Autocrítica, señor…

Acabo de visitar Los Tüxtlas, tierra de brujos y jaraneros. Cuatro días los pasé alucinado, bebiendo (¡cuidado, no pensar mal, que conmigo el licor topó en hueso!); bebiendo, digo, sorbiéndome la gloria de aquellos sones jarochos, rasgueos de jaranas en contracanto de pespuntes arperos y mudanceos. Miel en penca, señor, miel veracruzana…

De Santiago me traje una. Chula ella, si la viniera a ver; doncellita todavía, morena de fina estampa, delgadita de cintura y de muy buena madera, madera en flor, con su corazón de cendro y su encordadura todavía virgencita. Ahí traje mi jarana abrazada y abrasada como a niña de mis ojos, todavía olorosilla a tajadas de madera en flor. ¿Se la imagina?

Y ándenle, que ya en mi depto. de Cádiz convoqué a jaraneros del rumbo, y de entonces a la fecha ahí nos tiene usted en los tiempos muertos (los vivos, a fin de cuentas) ejecutándonos la tarasca, el zapateado con décimas y ese buscapiés que es fama hasta el Pingo incita, excita y pone a bailar. Sones agridulces de amores y desamor, tiempo y destiempo, de encuentros y desencuentros y algún apicaramiento. La malicia del son:

Una iguana subió al palo – más alto de la Nación – y desde arriba decía: – ¡Esto si que está ca…ñón! (Muy cierto, ¿no le parece?)
Fue entonces, señor, cuando empezaron las dificultades; aquella mi bienamada no entonaba a cabalidad, y mi corazón de músico tardío se me cayó a los talones, el de Aquiles y el otro. Y qué hacer…

– No pases a preocuparte – me consoló el Síquiri-. Es que tu jarana es señorita todavía. Cambíale la encordadura.

La encordadura le cambié. Fui al expendio, me agencié la prima y con ella la familia completa. Las remudé, las afiné, y venga de ahí el jarabe loco, y venga un nuevo fracaso, y empálmese otra desilusión. Don Arcadio, pontífice del zapateado: «Tu instrumento lo tiene mal apuntado, o sea el diapasón».

Y de inmediato al laudero, que le apuntó el susodicho, y a rasguñar otra vez, y otra vez a desilusionarme, lástima de buscapiés en tono de sol. «El defecto está en la tapa -díjome El Bagre-. Se la cambias, y listo».

Listo madres, con perdón. Pero para no hacérselo largo (¡el cuento!): del día de la compra a los meses siguientes mi instrumento (no el de frotar, el de rascar) padeció cambios, recambios, implantes, transplantes e injertos en caja, tapa, diapasón y cuatro de las clavijas. Pues sí, mucha cirugía plástica, pero la ancheta cada vez más envejecida y sonando peor cada vez, y no tanto en el rasgueo de los sones en tono mayor cuanto en la delicadeza de los menores, cuando la hora sonaba de las tristuras y las lloroncitas en tono menor. Mi jarana, por llorar, chillaba, qué mortificación. Y fue entonces: ahí habló mi amantísima, sabiduría y comprensión machihembradas. Gracias a su consejo, santo remedio. Hoy, mi instrumento, espumeante de fandangueros arpegios.

Señor: usted se conchavó un México flamante, corazón de cedro vivo, ya listo para arpegiar al son que usted quisiera tocarle. Pues sí, pero a la hora de la escoleta, de entonar, ni sus luces, y lástima, porque más fino instrumento dónde lo iba a encontrar. Sus consejeros: «¿Y si le cambia las cuerdas? ¿Y si le injerta una reforma fiscal? ¿Y si le privatiza desde las Afores hasta el Seguro Social, PEMEX y la energía eléctrica? ¿Un México Seguro? O de plano, señor, ¿por qué no lo acaba de malbaratar a los gringos..?»

Usted, mi señor, a puros palos, me refiero a los de ciego, y los fregadazos apárelos el fregadaje. México, cedro vivo en la flor de la edad, a rechinidos y disonancias, y a pagarlo las masas. Señor: ¿quiere saber qué consejo me dio mi niña, la de mis ojos? Ella, lastimada por mis fatigas:

– Tu jarana sí suena, mi amor, vaya si suena. Quizá sea tu mano la que está un poco… torpe, digamos; novatona todavía. ¿Si dejaras tal cual tu jarana y te buscas un profesor que te enseñe a tocarla..?

Así lo hice, señor, y santo remedio. El corazón de cedro, la madera en flor, a estas alturas se ha tornado, en mi mano, un puro regocijamiento de sones en tono de sol. Ah, si viniera a escuchar qué de trinos, qué de arpegios, qué de armonía en contrapunto cuando suelto el llanero son de la trova:

Con el corazón de cedro – yo soy como mi jarana – Por eso nunca me quiebro – Y es mi pecho una campana… La gloria, señor.

Y yo digo: ¿si usted, en lo poco que le resta de vida (en Los Pinos) dejara de estarle echando la culpa al Congreso, a la situación internacional, a los medios, al pasado pluscuamperfecto, a la Wornat, y fuese capaz de un ejercicio de autocrítica? Entonces caería en la cuenta, señor, aunque tarde para todos, de que su diagnóstico Fidel Castro tuvo absoluta razón: ¿cómo un gerente de la Coca Cola sabría tocar la entrañable jarana? ¿Cuándo, cómo, señor? (En fin.)

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