿Tan desdichados seremos mi gente, mi país, yo mismo, me decía entonces, que presenciemos el retorno del PRI a Los Pinos? ¿Lo permitirán las masas sociales? ¿Hasta ese grado de desmemoria han de llegar, que permitan tal desmesura? No únicamente evitar que regrese el PRI como partido de Estado, sino encaramarlo a Los Pinos con la papeleta a favor de su gallo copetón. Mis valedores:
Yo, a medias del desvelo, en la oscuridad miraba hacia el techo de mi habitación: ¿así que de sucesor tendremos un mediocre del tamaño de los dos panistas que han enchinchado Los Pinos? ¿Ese solapador de la riqueza inexplicable de la honorable familia Montiel tendrá mano libre con los dineros públicos? Y el sueño, andavete. Y qué hacer…
Peña basó su campaña en un exceso de demagogia, a sabiendas de la imposibilidad material para poder resolver los problemas del Estado.
¿Protestar públicamente, e-xi-gir, como Sicilia, al enemigo histórico, prometer una manda al beato “amigo de México”, estrategia tan efectiva como la de Sicilia? ¿E-xi-gir a Dios que me haga el milagrito, táctica tan eficaz como las anteriores? ¿Yo llegar al extremo del pensamiento mágico? Nunca. Jamás.
Pero los vericuetos que tiene el pensamiento mágico: fue el cielo, quién lo creyera, el que me concedió el milagro, y ahora sé que usted no va a posar sus dos reales en el sillón de Los Pinos, certeza que me ha dado tranquilidad de espíritu. Por mí, por mi gente, por México.
¿Que el del milagro fue el cielo? El cielo fue, pero no por gestión de ningún santo, ni un beato “amigo”, ni una beata del Verbo Encarnado, sino de uno que se habla de tú con los cielos. Me explico.
Según la nota del pasado miércoles que publica Milenio, un Antonio Velázquez, “el Brujo Mayor de México”, acaba de afirmar que según sus cartas, el virtual (¡!) candidato presidencial del PRI, Enrique Peña Nieto, será el nuevo Presidente de la República.
Qué alivio, señor Peña Nieto. Por mi, por mi gente, por México. Porque si ya se sueña usted en Los Pinos más le vale leer lo siguiente y sacar las conclusiones:
Este Antonio Vázquez, “el Brujo Mayor de México”, modestamente, es el mismo que en vísperas de las elecciones del 2000 fue entrevistado por el de Reforma: “Se acaban las cartas, don Antonio, y no ve usted a un candidato que pueda ser el Presidente para el 2000”. “Bueno, haberlo preguntado antes, dice el brujo estrellero. Sí que lo veo. (Una pausa. Se mesa (sic) la espesa barba que le llega al vientre y deletrea un nombre y un apellido). Y así, con la ayuda de los astros y la propia fuerza astral, el brujo mayor va deletreando el nombre del sucesor de Zedillo: “Mi-guel – A-le-mán”. (¡Brujo!)
Eche cuentas, señor Peña Nieto (Uf.)