Estado y sociedad

“Para vivir mejor, la sociedad civil crea, como un utensilio, el Estado. Luego, el Estado se impone, y la sociedad tiene que empezar a vivir para el Estado. A esto lleva el intervencionismo del Estado: el pueblo se convierte en carne y pasta que alimenta el mero artefacto y máquina que es el Estado. El esqueleto se come la carne en torno a él. El andamio se hace propietario e inquilino de la casa”.
Y a propósito de ese Estado opresor y represor a su hora, ¿no  conocen ustedes el cuentecillo de El elefante encadenado? De conocerlo, ¿sigue en nosotros la resistencia a pensar, a la autocrítica, a la creación de estrategias para darnos ese  gobierno ideal,  que mande obedeciendo?  ¿O habremos se seguir confrontándonos con ese Estado prepotente y atrabiliario con la pura fuerza del reniego, el verbo e-xi-gir y la toma de la vía pública, para recibir del Poder el desprecio y la mofa: “ni los veo, ni los oigo, ni los siento, y háganle como quieran”? El elefante encadenado, mis valedores…
Para aquellos de ustedes que no conocen el cuento lo relataré después. Porque todos nosotros, a semejanza del proboscidio… en fin.
Porque es el criterio de muchos de ustedes, expresado de viva voz o en sus mensajes telefónicos: sueño guajiro el tuyo,  y no más, me contestan. Tal es la reacción de  ciertos radioescuchas de nuestro espacio comunitario de Domingo 6, que se transmite cada domingo en Radio Universidad, cuando les propongo, como vía para que aflore en nosotros el poder popular que nos capacite para darnos un gobierno al que obedecer como sus mandantes,  la organización celular autogestionaria. “Sueños guajiros, valedor”. Puros sueños guajiros, replican, y ante la propuesta responda el sarcasmo, la ironía, la burleta…
¿Semejantes irónicos no se habrán puesto a pensar, y en un ejercicio de autocrítica caer en la cuenta de que cuando befan y vejan esta propuesta y la tachan de irrealizable se están befando a sí mismos, exhibiéndose de adolescentes mentales incapaces de crecer, de madurar, de hacer algo por sí mismos? Y qué hacer: a seguir delegando, y a seguir soportando las desmesuras del Estado, y a seguir refugiándose en el escepticismo y en la única ley que respetan, la del menor esfuerzo y así  continuar,  inmaduros, con  el reniego puntual, el e-xi-gir  y la mega-marchita nuestra de todos los días contra las medidas del Sistema de poder, tan perjudiciales para nosotros…
Fue el propio Poder el que nos infiltró tan inútiles métodos de defensa. Y si no, ¿dieron  algún resultado favorable para las masas sociales las grandes movilizaciones de médicos, maestros y ferrocarrileros a finales de los años 50? ¿Y ahora? Nunca de nada nos han servido,  juran la Historia y la realidad objetiva. Pero no, que el dogma de fe es más poderoso que toda clase de pruebas. Dogma y prejuicio nos impiden pensar, y entonces llevar a cabo ese ejercicio de autocrítica donde vamos a toparnos con una realidad tan evidente como la inutilidad del reniego, la exigencia y la mega-marchita…
Más tarde, ya en el Poder,  Echeverría nos iba a castrar con su cuerpo de los tres catálogos, vigente hoy mismo entre masas sociales y comentaristas del periodismo: el de agravios:  el poder es malo, muy malo; el de buenas intenciones:  el poder debe ser  bueno,  muy bueno;  el de la acción: exijámosle”.
Y ya. Todo resuelto. Ya para qué leer, pensar, estudiar.  Ya tenemos la suficiente cultura política. (El elefante encadenado, mañana.)

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